No quisiera con mis maledicencias
menoscabar el honor del preclaro músico, del genial compositor, pero tampoco
quería que pasaran carnavales sin descubrir la cara oculta de este ser único
que cometió, y es el que me interesa, al menos un error.
Lo tenía todo. Los libros cuentan
y no paran de su innato virtuosismo musical, de su saber vivir, de su capacidad
exagerada de saborear la vida, las mujeres,
el vino. Y es este un apartado en el que me quiero detener, por que
llamó mi atención en cuanto leí entre los arpegios de Parsifal ocultas
loas a los caldos de Burdeos.
El contacto con el vino le fue
sumamente productivo a D. Richard, ya que en sus inicios gozó del mecenazgo de
un bodeguero de Burdeos, que puso, animado por su esposa Laussot Jessie, la
fortuna y la bodega de él a la disposición de Wagner, de modo que
no tenía más que bajar las escaleras que
daban al sótano de la casa en donde vivía para gozar de los más afamados caldos
de la época, mientras tarareaba por lo bajo, Tannhäuser. Es bien conocido que
sentía predilección por la AOC Saint Joseph, del Ródano Francés, pero en
absoluto le hacía ascos a la de Saint Peray o a cualquier otra de aquellos
agraciados pagos; también era aficionado al Cognac y en menor medida al Champagne.
La relación de los restos de su bodega, así lo indican, legando más de 300 referencias
de vino, que se hacía suministrar por Maison Faure, la misma casa que proveía a
las cortes británica y austríaca de la época.
En la ópera Parsifal, que él
compuso, el protagonista trata de encontrar el Santo Grial, la copa que San
Mateo dice que Cristo usó en la Última
Cena. Es por ello un sarcasmo que fueran las copas las que le hicieron caer en
desgracia.
Podía Wagner y él lo sabía,
descorchar cualquiera de los caldos que en la casa existían, donados
gentilmente por el mecenas antedicho, así como una asignación más que generosa
para que se dedicase únicamente a sus composiciones. No era mucho pedir, por tanto por parte del benefactor,
cierto respeto por las copas que él tenía en gran estima. Podría usar
cualquiera de las estanterías del salón. Pero no. Don Richard no se conformaba
con eso y un día el mecenas le sorprendió bebiendo de las copas de Madame Jessie,
lo que le provocó un acceso de ira comprensible que dio con D. Richard fuera de
la casa y sin la correspondiente asignación.
Este episodio no tuvo afortunadamente ninguna consecuencia
para la historia de la música, ya que por entonces Richard Wagner se había
hecho con un interesante mercado al que se uniría muchos años más tarde toda
una pléyade de svasticas lideradas por un apuesto soldado de bigotillo.
En Orense a tantos de tantos,
bicentenario de D. Richard.
Lo que no dices, Cesar, es si las copas de la Madame en cuestion eran las de los sostenes
ResponderEliminarapuesto por la insinuación de Kikas, pues... viva el vino y las madames...
ResponderEliminaretílica sapiencia, don Cesar, ave
saludos blogueros
Enológica era la sapiencia de D. Richard, que lo mismo bebía en copa que a cupo de dos. Gran hombre el que sabe disfrutar de la vida.
EliminarKikas, Agatha Cristie jamás descubre en la primera página el nombre del mayordomo asesino.
ResponderEliminarDigamos que son copas opacas.
No sé porque de pronto me recordó Don Ramiro.. Tiene mucha imaginación mi estimado amigo ...no puedo dejar de preguntarme si de verdad alguien tendrá todo?Le deseo que tenga un excelente miércoles...Besos
ResponderEliminarNo somos nadie, se ve, nos pierde el beber, sorber quizá, qué decir del mamar, a los gallegos, dicen, que es el tocar. Aunque para tocar D. Richard, grande en la medida del pentágrama y grande por lo que se ve en la cata de caldos y señoras reserva, que no reservadas, eso debía saberlo el bodeguero.
ResponderEliminarDe todos modos lo imagino saliendo glorioso paladeando la escala de sabores y olores que la estancia le proporcionaba. Traduciendo, en definitiva, a música tan placentera experiencia.
Glorioso, de verdad, a la par que educativo, faceta esta del genio que desconocía.
Gracias.
Recibe un fraternal abrazo.
Los genios lo son para todo, amigo. Componen, beben, viven y aún les queda tiempo para juegos amorosos. Claro que el bodeguero debería saberlo,pero confió en exceso en sus mecenazgo y descuidó aquel adagio que sin duda data de los tiempos de Adán y que tiene que ver con las carretas...
ResponderEliminarEspero que todo vaya bien.