Algarabía en una céntrica calle. Gente arremolinada en un círculo desigual. Discusiones. Un hombre joven ,que hace malabares a menudo en ese lugar, se enfrenta, ojos vidriosos por la ira, (al menos) con otro hombre, mayor, negro, que soporta estoicamente sus arremetidas sin provocar.
El hombre joven amenaza verbalmente y a intervalos se
abalanza sobre el hombre mayor a quien protegen a modo de parapeto dos
viandantes, pareja de hombre y mujer. La compañera del hombre joven, que a
menudo hace malabares en la céntrica calle, se calma antes que su pareja e
intenta parlamentar con el hombre negro.
De nuevo el hombre joven arremete contra el mayor hombre negro, con
insultos y graves amenazas. La gente se arremolina lejos de la discusión,
mirando con más curiosidad que preocupación. De entre el
grupo que mira de lejos sobresale una voz autoritaria, una voz con timbres de
líder que impone su voluntad:¡Vámonos,
vámonos!
El grupo, ocho, diez personas, obedece y siguen al que dio
la voz en quien reconozco a un importante miembro de la sociedad, otrora en
labores de hacer respetar la ley desde un sillón bien alto y ahora escritor de varios libros. Mi desencanto es importante, ya que esperaba una reacción más
acorde al puesto que un día le habíamos confiado . Recordé que estuve a punto
de comprar alguno de sus libros y que ahora me alegra no haberlo hecho.
La gente no sólo ha de parecer importante, también ha de
serlo.