TIMEO DANAOS ET DONA FERENTES
Sonó el teléfono en el
momento en que estaba a punto de asar un
chuletón y tuve un mal presentimiento.
Conocí al instante la
voz del otro lado. Todos tenemos, supongo, una sombra que no nos abandona, yo
tengo dos; la mía y la suya, alargada y siseante.
-
Buenos
días, Señó Sesa, le hablan desde Colombia.
Era un profesor de deporte de mis hijos de sus años mozos en el club que fue de mis amores. Qué tal
cómo estás, cuánto tiempo y todo eso.
-
Bien, muy bien, Señó Sesa, le llamo para
saludarle y para mandarle unas cositas.
-
Por su madre, no me mande nada desde Colombia,
podría ser malinterpretado y acabar en
la cárcel.
-
Noooo, se
rió, estoy en Barselona, ya sabe uste que mi chaval está aquí dando clases en
la academia de tal y tal y he venido a
verlo y aprovecho para saludarlo a uste, ya sabe que le estoy muy agradecido por todo y bla y bla
y blá.
Dispuse el manos
libres y mientras seguía con su voz cantarina, conseguí dar la vuelta al chuletón, elaborar una salsa de
boletus, y freír unas patatas, acabando
justo en el momento en que me pasó a su
hijo al que saludé cordialmente. Aprovechando que estaba el mío al lado y que fueron buenos amigos, le pasé el
teléfono.
Mientras hablaban,
recordé aquellos tiempos, veinte años atrás y los apuros en que el bueno del
hombre conseguía meterme sin que pudiera
deshacerme de su alargada sombra. Ya
decía el poeta aquel de la antigüedad, teme a los griegos aun cuando te hagan
regalos. Tenía mis motivos para temer; cada fin de semana me endilgaba al bueno
de su “chico”, que no tenía culpa de nada, a los torneos a que acudían los
míos. A
menudo era preciso pernoctar en algún hotel y el chaval nunca llevaba
dinero. El dinero no era el mayor problema, sino la intimidad dañada y la sensación de atraco de tu tiempo libre. Para evitaros la tentación
de que sospechéis de un comportamiento xenófobo por mi parte, os aclaro que el
hombre que está al teléfono no es ningún inmigrante al uso; tiene propiedades
en Colombia y ganaba un buen sueldo en España.
Recordé también las veces en que sigilosamente,
abandonaba la mesa siempre momentos
antes de abonar la cuenta, las pocas
veces en que viajamos juntos, con otros padres. Y sobre todo aquella ocasión en que vino a verme.
-
Señor Sesa, quería pedirle un favor.
-
Usted
dirá.
-
Usted sabe
que el trabajo aquí está malamente, quería ir a Barselona aprovechando el
Torneo del Conde de Godó y hablar allí con gente que conozco, para ver si tiene
un hueco para mí.
Me temí lo peor. Va a
pedirme dinero para el viaje, pensé. Ida y vuelta. Y estancia. Chaval, prepara
cien mil pesetas. Al menos.
-
Aprovechando el torneo, me dijo, quería que me prestase su cámara de vídeo para
grabarlo. ¿Me haría uste ese favor, Señor Sesa?
Tenía en gran aprecio mi cámara de vídeo, que me había
acompañado durante años y con la que había podido documentar media vida, pero
me pareció el mal menor. Y se la presté.
Y no volvió. La cámara. El sí volvió y me pidió disculpas por habérsela dejado
robar en el tren. Nunca hice mucho caso
a las malas lenguas que apuntaban a que la había vendido para pagar los
billetes.
O aquella otra vez en que me llamó desde Barcelona, en donde
estaba pasando las vacaciones para decirme que había enviado en el tren al
“chico” y si podía hacer el favor de acogerlo unos días en mi casa que pronto
iría a buscarlo. Era Agosto y las vacaciones programadas; pasó una semana y
nadie apareció a buscar al “chico”. Lo llamé. - Perdóneme señor Sesa, he tenido
algunos conflictos por acá y no he podido bajar; usted podría tenerlo ahí una
semanita? – Pero hombre de dios, salimos de vacaciones en tres días. No podemos
llevarlo con nosotros, tiene usted que venir a buscarlo.- No se preocupe, pues,
señor Sesa, le mandaré a alguien que lo recoja. Finalmente alguien vino,
seguramente para acogerlo también ocho días más en su casa de él y pudimos
seguir con nuestra vida.
Me extrañó que mi hijo colgara sin que el buen hombre me
hubiera pedido algo, pero seguí con la cocina hasta que cinco segundos más tarde volvió a sonar el móvil.
-
Señor Sesa, quería decirle que acabo de enviarle
unas cositas. Además le envío unas patatas de Colombia, extraordinarias, de un
sabor muy rico y de un gran rendimiento .
-
A ver, a ver, buen hombre, le interrumpí, ¿para
qué quiero yo las patatas?
-
Es para que las plante, señor Sesa, compruebe si
se dan bien y si tiene algún amigo o cliente que se dedique a ello, podemos
enviarle más.
No me lo podía creer. O sí. Me estaba proponiendo que le
buscase salida a sus patatas de Colombia. De la manera más chapucera.
-
Señor G,
si ya ha mandado el paquete lo recibiré, se las entregaré a mi suegra que las
plante, pero no tengo tiempo ni puedo andar buscando nuevos negocios, de verdad
que lo siento. Si no las ha enviado, no las envíe.
-
Entiendo, señor Sesa, no quiero que le sirva de
molestia. El paquete ya ha salido con media docena de patatas, ya me dirá usted
algo.
El chuletón despedía aromas a pimienta y a romero en rama.
El punto adecuado, jugoso, terso y encarnado, como seguramente estaban mis
mejillas encendidas de nuevo por la sombra del griego que te hace regalos.
Y ahí tenéis, un cuarto kilo de café y ocho patatas
colombianas. Esto no es imaginación, la realidad es mucho más fértil.
En Orense a tantos de tantos.
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