El día que el escritor José
Alfonso Romero P. Seguín me ofreció presentar
su libro La hija del txakurra, en Orense, debí haber roto nuestra
relación de amistad. Y no porque no me sintiese halagado, casi abrumado, sino
porque tal como me excusé, apenas había escrito en mi vida un par de cartas al
director, un par de relatos mal hilvanados y por supuesto, como todo
adolescente que ha sido, un diario emocional de juventud que a dios gracias se
habrá perdido para siempre.
Por algún motivo que desconozco,
insistió en que yo era la persona adecuada, pese a todo.
Dejé pasar el tiempo con la
esperanza de que se olvidase de la cuestión, pero no lo hizo. No quise
defraudar su confianza y me puse con todo entusiasmo…a buscar un sustituto más
digno. Vargas Llosa estaba algo ocupado y no quise molestar tampoco a Isabel
para que intercediese por mí. Acudí a un célebre escritor Orensano, de proyección nacional, que tiene
varios libros en el mercado y una prosa brillantemente jocosa. Es tan bueno que
en la misma frase dice dos cosas contrarias y ambas parecen ciertas. Pensaba
que para esa ocasión se pondría serio y aceptaría el desafío. Jugué fuerte mis
cartas y le ofrecí en compensación dos excelentes botellas de licor café de mi
cosecha, que imaginé no podría rechazar.
Me escribió una deliciosa sarta de excusas, que encontré sensatas, por
lo que no le guardo rencor. Pero tampoco se bebió mi licor de café.
Ante el fracaso en mis
negociaciones, no tuve más que remedio que ponerme a preparar yo mismo una presentación digna de
tal acontecimiento; indagué en mis experiencias con el escritor, recordé
nuestras charlas al amor de unas botellas de vino, nuestros intercambios
epistolares en internet y sobre todo,
aspiré el halo de su escritura a través del libro cuyo borrador tengo el honor
de poseer, además de la primera y segunda edición, y a través de sus colaboraciones en la prensa escrita. Trasladé todo
ello a una libreta adquirida para la ocasión y que conservo, emborroné al menos
50 páginas de apuntes, marqué, señale, subrayé, borré y reescribí palabras y frases para que quedase al menos
una media hora de presentación digna. Lo tenía todo controlado. Tuve tiempo aún
de acompañarlo a la radio ,en donde con toda profesionalidad nos recibió Paco
González Sarria y de tomar fuerzas en un digno refrigerio que nos preparó José
Luis de Pingallo, un amante de los libros, tanto que presenta la cuenta dentro
de uno, que no debes llevarte a casa.
A la hora prevista, con mi
libreta en la mano y una seguridad que para sí quisiera el más avezado
presentador (la valentía de la inconsciencia), nos presentamos en el lugar de
los hechos, en donde nos esperaba la prensa y un público entregado. Toda mi
seguridad se desvaneció al instante, balbuceé durante tres minutos sobre
insustancialidades, y según recuerdo, ni siquiera enumeré mérito alguno del
autor de la obra. Tres minutos. El público no obstante aplaudió, tal vez
agradecido por la brevedad del suplicio.
He acudido posteriormente, para
escarnio mío, en calidad de oyente, a
alguna otra presentación del mismo libro en otros lugares, destacando la
celebrada en la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago de
Compostela, a cargo de los profesores e
historiadores Lourenzo Fernández Prieto e Israel Sammartin B. Resultó brillante, plena de sentido, de
historia, de recuerdos, de contradicciones y “pasados incómodos”, resaltando,
hasta la nada más absoluta, la realizada por mí.
No escribo esto por humildad,
sino para resarcir una deuda que contraje con el escritor José Alfonso Romero
P. Seguín, que ha tenido a bien colocar en la solapa de su segunda edición una
frase mía, que le dediqué en mi blog, presentándome él con mi profesión y la palabra
“escritor”.
No quiero dejarlo por mentiroso y
tal como hizo Silvio Santiago con su libro Vilardevós, que escribió para no
dejar por mentirosa a su hija, quien en la escuela había comentado que su padre era escritor, le dedico este humilde
recuerdo, mediante el cual espero se perdone por la osadía de haberme tildado
de algo que estoy muy lejos de parecer y mucho menos de ser.
Eso sí, aprendo día a día y tal
vez uno, que por ahora parece lejano, tengas, escritor, que venir a
presentarlo. Se titularía; No somos nadie, pero tenemos amigos importantes.
En Orense a tantos de tantos.
Muchas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarY brindis por los amigos!!!!