Primera Parte
El sueño en los albergues es efímero. A las 5.30, los más inquietos encienden sus lámparas de mineros y pese al cuidado que ponen, resulta imposible dormir por el trajín.
Espero a que salgan los más madrugadores, pensando en qué demonios de paisajes disfrutarán a horas tan intempestivas cuando apenas han pintado las flechas del camino. Y si estuvieran pintadas difícilmente se podrán ver.
A las seis de la mañana me levanto, me aseo y compruebo que a pesar de una ligera mejoría, mis pies se duelen del maltrato. Les aplico los cuidados de costumbre y a las siete menos cuarto de la mañana, parto, sin desayunar, con dirección a Silleda (7.5 Km). Desde Bendoiro (Lalín), el camino discurre paralelo a la nacional 525, entrando y saliendo de ella a caprichos cortos. Me desvío por el primer sendero, pasando cerca de casas en donde ni los perros se inmutan ante mi presencia. Siguen durmiendo, obviándome. Los guijarros, que no veo, luchan con mis botas (Gore-Tex), que resisten el envite defendiendo con entereza mis tobillos. Por momentos llego a pensar que soy un inconsciente tomando esos senderos en plena oscuridad y mentalmente tomo nota; comprar una linterna para la próxima ocasión.
Foto de David
Salgo por fin a la carretera de nuevo, en donde, pese al tráfico, me encuentro más seguro.
Pocos metros más allá la flecha amarilla me indica que debo abandonarla. Me introduzco por el sendero pero a los pocos metros, ante la absoluta falta de visión retorno a la carretera. Y continúo por ella hasta que, en torno a las ocho menos cuarto se hace de día.
Foto: David
Creedme si os digo que no me paro ni a mirar el amanecer. Mi pensamiento en ese momento está en llegar a Silleda desayunar y continuar hasta donde el cuerpo me permita. La etapa tiene 34 km y la temo seriamente. Apoyado en mi vara, la vista fija diez metros más allá, continúo, por donde las flechas me indican, hasta Silleda. La línea más corta dicen que es la recta, por lo que no me desvío ni un milímetro y aprovecho que no hay mucho tráfico para cruzar la rotonda de la entrada del pueblo, justo a doscientos metros del albergue. Antes de entrar en el albergue, desayuno, esta vez con ganas.
El albergue está dentro del Instituto de Silleda. Me sellan las credenciales- la burocracia del Camino- y cuando me disponía a salir me encuentro con Manolo, Antía y Matías que habían salido media hora antes. Se sorprenden al verme y me consideran digno de andar a su lado, ya que me invitan a seguir con ellos. Y eso hago. Con cierto temor, ya que no estaba seguro de poder seguir su ritmo. Al salir del instituto, que hace a su vez de albergue, nos encontramos con Pepe y Raquel que están repostando agua en una fuente. Emprendemos camino juntos hasta que ambos, Pepe y Raquel, se van quedando y continuamos los cuatro en dirección a Chapa y Bandeira. Manolo se ríe de la manera de apoyarme en mi vara y de la longitud de la misma; ellos llevan varas cortas, al estilo de bastones. Les explico las ventajas, a mi juicio, de una vara larga y lo entienden perfectamente, sobre todo en las bajadas pronunciadas cuando hay que lanzarla delante para apoyarse en ella y que la pendiente no te arrastre. También para propulsarte hacia arriba.
Impongo el ritmo, más que nada por el temor a no poder seguir el suyo. Tanto Matías como Antía tienen buen paso, los peregrinos. A la altura de Chapa nos paramos para descansar de la mochila, beber agua y mudar los calcetines. Pepe y Raquel nos alcanzan entre tanto y continuamos camino. Antía y yo nos adelantamos mientras Manolo y Matías hacen compañía a Pepe y Raquel. Andamos una media hora juntos, Antía y yo, alcanzando, sin pararnos, las manzanas que sobresalen de los árboles. Como no vemos a Manolo y a Matías, esperamos a que nos alcancen. Los tres se paran para cortar unas varas largas y continúo porque si me paro, no sé si podré retomar el camino. Sigo, a mi juicio despacio, pero pasan dos horas y pasan Bandeira, Loimil y A Estrada y sigo sólo por montes de eucaliptos y algún riachuelo tentador. Cada vez que veo agua, pienso en lo agradable que sería poder meter los pies. Pero he de continuar. Sufro un bajón físico importante y estoy a punto de estirar la estera que llevo a la espalda y descansar, pero eso me haría perder mucho tiempo y seguramente no volvería a retomar el camino. A aguantar!
