jueves, 4 de febrero de 2021

                                        Ética, impuestos y educación fiscal


.Acumula muchas frases ingeniosas D. Albert Einstein, no en vano es un genio, y espero que ésta sea una de ellas, ya que a él se le atribuye: “lo más difícil de entender del mundo es el Impuesto sobre la Renta”. No quiero enmendar al Sr. Einstein, pero pienso a título particular, que lo más difícil de entender en este mundo es el reparto de los Presupuestos Generales del Estado. De ello hablaremos al final, como corolario de esta pequeña aportación. Con el fin de acomodar un poco las ideas al título, “Ética, impuestos y educación fiscal”, conviene decir que la mayor parte de la literatura que existe en torno a la Ética de los impuestos, al menos la que yo he podido manejar, procede de asociaciones religiosas, como si la ética emanase únicamente de la religión. Ética e impuestos son conceptos que se han entrecruzado a menudo y no siempre en concordancia. Sin embargo, los impuestos son la prueba del nueve de la auténtica ética, aquella que te hace obrar desde la conciencia y no desde los intereses personales. La ética, “proporciona al ser humano una serie de criterios y marcos teóricos indispensansables para normar la conducta haciendo al ser humano responsable y capaz de tomar decisiones a la luz de los valores universales” (Horacio Ziccardi, Profesor UBA). Los valores universales van cambiando a mayor velocidad de la que sería necesario, y las sociedades van mutando a su ritmo, imperceptible a veces, pero inexorable, consiguiendo que aquel valor de “solidaridad” que suele ser el cemento de unión en épocas de penuria, se convierta en algo menor cuando las sociedades o los individuos creen estar a salvo y nada necesitan de sus congéneres. Malos tiempos para la Ética, podríamos parodiar. Sin embargo, el ser humano es un ser social por naturaleza, vive en comunidad y utiliza los servicios que el estado pone a su disposición y por ello, como miembro de la sociedad es sujeto de un deber ético de contribuir. Por otra parte, los impuestos son cargas sin las cuales el Estado no podría garantizar la vida del sujeto en sociedad. Por ello, teniendo en cuenta este elevado objetivo resulta imperativamente ético que el individuo haya de contribuir. La ética no debería permitirnos que la contribución al sistema fiscal resulte imperativo, pero tampoco hemos de excedernos en la confianza de la bondad humana, a pesar de que el filósofo alemán Peter Sloterdijk postule la teoría del “regalo”, en donde no tenga sentido la coacción y la recaudación imposiva forzada. Pero volvamos a la tierra. Los impuestos, son eso, imposiciones de las que todos querríamos librarnos y que sobrellevamos por imperativo legal, en tanto no exista una conciencia social plena de pertenencia a un ámbito social, a una empresa común, a un proyecto colectivo que nos incardine. “Por ser el hombre naturalmente social, puede proponerse fines que trascienden del propio y que exigen la integración de su esfuerzo en el de otros hombres”. (Eloi Luis André, Deberes éticos y cívicos). Una vez que estamos convencidos de que los impuestos son necesarios para que el Estado garantice la vida en sociedad, tanto más cómoda cuánto más aportaciones del individuo, aquel ha de distribuir las cargas de acuerdo a la capacidad contributiva de éste, de modo que quienes más tienen parecería lógico que contribuyesen en mayor medida al financiamiento estatal, para respetar el principio constitucional de equidad. Durante mucho tiempo y al amparo del poder de la Iglesia, sustentado en la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, se consideraba que la autoridad civil y por ello el poder de implantrar impuestos emanaba de Dios “..y por eso también ustedes deben pagar los impuestos: los gobernantes, en efecto,son funcionarios al servicio de Dios encargados de cumplir este oficio. Den a cada uno lo que le corresponde: al que se le debe impuesto, el impuesto; al que se le debe contribución, contribución; al que se le debe respeto, respeto…”. Pero fue un hombre de Iglesia, Santo Tomás de Aquino, quien en el Siglo XIII y en su obra “Summa Teologica”, se atrevió a contradecir ligeramente esa posición y realizó lo que sin duda personalmente considero el soporte más serio en que pueda basarse un razonamiento que lleve desde la razón y la ética, a pagar impuestos. “La finalidad del diezmo es ayudar al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que coman hasta saciarse”. (Deuterenomio). Los impuestos, pues, no son cosa de la Revolución Industrial, sino que vienen de antigüo y atienden a necesidades básicas que a veces los ciudadanos por sí mismos no consiguen atender. Posiblemente conocedor Tomás de Aquino de las constantes protestas surgidas en los ciudadanos contra los gobernantes por el pago de impuestos, decidió escribir acerca de la justicia de los mismos. Consideraba Santo Tomás, ya en el Siglo XIII que el impuesto era justo y producía el deber moral de ser pagado si cumplía los siguientes cuatro principios: 1.