lunes, 30 de agosto de 2010
viernes, 27 de agosto de 2010
Leyendas Celtas.
El Molusco Gigante Part Chou.
El sargento entró de nuevo en el hall en donde se hallaba la mujer, que había atado la perrita a la estufa catalítica Super Ser que se encontraba en un rincón pegada a la pared.
A los pocos segundos entró también el cabo.
- Cómo le iba diciendo señora, continuó el sargento retomando el aire protocolario que había abandonado por la interrupción del cabo, tengo algo del máximo secreto que confesarle. Lo que voy a revelarle lo saben muy pocas personas, entre ellas nuestro invicto Caudillo a quién Dios guarde por muchos años.
La mujer vió como el sargento se volvía y mano derecha en alto, palma hacia abajo, saludaba al retrato del Caudillo que estaba a la derecha del Crucifijo.
-Número uno, continuó el sargento, su marido está sano y salvo.
Pareció aliviada al pensar que podría volverse a casa a descansar. Quiso hablar, pero el sargento le interrumpió con un gesto de su mano.
- Número dos: tiene que jurarme por lo más sagrado que lo que oirá aquí esta noche morirá con usted, no pudiendo trasmitirlo a nadie ni oralmente ni por escrito haciéndose merecedora de garrote vil si así no lo hiciese y en su defecto a la pena que las leyes oportunas tengan por conveniente.
¿Me ha entendido, señora?
La mujer que no había entendido apenas nada del farragoso párrafo, sacó en conclusión que era algo muy serio y afirmó con la esperanza de irse a dormir cuanto antes.
- Cabo Lancho, interpeló en voz alta, traigame la Biblia y tómele juramento a la señora según el Protocolo para estos casos.
El cabo Lancho salió del Hall con presteza, pero en cuanto pensó cinco segundos se dio la vuelta y susurró al sargento,
- Mi sargento, no tenemos Biblia, ni tampoco protocolo para estos casos.
- Carallo, Lancho, es que voy a tener que hacerlo yo todo..?
Elevando la voz, el sargento ordenó:
- Cabo Lancho, baje el crucifijo, yo mismo le tomaré juramento, según el protocolo para estos casos excepcionales.
El cabo Lancho se subió a una silla y entregó el crucifijo al sargento quien con un soplo lo limpió del polvo acumulado. La mujer tosió al recibir el polvo del Cristo y automáticamente se santiguó.
- Bien señora, pudo continuar al fin el sargento, antes de entregarle a su marido tiene que hacer juramento ante Cristo y ante la autoridad. Ponga la mano en el crucifijo.
Así lo hizo la mujer que vió cómo el sargento se cuadraba y con voz solemne comenzó:
- Repita conmigo.” Yo- aquí diga su nombre- en presencia de la autoridad competente divina y humana, juro por mi salvación eterna que de lo que aquí oiga no saldrá jamás ni una palabra, ni un gesto. Si así lo hicere, es mi obligación. Si no lo hiciere, quedo advertida de los perjuicios que ello me acarrearía al amparo de las Leyes Fundamentales del Movimiento y muy concretamente de la Ley de Secretos del Territorio Español y playas adyacentes, en donde se viene a decir que “ quién no observare los secretos..etc,etc.” será acreedor de las máximas penas estipuladas para ello en dichas leyes.”
El cabo Lancho no salía de su asombro ya que en su vida había asistido a juramento de ese estilo y si no fuera por lo cabal que siempre le pareció el sargento, diría que le había dado el sol en el tricornio. Y debajo.
Sea como fuere, la mujer repitió sílaba a sílaba lo que al sargento se le iba ocurriendo.
- Bien señores, ya es como si fuera de la familia de la Benemérita, ya puede compartir el secreto, proclamó el sargento como liberado de un gran peso.
El sargento se permitió un descanso en su rígida postura y tomando un tono de voz más cercano continuó:
- Verá, señora, desde hace años se están produciendo por estas fechas desapariciones como las de su marido. Desaparecen en La Lanzada y aparecen en la playa de Silgar en Sanxenxo. Realizadas las pesquisas oportunas por parte de la Benemérita, la Guardia Civil señora.- dijo aclarando por si la mujer no le hubiese entendido-, se ha comprobado sin lugar a duda alguna que se trata de una Navaja Gigante.
