No solo no habéis desaparecido, sino que hay alguna atrevida más...vosotras lo habéis querido, ahí va...
Pasaron unos días en que no ví a Rosita por la casa, pero no me atrevía a preguntarle a D. Benigno por miedo a que sus graznidos despertaran recuerdos que no me favorecían en absoluto, así que decidí comerme la curiosidad y estar atento a cualquier indicio.
Era verano y por tanto período de vacaciones escolares, por lo que seguramente para fortalecer mi espíritu y domar mi voluntad, Don Benigno me hacía levantar muy temprano para preparar la liturgia y también el desayuno. Creo que estaba empezando a cobrarse sus servicios ya que de momento sólo él sacaba provecho del contrato que firmó de palabra con mis padres; eso me permitía algunas licencias y para paliar en lo posible el disgusto del madrugón, en cuanto me dejaba un metro libre me echaba al morro la botella de moscatel que guardaba el cura celosamente, lo que me hacía cantar el “Angelus” con un desparpajo propio del niño Joselito. La Iglesia se llenaba cada día (eran otros tiempos, otras costumbres ya lo dijo el filósofo) para oirme cantar y las más de las veces el cura tenía que propinarme un codazo para que volviese a los oficios, absorto como estaba mirando a la primera fila en donde se sentaban todas las chicas del pueblo y alguna “viuda de emigrante” de muy buen ver. Pero ese día no pude ver la sonrisa burlona dibujada en esa cara de adolescente de curso superior que me perseguía otrora durante la celebración. Y ésta dejó de tener sentido para mí. Y comprendí el dicho “tiran más dos tetas que una misa, si te dejas”.
Mientras el cura asustaba a los feligreses con un sermón lleno de amenazas apocalípticas, dejé que mis pensamientos vagaran libremente por los lugares más agradables de mis momentos de diversión.
Desconozco que época de infancia es la vuestra, pero en la mía había pocas distracciones y teníamos que convertir los inconvenientes en ventajas, de tal modo que para nosotros lo que era un trabajo, como acompañar al ganado a pastar al río, se convertía en momentos de máxima excitación, ya que nos pasábamos el día corriendo, jugando a las peleas y sobre todo en algunas ocasiones nos enzarzábamos a pedradas con los chicos del pueblo de al lado de orilla a orilla del río.
Pero quiero pararme especialmente en un juego que se convirtió pronto en competición y que practicábamos a menudo Milín, Moncho y yo. Os explico. Subidos a la balconada de ladrillos del patio de la escalera de mi casa, de unos dos metros y medio y sobre una superficie de apenas unos centímetros, competíamos a ver quién lanzaba más lejos el líquido espumoso de nuestra vejiga. Era el “ a ver quien mea más lejos” de toda la vida.
He de reconocer sin rubor que siempre nos ganaba Moncho, aunque la verdad sea dicha, partía con una ventaja de al menos 20 cm. Qué tío, no había visto nunca nada igual, ni creo que lo vuelva a ver, aunque no me fijo mucho, la verdad sea dicha. Nunca comprendí como no se iba de bruces de la balconada abajo por el propio peso de aquello! Su fama se extendió pronto por el pueblo y está pagando por ella: Ocho hijos y va por el tercer matrimonio. Ya lo decía mi madre, pese a la publicidad nunca compres aquello que te sobre.
Noté el codo de Don Benigno en mis costillas porque era el momento de echar unas gotitas de agua en el vino que se convertiría en la sangre de Cristo y yo andaba por los cerros de Dña Ubeda. Me volví para tomar la jarrita de agua (por aquel entonces la misa aún se decía de espaldas al pueblo ) y dí gracias a dios porque el agua aún no se hubiera convertido en sangre, ya que al mirar al primer banco y verla, con su sonrisa más burlona, sus calcetines de perlé blanco por debajo de las rodillas y su faldita por encima, la jarrita se estrelló contra el suelo con tal estrépito que una paloma que anidaba en el techo salio dando aletazos, mientras la gente absorta la miraba devotamente imaginando que fuese el espíritu Santo. Don Benigno echaba fuego por los ojos mientras Rosita se partía de risa en el primer banco y yo no sabía donde meterme, por lo que decidí seguir con la misa como si tal cosa. Ese día la sangre de Cristo sería más pura que nunca, sin rebajar.