-La causa final. Un impuesto sólo es lícito si se dedica al bien común. Solamente se debe aprobar en el caso de que los representantes de la sociedad, (ahora convendría añadir: debidamente elegidos) lo consideran justificado por los beneficios que para el bien común producirá la actividad a financiar con él. 2.-La causa eficiente. El impuesto debe ser aprobado por los representantes de la sociedad, aquellos a los que la constitución política conceda poderes para implantarlo. Además tiene que ser exigido con las debidas garantías. 3.-La causa material. El impuesto debe gravar a quien tenga la capacidad económica suficiente para hacer frente a su pago. Es preciso que exista una realidad económica que posibilite la recaudación del tributo. 4.-La causa formal. La cuantía del impuesto debe guardar una adecuada proporción con la capacidad de pago del obligado para hacer frente a éste. Este principio constituye “el requisito básico de la justicia del impuesto”. Los cuatro principios, como toda ley que se precie, quedan abiertos a interpretaciones, pero no dejan de ser columnas sólidas que reclaman el derecho del Estado para financiarse y la obligación soliaria (y ética) del individuo para contribuir a la financiación. Tomemos a modo de ejemplo el tercer principio: “El impuesto debe gravar a quien tenga la capacidad económica suficiente para hacer frente a su pago.” ¿Qué ocurriría si se ha tenido esa capacidad, no se ha contribuído y finalmente se pierde? ¿Es el individuo responsable a futuro? No cabe duda de que sí, con permiso de Santo Tomás. A pesar del gran avance para los estudiosos del tema en cuestión, a pesar de la gran aportación de Santo Tomás de Aquino, esos principios fueron levemente modificados por la doctrina de Adam Smith en su obra “Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, en 1776. Adam Smith, tomó aquellos principios del Santo, los salpimentó, los enharinó y los presentó en sociedad. Así pues, Adam consideraba que el impuesto era procedente si conservaba ciertos principios, a saber: Principio de legalidad: las normas fiscales deben ser aprobadas por la autoridad legalmente constituída. Principio de Igualdad: Igual tratamiento a igual capacidad tributaria. Principio de proporcionalidad: Que las cargas deben estar equitativamente repartidas en la población, no impidiendo por ello la progresividad del impuesto. Principio de no confiscatoriedad: No se pueden aplicar tributos que violen el derecho de propiedad. Así enumerados no podemos desentrañar por completo la ética de los impuestos; habrá que acudir a Santo Tomás y repasar su principio primero: la causa final, que ha de ser justa y dirigida al bien común. Así pues, el impuesto es ético y ha de ser aceptado si: - Es promulgado por la autoridad debidamente elegida, - Tiene como finalidad obtener recursos para satisfacer las demandas de la sociedad. - El gasto público es gestionado (ay!) con suficiente eficacia y honradez. - Es adecuado a la posibilidad de cada contribuyente. Quería acabar dando sentido al título que, además de Ética e impuestos, habla de educación fiscal. No me refiero con ello a desentrañar la declaración de la renta, que ya hemos visto que incluso a Einstein le sobrepasa; dejémoslo para los economistas. Desearía más bien que desde la escuela se conociese de dónde salen y a dónde van nuestros impuestos, conociendo los Presupuestos Generales del Estado, ya sea someramente, no tanto como mera materia de estudio sino más bien como modo de vincular desde la infancia a los niños con el sistema impositivo y con el orgullo de contribuir al estado del bienestar del que todos queremos enorgullecernos y si se atreven, intenten en el futuro impulsar una regulación más legítima, más ética y más justa, si creen que la de Andorra lo es más. César Luis Santamarina.

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