sábado, 8 de enero de 2011
La botella más cara de la historia.
En el libro The billionaire´s vinager, de Benajamin Wallace, se habla pormenorizadamente de la subasta de vino que se celebró un jueves 5 de dicciembre de 1985.
El lote 337 era el primero en subastarse en la sesión de tarde en la sede londinense de Christie´s. Se trataba de una botella de Chateau Lafitte de 1787 que tenía grabadas las letras “Th.J.” Estaba llena de vino que parecía haber sobrevivido intacto 200 años.
Michael Broadbent, responsable del departamento de vinos de Christie´s y el más prestigioso experto en caldos antiguos, avalaba que las iniciales eran de Thomas Jefferson, tercer presidente de los EEUU y autor de la declaración de Independencia.
Kip Forbes
En aquella sala se encontraban algunos de los hombres más ricos del mundo y algunos de los más exiguos expertos y coleccionistas de vinos. Destacaba sobre todos Christoper Kip Forbes que pretendía sorprender a su padre, el editor norteamericano Malcolm Forbes, adquiriendo la botella para una muestra sobre Jefferson que se iba a inaugurar la noche siguiente en Manhatan. En el fondo de la sala, otro americano, Marvin Shanken, editor de la revista especializada Wine Spectator cuyos comentarios podían arruinar una bodega o elevarla a la más alta categoría. Cada comentario positivo suyo, elevaba el precio de la botella en al menos 10 dólares.
Marvin Shanken
La puja comenzó tranquila, con 5000 libras; cuando llegó a las 30000 alguien pujó 50000 libras. Michael Broadbent reconoció al hijo de Forbes y sonrió para sus adentros. Los murmullos crecían en la sala, jamás se había pagado semejante cantidad por vino alguno. En cuanto cesaron los murmullos, M.B levantó el martillo lentamente para que se viese desde todos los rincones de la sala. ¿Alguien da más?
Al editor de Wine Spectator aquellas palabras le resonaron como cien caballos trotando sobre el asfalto. Estaba allí únicamente para conseguir aquella botella. Pero sus ilusiones se habían desmoronado desde el principio. Sabía que no podía competir con los Forbes; su presupuesto se reducía a 30000 libras. Pero justo antes de que el martillo cayera sobre el taco, hizo un gesto y comenzó una dura pugna con los Forbes que le llevo a ofrecer el equivalente a 150000 dólares. Durante unos breves momentos Shanken, el editor, miró con terror la cara de Forbes. Pero Kib aceptó el envite y cerró la subasta en 156.000 dólares. Shanken debió respirar aliviado. Se había vendido la botella de vino más cara de la historia. Cuando Kip telefoneó a su padre para decirle que tenía aquella botella y le mencionó su precio, a punto estuvo de caérsele el teléfono de las manos.
Michael Broadbent
Michael Broadbent, lucía una gran sonrisa de satisfacción; suyo era el mérito de la subasta y quien había certificado la autenticidad del Chateau Lafitte otrora propiedad del coleccionista alemán Hardy Rodenstock.
Sin embargo las cosas no siempre son como parecen y la historia nos reserva ciertas sorpresas.
El coleccionista alemán se había hecho un nombre en el mundo del vino. Encontraba caldos imposibles, aunque no daba demasiados detalles de su proceder. Le contó a Broadbent que había descubierto las botellas de Lafitte de Jefferson al ejecutar unas obras de remodelación en una casa del barrio de Le Marais de París, detrás de un muro.
Thomas Jefferson
El presidente Jefferson, en efecto, había vivido en París desde 1784 a 1789 y se había convertido en uno de los mayores expertos en vino de la época.
Hardy Rodenstock
No obstante, inmediatamente después de la subasta y ante los ecos de la misma, apareció en la televisión Lucia Goodwin, investigadora de la fundación que vela por la memoria de Jefferson y con documentos en la mano sembraba dudas en torno a la autenticidad de la botella. El prestigio de los participantes, sin embargo, acallaba cualquier sospecha. Y el coleccionista alemán siguió proveyendo de botellas que supuestamente pertenecieron a Jefferson y todas fueron vendidas por cantidades millonarias. El jugador de Beisbol Bill Sokolin presumía de poseer y poseía un Margaut de 1787 con las iniciales de Jefferson que aseguró en 212.000 dólares. Pero empezó a cometer algunos excesos. Incluso llegó a celebrar una cena de época en su castillo de Babiera; quería recrear la cena de los tres emperadores ( El Zar Alexander II de Rusia; Wilhelm I de Prusia y Otto Von Bismarck) que se celebró en París en 1867; ¡Y llevó vinos que se sirvieron en la cena original! En ese momento comenzó a levantar sospechas.
Chateau Lafitte Rothschild.