Foto cedida por David
Estaba en estos pensamientos cuando, al salir del sendero a una carretera comarcal, veo a un grupo de peregrinos descansando. Y reconozco a mis desertoras, Ana y Mar, que me habían acompañado en la segunda jornada, junto con Isa y David y uno de los alemanes que había cenado con nosotros. Los caminos del Señor son insondables, con mochila o sin mochila! Nos alegramos de vernos.
Compartí con ellos el coco que estaban partiendo, pero no pude pararme a descansar por el temor que antes manifesté de no poder continuar. Me disculpé y seguí mi marcha lentamente, cuando llevaba caminados unos cientos de metros descubrí un pilón con una fuente que manaba un agua fresquísima completamente potable y no pude por menos de pararme, descalzarme y refrescar los pies. Ana, Mar, Isa, David y el alemán continuaron camino. Me tomé media hora de descanso y aún no veía a la familia de Manolo. Posiblemente mi ritmo sea mayor de lo que yo mismo me figuro. Y es que cuanto antes llegue, menos tiempo sufro.
Foto cedida por David
Qué delicia de aguita
Desde a Calzada, aldea en donde me encontraba, hasta Vedra, se contaban 4 kilómetros al menos. Y desde Vedra hasta el albergue 4,5. Comprendí que no podría andar otros ocho kilómetros y medio. Imposible. Llevaba veintisiete en las piernas y sólo la inercia me hacía continuar. La inercia y la bajada. Si el camino se empinase, ni la vara me sujetaría.
Seguí bajando hacia Vedra, tirando unas fotos del paisaje, sin apenas pararme. Estaba fotografiando un maizal cuando oí a lo lejos una voz femenina. Una esquiadora, con sus leotardos ajustados, sus bastones y sus gafas de sol bajaba a la carrera: “Te pillë, te pillé. Era Carmen, la valenciana que había cenado con nosotros la noche anterior en compañía de Miguel. Le pregunté por Miguel y me dijo que lo había dejado, que no seguía su ritmo. Peregrino que no se mueve, se abandona a su suerte, pensé. Como el camarón que no se mueve.
Foto de David
En eso estábamos cuando de nuevo a lo lejos oí unas voces a trío:
-“ Paparazzi, Paparazzi”!
Era la familia al completo, Manolo, Antía y Matías que me llamaban. Los esperamos. Faltaba apenas un km para el pueblo de Vedra. Pero faltaban cinco y medio para el albergue. Yo no podía más. Llamé a un hotel que anunciaban en el albergue anterior y en donde hacían precio especial para peregrinos. Vendrían a buscarme a la entrada del pueblo. Justo donde comienza el pueblo había un bar y allí esperé sentado con una cañita deliciosa. Otras tres personas habían tenido la misma idea que yo. Esa noche dormiría sólo, sin ronquidos y aunque fuese en un humilde Hotel. Os juro que no sentí remordimiento alguno. Por si fuera poco, el hotel no era tan humilde y me sorprendió muy gratamente.
Pazo de Galegos.
Resultó ser un hermoso Pazo, restaurado al efecto por los actuales dueños, propiedad del bibliotecario de la Catedral de Santiago de Compostela, ilustre escritor, fundador de la Academia Gallega de la Lengua y enólogo en sus ratos de ocio, Don Antonio Lopez Ferreiro.
Son sus actuales propietarios, don Manuel García Gomez y sus hijos, Antonio, que con su esposa regentan el Hotel y Pablo (Paul) que dirije y se encarga de la bodega.
El Pazo cuenta a su alrededor con viñedos propios, su propia bodega y un antiguo lagar de piedra con su prensa en perfecto estado de funcionamiento, que forma parte de la historia del Pazo. Los actuales propietarios elaboran y comercializan sus vinos bajo el nombre de Pazo de Galegos, que amablemente nos permitió catar Don Manuel después de la visita y las explicaciones correspondientes. Un cicerone perfecto. Don Manuel, gracias por todo.
He abandonado el hilo, con la emoción del vino. Retomo.
