viernes, 25 de noviembre de 2016
lunes, 17 de octubre de 2016
El ánima Peregrina
“Presa quedó mi
ánima de los misterios del Camino.”
Non quiero atribularos en exceso
con el trágico acontecer de mi pasamiento a la otra vida; ocurrió y nada me ha
de devolver al mundo de los vivos. Y he de alegrarme dello, ya que ningún
suceder en él placer me ha proporcionado, descontados aquellos encuentros con
la criada del amo, en donde yo también servía, espaciados y breves, cual coito
de león. Pasaré pues sobre mi finamiento como tormenta de verano, que más ruge
que humedece; con todo, habedes saber
que, de non tener sido tan trágico el momento, cómico sería.
Estaba yo esa noche algo rijoso,
deseoso de hembra y ayuntamiento, cuando en la cuadra de la yegua llamada
“Pacífica”, luces veo que por el olor parecen velas; las que usaba en la
penumbra la jacarandosa criada. Barruntando en ello modo de sacar provecho,
allá me dirijo palpando las paredes para huir del barro y la bosta de las
vacas. La luz tintinea en el interior de la cuadra y doy en pensar que está
sujeta por mano de Aldonza. Traspaso la puerta que se halla abierta, las manos
por delante, cual ciego, por palpar cualquier obstáculo que diera en
presentarse; y topé con sus nalgas. Más duras las noté que de costumbre y con
más bello, como ásperas; y ya no sentí más que aquella coz que me lanzó contra
la pared dando con mi cráneo en perpiaño, hundiéndome el bulbo raquídeo. Nunca
me lo hubiera imaginado de la mula. Bien sabe Dios que ningún deseo libidinoso
por ella albergaba; mas fecho está y allí quedé tendido. Al punto noté una luz
que se acercaba y alejaba de los mis
ojos y un grito de mujer pidiendo auxilio y ya nada más sentí en esta vida.
Non habiendo fecho mérito para
gozar del cielo, nin para sufrir de las penas del infierno y, en viendo que
naide de mi ánima se ocupaba, decidí quedar vagando por la tierra. De ello me congratulo pues saqué más
aventuras de muerto, deambulando sin ser visto, de las que hube de vivo. Decidí
al momento ameritar el paraíso, que
siempre oí fuese cosa grata de visitar una vez difunto. Y nada mejor para
hacerme perdonar mis deslices de juventud que visitar al Santo Apóstol del que
había oído hablar a la lumbre de la cocina a pordioseros, militares, cregos y
otra gente de mal vivir, mientras viajaban al Campo de las Estrellas.
Reinaba en Castilla la noche de mi muerte, Don
Alfonso VIII, que Dios ha de tener en su gloria por haber dado matarife a miles
de almohades en las Batallas de Tolosa; y en Navarra reinaba Sancho VI, El
Sabio, mientras era yo explotado por el
amo por una adehala de miseria y las más de las veces por una taza de caldo
acedo. De todo lo anterior, menos de mis miserias, que las viví, me he enterado
en mis viajes a lo largo del Camino, oyendo fablar a las pocas gentes que en
aquel tiempo por él transitaban; mayormente extranjeros, con sayos raídos,
abarcas pobres y fediendo a abelmosco por haber pasado la noche entre ovejas,
en el mejor de los casos.
He convivido, sin vivir, con
gentes de toda condición, y en ninguno como en este siglo en que vos relato, he conocido tales
mesnadas de peregrinos, que más parece que vayan de excursión al arrollo que a
besar el Santo. A muchos dellos, la
fiera mordida del rocío les atería las manos, no quedándole otra que utilizar
la tibia orina que humeaba tentadora sobre la tierra helada como aliento de
buey.
De todos, quien más mi atención
atrajo fue un abade con quien trabé amistad, ya que captó mi presencia al acto
mientras él oraba entre unas rocas. Abandonando sus rezos y plegarias, alzó la
voz y dijo: “Desconozco quien eres, y el asunto de tu penar; compañía has de darme si lo
deseas, mas en silencio”.
Permaneció unos instantes en
quietud, atento a los murmullos de los derredores y continuó, firme de que
alguien le estaba escuchando: “Aemery soy, canciller de Papas; he atravesado
varios países por venerar a San Jacques. Sufrido he penurias, he sido sometido
a ilegales gabelas y portazgos en el País Vascuence, en donde sus ciudadanos no
respetan las jerarquías sociales, son enemigos de la nación vecina, agresivos,
impúdicos y animalizados en sus relaciones sexuales; su lengua me infunde pavor. No así en la verde Galicia
en donde abunda el pan, el vino y la sidra, sus ciudades bien pobladas y con
variedad de mercancías, aunque sus habitantes sean también malos i viziosos.”