Ante la sorpresa de la mujer y temiendo haber ido demasiado lejos, continuó:
- ¿Ve por qué ha de ser esto secreto.? Si lo pregona, además de hacerse acreedora a las pertinentes penas susodichas, la tacharían de loca o simplemente no la creerían. Permítame que continúe. La navaja, es un molusco que para ocultarse de sus depredadores,- de sus enemigos que se la quieren comer, aclaró mirando de nuevo a la mujer-, escarba en la tierra y se hunde para no ser detectada. Por algún motivo, por alguna alteración de la naturaleza, esta navaja ha devenido en Gigante al conseguir vivir años y años , ha excavado un túnel y cuando se sumerge arrastra consigo cualquier objeto, animal o humano que se encuentre encima. La persona, animal u objeto arrastrado es transportado por succión hasta la playa mencionada en donde emerge pero por la falta de oxígeno del viaje queda inconsciente durante horas. Hay casos en que han aparecido ahogados. Su marido ha tenido suerte.
Desde nuestra experiencia en otros casos semejantes, nos permitimos aconsejarle lo siguiente a fin de que su marido no sufra los terribles males que sufrieron otras víctimas anteriores.
- Número uno: Durante los próximos diez días no puede pisar la playa.
- Numero dos: Un paseo al día a buscar el periódico y a descansar por la mañana tomando una cañita en una terraza.
- Número tres: es inevitable una siesta después de comer y al acabar otro paseíto a la sombra y un vinito en una terraza. Pruebe el Albariño, es ideal para curar algunas depresiones.
- Si usted cumple con todos estos consejos, podrá disfrutar del sol en la playa y tener unas felices vacaciones. ¿Podrá usted hacer eso por su marido? Tenga en cuenta que ha sido una experiencia muy estresante, rayando la locura.
La mujer le miraba sin saber qué decir, pero finalmente prometió cumplir con todos los consejos que el sargento le había regalado.
- Ya puede llevarse a su marido y tenga mucho cuidado, no le hable de esto hasta que no se encuentre mejor. Quizás sea conveniente no volver a mencionarlo.
Angel Izquierdo salió con aire entre despistado y contrito, la mujer se fue hacia él y mirándolo de arriba abajo le entregó la perrita que estaba saltando de alegría, salieron y se perdieron en la oscuridad.
- Lancho, dijo el sargento, devuelva el crucifijo a su lugar pero antes prométame que jurará donde haga falta que esta noche no ha venido nadie al cuartelillo. Ya arreglaré lo mío en confesión con el padre Blas. Me voy a la cama.
El cabo Lancho volvió a colgar el crucifijo, agradeciéndole vívamente la inspiración que le había insuflado a su sargento, bajo cuyas órdenes estaba orgulloso de servir.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
La mujer jamás pronunció palabra alguna sobre los hechos acaecidos aquella noche, no obstante lo cual, la leyenda del Molusco Gigante se extendió por todas las Rias Baixas apagándose únicamente con el ruido de las lanchas de los traficantes de droga.
Angel Izquierdo pasó los mejores diez días de su vida, fugándose años después con la chica de la limpieza de su empresa. Acompañado de la pekinesa.
El sargento Pombo pidió la excedencia de la Guardia Civil y se matriculó en la Uned acabando brillantemente, en diez años, la carrera de Psicología.
Pepe el Botellas sigue pescando, pero ahora en lugar de pescarlas con cocacola, mezcla limón con la ginebra. Los tiempos cambian.
En el lugar de los hechos, a tantos de tantos.
El sargento entró de nuevo en el hall en donde se hallaba la mujer, que había atado la perrita a la estufa catalítica Super Ser que se encontraba en un rincón pegada a la pared.
A los pocos segundos entró también el cabo.
- Cómo le iba diciendo señora, continuó el sargento retomando el aire protocolario que había abandonado por la interrupción del cabo, tengo algo del máximo secreto que confesarle. Lo que voy a revelarle lo saben muy pocas personas, entre ellas nuestro invicto Caudillo a quién Dios guarde por muchos años.
La mujer vió como el sargento se volvía y mano derecha en alto, palma hacia abajo, saludaba al retrato del Caudillo que estaba a la derecha del Crucifijo.
-Número uno, continuó el sargento, su marido está sano y salvo.
Pareció aliviada al pensar que podría volverse a casa a descansar. Quiso hablar, pero el sargento le interrumpió con un gesto de su mano.
- Número dos: tiene que jurarme por lo más sagrado que lo que oirá aquí esta noche morirá con usted, no pudiendo trasmitirlo a nadie ni oralmente ni por escrito haciéndose merecedora de garrote vil si así no lo hiciese y en su defecto a la pena que las leyes oportunas tengan por conveniente.