A la salida y disimuladamente Rosita me entregó un papelito en donde se podía leer: “esta tarde en cuanto mi tío se duerma, en la Biblioteca”. ¡Esa chica se preocupaba por mi ilustración!
Imagináis como esperaba la hora sexta.
Orense a T T.
martes, 24 de noviembre de 2009
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Ya estaba impaciente por leerte.
ResponderEliminarMuxu bat
Ram
PD. He de dejar mi huella...:-D
Un gusto pasar por tu blog.. gracias por tu comentario..
ResponderEliminarya me quedo por aquí leyéndote..
Un abrazo
Con mis
Saludos fraternos.
Esa chica tenía una fijación con la biblioteca y vos con la chica.
ResponderEliminarLo que me gusta de tu relato es que a pesar de lo poco divertido que sería estar con el cura a tu edad, encontrabas tus espacios y lo pasabas bien.
Un abrazo
Esta historia está resultando de lo más entretenida, espero con ganas el final del verano, seguro que la última noche guarda interesantes sorpresas en la manga que no me gustaría perderme.
ResponderEliminarBesos chico listo..
(ocho hijos por Dios que derroche!!!)
Sabes, Ram, que el comentario es el alimento de que nos nutrimos los ególatras y el tuyo siempre es bien recibido..
ResponderEliminarNo esperes al final del verano, I am...las sorpresas, por serlo, acuden cuando menos se espera!
ResponderEliminarY la Adolescencia es tan imprevisible...
Un gusto verte por aquí.
Es cierto, Inés, el pavito simplemente aprovechaba lo que tenía a mano, cuestión de subsistencia. Y sí, la biblioteca era un lugar ideal para esconder toda la desbordada imaginación.
ResponderEliminarGracias, Adolfo, por tu celeridad exquisita.Podría dedicarte una frase que leí en algún libro y que siento como cierta..."no soy digno de que entres en mi casa..."
ResponderEliminarTe haces de rogar, para dejarnos leerte... genial, como siempre.
ResponderEliminarPor cierto... tardara mucho en dormirse el sr cura, tio de Rosita? ... creo que estoy mas impaciente que el chico citado.
Besitosss
En los pueblos,Sweet, el tiempo transcurre lánguidamente..pero todo llega, no deberíamos precipitarnos.
ResponderEliminarTiene un aire a Lazarillo tu personaje.
ResponderEliminarSerás rencoroso!!!!... Mira que como me ponga retorcida le regalo zapatos con tacón aguja a tu amiga y ya le sugiero donde pisar...
ResponderEliminarjajajajajajajaja.. (esta risa es en off)
I am, no hace falta que le digas a una mujer donde pisar...(jejejeeje, también en off..) lo sabe exactamente!
ResponderEliminarTienes mucha razón,Raúl, uno de los pasajes que siempre se me quedó grabado en cualquier literatura, es aquel en el que Lazaro y el ciego comían una uva, pactando comer de vago en vago...al acabar le dice el ciego..."Lázaro...engañado me has..."
ResponderEliminar-Porqué lo dice mi señor...!!
-Porque mientras yo comía la uva de dos en dos, tu callabas....
Sencillamente sentido común...
Silencios,
ResponderEliminarResplandeces de nuevo en mi cocina
y luciendo hermosa cabellera
el oro de tu pelo reverbera
llenando mi toshiba de alegría!
Gracias!
Quedasteis a leer...
ResponderEliminarBesicos
yo también me pregunto cómo he estado tanto tiempo si leerte, con lo que me divierte a mi la historia de Rosita...
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