Aquel primero peregrinaje por los
Santos Caminos, penetró en mí lentamente como el rocío en el musgo, de modo tal
que mucho temo por la llamada para mi definitivo descanso; aunque barrunto que
de mí no hagan ya memoria y obligado me vea a peregrinar por los restos. Harto
costoso resultaría abandonar el rumor de los arroyos, el piar de las aves en
las frescas mañanas de abril, el aullido de los lobos en procura de caza o el
grato placer de andar por las límpidas aguas de riachuelos que serpentean en
procura de la mar.
Andaba yo en estas cavilaciones,
cuando en la puente romana que hace de pasadera del río Bermaña, oigo el
trotar suave de una mula, a cuyo compás
ondea elegantemente el cuerpo de un jinete canturreando. Al acercarse a mi
altura, la mula cesó al instante en su trote, y piafando hacia donde yo en
espíritu me hallaba, elevó sus cuartos delanteros dando en tierra con el
cantarín caballero, que se levantó al instante sorprendido de la reacción del
animal. Hablándole con suavidad y con un movimiento hábil de su mano, la
arrendó a un carballo joven al tiempo que acariciaba su lomo susurrándole al
oído: “Mía irmana fremosa, treides conmigo, a la iglesia de Vigo y miraremos
las olas..”.
En habiéndose tranquilizado, desatola y siguió camino con el suyo canto
que se me hizo ininteligible.
Empero, claramente me llegaron las sus sosegadas
palabras: “eehh, ehhh, mula…tranquila, Pacífica..”
En el Camino por siempre, a
tantos de tantos.
viernes, 16 de septiembre de 2016
JOSÉ ALFONSO ROMERO P.SEGUÍN
El día que el escritor José
Alfonso Romero P. Seguín me ofreció presentar
su libro La hija del txakurra, en Orense, debí haber roto nuestra
relación de amistad. Y no porque no me sintiese halagado, casi abrumado, sino
porque tal como me excusé, apenas había escrito en mi vida un par de cartas al
director, un par de relatos mal hilvanados y por supuesto, como todo
adolescente que ha sido, un diario emocional de juventud que a dios gracias se
habrá perdido para siempre.
Por algún motivo que desconozco,
insistió en que yo era la persona adecuada, pese a todo.
Dejé pasar el tiempo con la
esperanza de que se olvidase de la cuestión, pero no lo hizo. No quise
defraudar su confianza y me puse con todo entusiasmo…a buscar un sustituto más
digno. Vargas Llosa estaba algo ocupado y no quise molestar tampoco a Isabel
para que intercediese por mí. Acudí a un célebre escritor Orensano, de proyección nacional, que tiene
varios libros en el mercado y una prosa brillantemente jocosa. Es tan bueno que
en la misma frase dice dos cosas contrarias y ambas parecen ciertas. Pensaba
que para esa ocasión se pondría serio y aceptaría el desafío. Jugué fuerte mis
cartas y le ofrecí en compensación dos excelentes botellas de licor café de mi
cosecha, que imaginé no podría rechazar.
Me escribió una deliciosa sarta de excusas, que encontré sensatas, por
lo que no le guardo rencor. Pero tampoco se bebió mi licor de café.
Ante el fracaso en mis
negociaciones, no tuve más que remedio que ponerme a preparar yo mismo una presentación digna de
tal acontecimiento; indagué en mis experiencias con el escritor, recordé
nuestras charlas al amor de unas botellas de vino, nuestros intercambios
epistolares en internet y sobre todo,
aspiré el halo de su escritura a través del libro cuyo borrador tengo el honor
de poseer, además de la primera y segunda edición, y a través de sus colaboraciones en la prensa escrita. Trasladé todo
ello a una libreta adquirida para la ocasión y que conservo, emborroné al menos
50 páginas de apuntes, marqué, señale, subrayé, borré y reescribí palabras y frases para que quedase al menos
una media hora de presentación digna. Lo tenía todo controlado. Tuve tiempo aún
de acompañarlo a la radio ,en donde con toda profesionalidad nos recibió Paco
González Sarria y de tomar fuerzas en un digno refrigerio que nos preparó José
Luis de Pingallo, un amante de los libros, tanto que presenta la cuenta dentro
de uno, que no debes llevarte a casa.