Una vez en el hotel, duchado y cambiado de ropa, he ido a comer, sólo, a un restaurante que había enfrente a 100 metros. En aquellas condiciones me pareció un kilómetro.
Una ensalada mixta; es lo que me apetecía. Y una gran cerveza.
Acabé y salí hacia el Hotel que era en donde me apetecía estar. Pedí, a la sombra de las parras, un café que me sirvió el propio dueño con unas pastas, obsequiándome con un licor café de cosecha propia que quita el sentio (y sube la tensión). Pero de algo hay que morir. Estaba dando cuenta del licor cuando a la entrada del hotel oí unas voces familiares. De nuevo Manolo, Matías y Antía, que no habían encontrado literas en el albergue y tuvieron que buscar cobijo en el hotel. Me alegré de verlos y mientras subieron a asearse, permanecí charlando con Don Manuel y tirando unas fotos de las viñas y del entorno. Ahí quedan las fotos
Emparrado del Pazo de Galegos
D. César, no se me queje tanto que si se empeña usted le busco un asiento junto a Dª Vicky.
ResponderEliminarCoño, me deja usted acojonado, ha sabido mezclar lo espiritual y lo profano, ¡aprovechando el camino para visitar bodegas y catar vinos! La próxima vez creo que, entre los Revisteros, habrá empujones para acompañarle en ese peregrinaje suyo.
Ya veo que luce su biliosidad con orgullo, amigo mío. Gracias y abrazos.
A veces el camino pide esuerzo, coraje, valentía; otras dejarse llevar, en ocasiones caminamos por inercia y muchas, muchas veces, trás sentir que no podemos más, sacamos fuerza de sabe dios donde, probablemente de la naturaleza.
ResponderEliminarAdelante y mucho ánimo. Buen camino, Caminante.
(Preciosas las fotos, invitan a andar)
Un abrazo.
Esta etapa si que ha sido bonita...
ResponderEliminarImpresionate la primera foto.Y el Pazo sin palabras.César no es mejor hacer el camino y hospedarse en hoteles aunque sean malos mejor que en un albergue???Yo creo que no soportaría dormir al lado de mucha gente.
Se te nota el cansancio bastante,esque trasmites el dolor de pies,vaya....
Que bonitas las fotos.
Con las palabras justas describe García Francés su peregrinar...No todo es sacrificio, cosa que en usted me sorprendería...Seguiré su camino...
ResponderEliminarBesos con cariño
Ufff me he agotado solo de leerte.. por Dios!!! si hasta creo que empiezan a salirme esas molestas ampollas en los pies!!!!
ResponderEliminarSi no fuera por los buenos tragos del camino, no creo que sobreviviera.
Besos Peregrino
Sr. Francés, lo comido por lo caminado. Aunque ya le he dicho que Santiago en su infinita sabiduría me priv'o de dos de mis mejores vicios de gula. Menos mal que nada es para siempre. Ya acabe de rayar con la peregrinación. Ahora podemos volver hablar de las señoras putas. Eso si, sin pagar que hay crisis.
ResponderEliminarAsí es el Camino, Pilar, unas veces sufres y otras veces también . No veas como se sufre al perder el apetito!! Gracias por tus buenos deseos.
ResponderEliminarNazaries, no es tan fácil . En primer lugar no siempre hay hoteles en los lugares por donde caminas. Y en segundo lugar perdería mucho sentido el camino sin el contacto con otras gentes. El Camino adquiere su sentido y se hace grande cuando tu te empequeñeces. Cuando utilizas los mínimos recursos y te conviertes en una persona entre otras personas. Donde todos somos peregrinos y nadie es mas peregrino que tu. El camino te enseña a descubriere en toda tu pequeñez o en toda tu magnitud. Sin adornos.
ResponderEliminarSra. Ballesteros, el señor Frances es un profesional de la palabra. No necesita muchas para acertar con las adecuadas. Gracias por tus ánimos .
ResponderEliminarI'am (Vicky), seguro que aguantarías un camino e incluso dos. Las chicas sois muy duras y tardáis mucho mas en cansaros. Seguro que lo tuyo es solo una Postura para aparentar debilidad.
ResponderEliminarMe pasa lo que a Vicky hasta a mi me da la impresión que debo ponerme crema en los pies...Oye, tomo nota de lo de la vara larga, debes tener razón.
ResponderEliminarLa fotos son preciosas, esa del emparrado un edén de frescura.
Besos!