Baron de Rothschild
Un grupo de entendidos, liderados por Bipin Desai, comenzaron a prestar más atención a las catas de botellas que provenían del coleccionista alemán; aquello no encajaba, el vino parecía ser más joven de lo que decía la etiqueta. En una cata organizada por Desai en París se probó un Figeac 1905 proporcionado por Rodenstock que fue calificado de atípico, extrañamente joven y con un sabor poco característico. Edmun Penning-Rowsell, el decano de los escritores de vino ingleses gritó: “Fraude”. Ahí empezaron las certezas y los afectados por Rodenstock comenzaron a hacerse visibles. Quienes tenían botellas de Rodenstock comenzaron a sufrir dificultades para vender su colección y Sotheby´s rechazó innumerables ofertas de subasta.
Hans-Peter Frericks, dueño de una importante bodega, denunció al coleccionista alemán y en 1992 la corte de Múnich, tras numerosos análisis científicos falló que “Rodenstock adulteró el vino u ofreció vino adulterado sabiéndolo”. La prensa no se hizo eco de la sentencia y los afectados llegaron a un acuerdo extrajudicial.
Bill Koch
Bill Koch, que a finales de los 80 había comprado 4 botellas de Jefferson fue quien más colaboró para confirmar su autenticidad. Para ello contrató a agentes del FBI. Pero no fueron expertos en vinos quienes dieron con el timo, sino medios mecánicos y científicos: al analizar los grabados de las botellas descubrieron que éstos habían sido realizados con una herramienta eléctrica moderna, probablemente un taladro de dentista.
Existieron serias sospechas en torno a la complicidad de Michael Broadbent, el director de subastas de Christie´s. A su vez éste denunció a la revista por sus insinuaciones.
La investigación le costó a Bill Koch la friolera de 1,5 millones de dólares pero admitió que seguirá hasta el final. Qué importa esa cantidad para alguien que posee 1,5 billones.
La investigación sigue su curso mientras Rodenstock sigue con sus catas, aunque ahora menos fastuosas.
Lo más curioso es que Jefferson al final de sus días había abjurado de los grandes caldos y se conformaba con un sencillo vino de mesa.
Orense a tantos de tantos.
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Don Cesar,
ResponderEliminarTremenda la historia que nos explica sobre la capacidad que tienen algunos para timar. ¡Es que ya no se puede uno fiar de nadie! A mí sería imposible que me timasen de esa forma, porque yo me doy más que satisfecho con un tinto de 10€ como máximo.
Es la ventaja que tenemos los Pobres sobre los Ricos: que a nosotros no nos pueden timar.
La historia que Vd. nos explica bien valdría para argumento de un libro vinero.
Creo que a Vd., con lo experto en vinos que es, no hay dios que sea capaz de engañarlo.
Le envío un abrazo vinero.
Antonio
Que interesante y que largo ...¡¡¡Por Dios!!
ResponderEliminarMenos mal que no se le cayó la botellita de las manos...
Si esque al final los ricos quieren beber como los pobres bebemos..vino peleón.
Un saludo
Mire usted que me acabo de tomar media botella de un vino(Pesquera) que apenas alcanza los 35 dolares....me supo a gloria debe de ser mi falta de conocimiento...después de todo cualquier vino que se tome uno termina donde mismo que no?....Salud!!!!
ResponderEliminarBesos con cariño
¡qué historia!
ResponderEliminarEl mejor vino, el que se comparte en buena compañía...
Besos abisales
Interesante historia amigo César, interesante, tanto como lo es la de la posesión extrema y el extremado culto que le profesamos y que se visualiza con toda crudeza en este arte menor del coleccionismo a ultranza.
ResponderEliminarEs un placer leerte amigo.
Recibe un fraternal abrazo.
Una deliciosa historia, amigo Cesar, y muy bien contada.
ResponderEliminarCreo que con ella se evidencia tu talento como enólogo y/o sommelier y como comunicador.
Los que aprendimos a mirar por encima del horizonte de las cuentas corrientes sabemos que, a pesar de estar atados a ellas, existe un mundo de elaboradas combinaciones de materia y espíritu donde el dinero, con estar tan presente, es absolutamente prescindible. Porque es ante ellas donde se evidencia su auténtico valor, ninguno.
No se me ocurre otro momento mejor, una botella que ha esperado paciente durante doscientos años para ser degustada merece ser la última copa que ofrezca un Eustacio Anneo para antes de morir.
Un admirado abrazo.
César...
ResponderEliminarExcelente artículo bien plagado de exahusta investigación que nos asoma a la Historia de los caldos "veteranos". Y es que, querido amigo, las cosas no son lo que parecen, y a más de uno se la dieron con queso. En esta vida el valor de las cosas es el que se pague por él, y en este caso, aunque me sobrara el dinero, ni me presentaba a la subasta. Me conformo con un Albariño, un Ribeiro, un Rioja o un Montilla y con eso me basta...
Un abrazo