A la hora prevista, con mi
libreta en la mano y una seguridad que para sí quisiera el más avezado
presentador (la valentía de la inconsciencia), nos presentamos en el lugar de
los hechos, en donde nos esperaba la prensa y un público entregado. Toda mi
seguridad se desvaneció al instante, balbuceé durante tres minutos sobre
insustancialidades, y según recuerdo, ni siquiera enumeré mérito alguno del
autor de la obra. Tres minutos. El público no obstante aplaudió, tal vez
agradecido por la brevedad del suplicio.
He acudido posteriormente, para
escarnio mío, en calidad de oyente, a
alguna otra presentación del mismo libro en otros lugares, destacando la
celebrada en la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago de
Compostela, a cargo de los profesores e
historiadores Lourenzo Fernández Prieto e Israel Sammartin B. Resultó brillante, plena de sentido, de
historia, de recuerdos, de contradicciones y “pasados incómodos”, resaltando,
hasta la nada más absoluta, la realizada por mí.
No escribo esto por humildad,
sino para resarcir una deuda que contraje con el escritor José Alfonso Romero
P. Seguín, que ha tenido a bien colocar en la solapa de su segunda edición una
frase mía, que le dediqué en mi blog, presentándome él con mi profesión y la palabra
“escritor”.
No quiero dejarlo por mentiroso y
tal como hizo Silvio Santiago con su libro Vilardevós, que escribió para no
dejar por mentirosa a su hija, quien en la escuela había comentado que su padre era escritor, le dedico este humilde
recuerdo, mediante el cual espero se perdone por la osadía de haberme tildado
de algo que estoy muy lejos de parecer y mucho menos de ser.
Eso sí, aprendo día a día y tal
vez uno, que por ahora parece lejano, tengas, escritor, que venir a
presentarlo. Se titularía; No somos nadie, pero tenemos amigos importantes.
En Orense a tantos de tantos.
martes, 28 de junio de 2016
El hombre es un Brexit para el hombre.
- Esta nadería que escribe, no tiene conocimientos suficientes, ni filosóficos ni históricos, para discernir si Cataluña tiene derechos suficientes para independizarse tomando las de Villadiego con armas y bagajes. Pero cada vez más a menudo sospecha que los catalanes se están inventando razones para distanciarse de sus hermanos, o primos, del Estado español. Están cayendo en una especie de trance en donde cualquier idea encaminada a odiar a España, prende con fuerza como prende la treixadura en la tierra del Ribeiro. Lo último que he oído en varios de ellos, que aún conservo como amigos, es que quieren fugarse de España porque aquí somos unos desalmados que votamos a corruptos. Y no diría yo que no, pero antes de decirlo quiero hacerles ver a mis amigos catalanes algo de lo que tal vez, debido a su inconmesurable amor por Cataluña, no se han percatado.
- Comienzo: Convengamos como referencia, con permiso de jueces y fiscales, que el PP es un partido corrupto; sin duda tendremos que convenir que CDC también lo es, por idénticos motivos.
- En España hay un censo de votantes de 36.518.100 personas, entre residentes y no residentes.
- En Cataluña hay un censo de votantes de 5.555.199 personas, entre residentes y no residentes
- En el "territorio Nacional" han votado al PP 7.906.185 personas, lo que significa el 21,6% del total del censo con capacidad de votar.
- En Cataluña, han votado al PP 462.637 personas y al CDC 481.839 personas lo que sumado significa el 17% del total del censo con capacidad de votar.
De lo cual se infiere que el 17% de la población catalana con capacidad de votar ha votado a partidos corruptos, frente al 21,6% de la "población nacional" que también lo ha hecho.
Una diferencia poco sensible como para pregonar que somos tan diferentes.
Salvo que se pueda demostrar que quien vota al PP en Cataluña no es catalán, y quien vota a CDC sea emigrante subsahariano.
Uno, en su nadería, no acierta a comprender como los catalanes, a quienes de siempre he tenido por personas cabales y de bien, se inclinan por los razonamientos empíricos de Rufián, en detrimento de los datos aportados por Borrell. Vista la calidad de ambos personajes, uno podría estar seguro de que la Independencia nunca será posible. Pero el hombre es un Brexit para el hombre, y tal como decía mi abuelo, follador incansable y viajero empedernido, vale más un gusto que mil panderos (razonamientos).
Confío en que la buena gente catalana enfríe sus sentimientos y mire con amplitud sin dejarse ofuscar por cantos de sirenas o por Don Juanes que una vez jodido, nada de lo prometido.
En Orense a tantos de tantos.
Confío en que la buena gente catalana enfríe sus sentimientos y mire con amplitud sin dejarse ofuscar por cantos de sirenas o por Don Juanes que una vez jodido, nada de lo prometido.
En Orense a tantos de tantos.
jueves, 9 de junio de 2016
Todo es relativo. Demostración.
El día que a Klauder Bastida le
preguntó un periodista que por qué era el mejor, contestó con una humildad
franciscana, impropia de un conquistador de su clase: eso es relativo.
Desde ese día, Klauder Bastida ha
dejado de ser mi héroe. No expuso argumento alguno que nos llevase a la
conclusión firme de que todo es relativo.
Ahora mis heroínas son dos
psicólogas que trabajan en la misma planta en donde yo lo hago. Son jóvenes;
podrían ser mis hijas. A veces coincidimos en el ascensor y en alguna ocasión,
por no hablar del tiempo, he hecho algún comentario de esos que Juan Tallón
calificaría de inteligente. El otro día mismo, les he preguntado cuál era su
opinión profesional a cerca de las consecuencias de los bruscos cambios de
temperatura en el carácter de las personas. Por no hablar del tiempo.
Sin embargo, el motivo de mi
admiración hacia ellas, no radica en su juventud, ni en su aparente
profesionalidad, ni en el atrevimiento a emprender que al parecer han
demostrado. Mi admiración radica en que hace unos días, con una frase, una de
ellas demostró, sin asomo de duda, la teoría de la relatividad. O sea, que todo
es relativo.
Subíamos en el ascensor y uno,
ensimismado en sus pensamientos, se olvidó de la pregunta inteligente del día.
Ellas susurraban por lo bajo y no pude evitar oír de lo que hablaban.
-
Es una cuestión de sexualidad (susurrando)
-
Por defecto o por exceso…? (Susurrando también).
He ahí la frase de que os
hablaba, aquella que demuestra sin asomo de duda que todo es relativo. Por
exceso o por defecto…?
Porque pensemos. A los veinte
años, lo natural es tener sexo siete veces a la semana, 30 días al mes, salvo
los meses de 31 días y febrero, en que
habrá que repetir los días 27 y 28 para no perder la media. Pero a los cuarenta
y veinte, las cosas se ven de otra manera, los impulsos son más pausados y los
lugares en donde practicar se reducen notablemente por causas posturales de
naturaleza comprensible.
El problema surge cuando a los
veinte años, coyundas como uno de 60.
Pero no es de sexo de lo que
quería hablaros, sino de la teoría de la relatividad. La frase antedicha, “por
exceso o por defecto…?” es la constatación definitiva de que todo es relativo,
y que, tal como afirmaba mi abuelo materno, todo lo mucho es malo, y que los
problemas existen, por defecto o por exceso.
Y era de esto de lo que quería
hablaros. A quienes me tacháis de superfluo en la escritura, debería bastaros
ese sesudo artículo, en donde se demuestra lo que se demuestra de la manera
meridiana en que se demuestra, para cambiar de opinión, elevándome a la categoría
de “aficionadoescritormaloperosexudo”.
En Orense a tantos de tantos.
miércoles, 20 de abril de 2016
¿A quién favorece?
Cada vez que se perpetra un delito, dicen los criminólogos
que la primera pregunta que se plantea
el investigador ya desde los tiempos de Rómulo, es siempre la misma: ¿a quien
favorece?
El periodismo, como el sacerdocio es vocacional y como éste, pasa el cepillo de vez en cuando, demasiado a menudo, a mi parecer, para
satisfacer sus necesidades materiales. Y yo no tengo nada en contra, salvo si
quieren convencerme de que lo que meto en el cepillo es por mi bien. Eso las
Iglesias lo saben hacer de maravilla, pero no me lo esperaba, o sí, del periodismo.
Hace unos días, una cadena de TV entrevistó a un conocido
ex_recluso que había sido condenado por pertenencia a banda armada, creo
recordar. A Eta. Yo no lo he visto, como
no veo lo que no me apetece y sí aquello que me apetece. Perogrullo.
Enseguida se armó el clásico batiburrillo en las redes
sociales, a favor y en contra. Y como siempre, se desvía la atención hacia lo
secundario para no hacer frente a lo principal. “Los que critican la entrevista
sin verla…” “Es una entrevista necesaria” etc etc.
Como no la he visto, no voy hacer
una crítica de la misma, sino que pretendo, uno es así de inconsciente, demostrar
que no es una entrevista necesaria en absoluto; es más, es una entrevista que
como se demostrará más adelante si llegas, favorece únicamente a quien
favorece.
Premisa primera para demostrar
que no era necesaria la entrevista.
El entrevistado es un conocido
ex_recluso, un maltratador de sus semejantes, conocemos de su vida y milagros,
y diga lo que diga, en su favor o en su contra, sabemos que los maltratadores
no cambian nunca. Por otra parte, si acepta la entrevista, se supone que no
hablará mal de sí mismo. Y si lo hiciera, nunca sería tanto como daño sabemos
que ha causado. Nada nos aportará pues su testimonio, que conocemos por autos
judiciales. Por lo que diga, no perderá votos, sino que los ganará.
Premisa segunda para demostrar
que no era necesaria la entrevista.
De la premisa primera, se deduce
que la entrevista, al público que va dirigida, no le aporta nada que no supiera,
pero sí al entrevistado que podrá capitalizarla en su provecho, saliendo de
nuevo a la luz cuando estaba oscurecido y tomando un protagonismo que de ningún
modo merece. Para sí quisiera cualquier candidato a cualquier cosa, una hora de
televisión en horario de máxima audiencia. Que se lo pregunten a D. Pablo
Iglesias.
Por último, si conocemos los
índices de audiencia, podremos conocer el otro favorecido por la susodicha
entrevista.
De todo lo anterior se deduce que
la entrevista al innominado individuo sobraba y tan sólo favorece a la cadena
de televisión y al propio entrevistado, sin que por ello quiera yo interferir
en la libertad de expresión ni en la capacidad que cada grupo editorial tiene
de hacer de su capa un sayo, eso sí, sin que pretendan tacharme de imbécil.
jueves, 10 de marzo de 2016
Mimet y una señora de Murcia.
Hablo de alguien a quien todos
conocemos. O al menos a quien todos reconocemos. Ese personaje que vive de
imitar, de plagiar actitudes y conocimientos de otros. Sobrevive por encima de
sus posibilidades intelectuales, pidiendo prestado aquí y allá y
consiguiéndolo; de alguien que trepa por encima del auténtico ingenio,
consiguiendo cierto éxito únicamente reservado a alguien de más posibilidades
inmateriales. Vive del calor que desprenden los auténticos virtuosos, quienes,
eso sí, no poseen la única gran virtud de Mimet; una capacidad infinita para apropiarse de las ideas y pasiones de
otros y explotarlas en beneficio propio. He conocido a varios. Admiro su
capacidad de apariencia, su rápido aprendizaje y su sexto sentido para
saber qué jumento cabalgar en cada
momento de los muchos de que disponen. Mimet es el caolín del Everest, el agua
del pan, el barro de la charca, la púa de la música y la C de Coca-cola y pese
a todo, consigue convertir aquellas naderías en fundamentales para la vida
extrayendo más provecho de la púa de lo que lo haría Beethoven de su Novena
Sinfonía. Las frases de Mimet son secas, aseverativas, pensadas el día anterior
para conseguir el efecto que quiere que produzcan al día siguiente. Se prodiga
poco, porque Mimet no es tonto en absoluto y sabe que debe dosificarse para no
ser descubierto. Si por alguna de esas casualidades de la vida, que a menudo se
dan en personajes como Mimet, se topa con alguien que ha triunfado, su
mimetismo le alcanzará indefectiblemente y ha de tener mucho cuidado el triunfador
para que no sea absorbida su alma por la mimética alma de Mimet…
Mimet es un ser inteligente, uno
de aquellos supervivientes que siempre se apañan para no mojarse los pies
vadeando el río a lomos de otro.
En Orense a tantos de tantos, por permanecer.
jueves, 14 de enero de 2016
El bebé de Bescansa, no descansa.
En el debate del bebé
de la señora Bescansa, yo no estoy de acuerdo ni con una postura ni con la
otra. Y con eso debería dar el post por concluído, pero abundaré en razones.
Yo jamás me atrevería a llevar a un bebé a sitio semejante,
en primer lugar porque un niño es muy sensible y hay que educarlo en buenas
costumbres desde la más tierna infancia. Y es sabido que en ese lugar la gente
discute, se grita, se insulta, duerme, juega a toda clase de juegos, vota con
el pie y con las manos, en fin que el pobre bebé saldría muy perjudicado de una
sola sesión del Parlamento. Porque…qué ocurriría si alguna señoría, lo que es
más que probable, lanzase un exabrupto a su mamá en plena euforia de amor
rival?¿Cómo crecería ese niño sabiendo que en tan sagrado lugar, en donde la
gente representa a otra gente y cobra bien por ello, para que esa otra gente
pueda tener derecho a buscar trabajo y si no lo encuentra, emigre a Alemania,
cómo crecería digo sabiendo que lo más granado de nuestra sociedad se levanta
de sus hoteles de muchas estrellas, estresado, y se pone a gritar en medio del
sueño del bebé…? Eso son malos tratos de libro. Y la madre, corresponsable.
Más digo; ¿Qué
ocurriría en la incipiente mente del bebé, en su delicada masa encefálica si
alguna señoría, en un arranque de patriotismo parcial y raquítico gritase un
Visca Catalunya lliure y Puigdemont? Ese niño, paréceme, quedaría perjudicado
en su libertad personal para siempre, sufriendo en sus entendederas un empuje vertical y hacia
arriba, semejante a la potencia del grito separatista, salvo que por alguna
casualidad probable, alguien, en un impulso insuperable de justicia patriótica,
desde la otra esquina del hemiciclo gritase: Viva España, coño! En cuyo caso,
no puedo responder de la capacidad cognoscitiva futura del neonato; tal
dualidad es de una insuperable asimilación.
Todo ello sin menoscabo de la posibilidad, real como el
hemiciclo mismo, de que el niño, con sus berridos de bebé iracundo, sacuda de
su letargo “morfeico” a alguna señoría trasnochadora o trasnochada, o que la
misma u otra señoría despierte al bebé con sus iracundos gritos o con sus
guturales ronquidos. En cualquier caso, los daños para el bebé de la señora
resultarían a todas luces irrecuperables.
Por todo ello y por más cosas que en este momento no se me
ocurren, si yo hubiese tenido el gusto de ser el padre del niño de la señora
Bescansa, nunca le hubiera aconsejado que lo pasease por esos andurriales.
En Orense a tantos de tantos.
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Esta misma mañana, rebuscando en un archivo diocesano nombres de ascendientes, un nombre me llevó a otro y éste al de más allá. Un anciano que estaba detrás de mí y me oyó pronunciar el nombre del personaje que buscaba (un egregio filósofo, al que intentaba entroncar con mi abuelo) me indicó en dónde debería buscar ese apellido; provenía, dijo, de tal pueblo, a la derecha de Vilardevós, subiendo. Imagine a un jugador de quinielas, que con trece aciertos en la mano, espera, pegado al transistor, el resultado de la casilla catorce; así pasaba yo las hojas de aquel legajo, a punto de deshacerse como la ceniza de un puro. Casi temblando dí con la relación que buscaba. Había coincidencia en el padre y en la madre. Incluso los padrinos de bautizo del filósofo y de mi abuelo eran los mismos!
Atienda, que ahora viene lo interesante.
Me levanté para hacer partícipe al anciano de mi descubrimiento e imagine mi sorpresa cuando a la vista del nombre del padrino apostilla sin inmutarse: este nombre sale en el libro de Silvio Santiago. Pásmese!
Ese libro, Vilardevós se titula, y que seguramente usted conoce, aunque espero que no, para que tenga algún sentido toda esta verborrea, lo agencié yo al descuido en la librería de una amiga de Santiago, quien finalmente optó por la donación. No era El Capital, no era Los hermanos Karamazov; era Vilardevós!
Mi sorpresa fue doble; que conociese el libro y que recordara el nombre de alguien sin nombre. Me levanté disimulando mi excitación, me despedí del anciano cortésmente, le pregunté su nombre, Ramón, y me dirigí a casa en busca del librito verde temiendo no encontrarlo. Allí estaba. Busqué el nombre en cuestión y efectivamente, se trataba de un castellano de carácter fuerte que no merece más espacio. Sí lo merece en cambio lo que descubrí y que espero sirva para que usted me perdone este manifiesto abusivo; hay un capítulo entero en el libro dedicado a Juan Tallón!
Se trata seguramente de un antepasado suyo. Por dios, que así sea o no me perdonaría jamás esta temeridad. La verdad es que el capítulo, en sus manos se convertiría seguramente en una gran novela. Su “antepasado” tiene carácter y determinación.
Si por algún motivo, no se me ocurre cual, no sabe del libro, con sumo placer le hago llegar el capítulo de la manera habitual en estos tiempos.