¿Me ha entendido, señora?
La mujer que no había entendido apenas nada del farragoso párrafo, sacó en conclusión que era algo muy serio y afirmó con la esperanza de irse a dormir cuanto antes.
- Cabo Lancho, interpeló en voz alta, traigame la Biblia y tómele juramento a la señora según el Protocolo para estos casos.
El cabo Lancho salió del Hall con presteza, pero en cuanto pensó cinco segundos se dio la vuelta y susurró al sargento,
- Mi sargento, no tenemos Biblia, ni tampoco protocolo para estos casos.
- Carallo, Lancho, es que voy a tener que hacerlo yo todo..?
Elevando la voz, el sargento ordenó:
- Cabo Lancho, baje el crucifijo, yo mismo le tomaré juramento, según el protocolo para estos casos excepcionales.
El cabo Lancho se subió a una silla y entregó el crucifijo al sargento quien con un soplo lo limpió del polvo acumulado. La mujer tosió al recibir el polvo del Cristo y automáticamente se santiguó.
- Bien señora, pudo continuar al fin el sargento, antes de entregarle a su marido tiene que hacer juramento ante Cristo y ante la autoridad. Ponga la mano en el crucifijo.
Así lo hizo la mujer que vió cómo el sargento se cuadraba y con voz solemne comenzó:
- Repita conmigo.” Yo- aquí diga su nombre- en presencia de la autoridad competente divina y humana, juro por mi salvación eterna que de lo que aquí oiga no saldrá jamás ni una palabra, ni un gesto. Si así lo hicere, es mi obligación. Si no lo hiciere, quedo advertida de los perjuicios que ello me acarrearía al amparo de las Leyes Fundamentales del Movimiento y muy concretamente de la Ley de Secretos del Territorio Español y playas adyacentes, en donde se viene a decir que “ quién no observare los secretos..etc,etc.” será acreedor de las máximas penas estipuladas para ello en dichas leyes.”
El cabo Lancho no salía de su asombro ya que en su vida había asistido a juramento de ese estilo y si no fuera por lo cabal que siempre le pareció el sargento, diría que le había dado el sol en el tricornio. Y debajo.
Sea como fuere, la mujer repitió sílaba a sílaba lo que al sargento se le iba ocurriendo.
- Bien señores, ya es como si fuera de la familia de la Benemérita, ya puede compartir el secreto, proclamó el sargento como liberado de un gran peso.
El sargento se permitió un descanso en su rígida postura y tomando un tono de voz más cercano continuó:
- Verá, señora, desde hace años se están produciendo por estas fechas desapariciones como las de su marido. Desaparecen en La Lanzada y aparecen en la playa de Silgar en Sanxenxo. Realizadas las pesquisas oportunas por parte de la Benemérita, la Guardia Civil señora.- dijo aclarando por si la mujer no le hubiese entendido-, se ha comprobado sin lugar a duda alguna que se trata de una Navaja Gigante.
Ante la sorpresa de la mujer y temiendo haber ido demasiado lejos, continuó:
- ¿Ve por qué ha de ser esto secreto.? Si lo pregona, además de hacerse acreedora a las pertinentes penas susodichas, la tacharían de loca o simplemente no la creerían. Permítame que continúe. La navaja, es un molusco que para ocultarse de sus depredadores,- de sus enemigos que se la quieren comer, aclaró mirando de nuevo a la mujer-, escarba en la tierra y se hunde para no ser detectada. Por algún motivo, por alguna alteración de la naturaleza, esta navaja ha devenido en Gigante al conseguir vivir años y años , ha excavado un túnel y cuando se sumerge arrastra consigo cualquier objeto, animal o humano que se encuentre encima. La persona, animal u objeto arrastrado es transportado por succión hasta la playa mencionada en donde emerge pero por la falta de oxígeno del viaje queda inconsciente durante horas. Hay casos en que han aparecido ahogados. Su marido ha tenido suerte.
Desde nuestra experiencia en otros casos semejantes, nos permitimos aconsejarle lo siguiente a fin de que su marido no sufra los terribles males que sufrieron otras víctimas anteriores.
- Número uno: Durante los próximos diez días no puede pisar la playa.
- Numero dos: Un paseo al día a buscar el periódico y a descansar por la mañana tomando una cañita en una terraza.
- Número tres: es inevitable una siesta después de comer y al acabar otro paseíto a la sombra y un vinito en una terraza. Pruebe el Albariño, es ideal para curar algunas depresiones.
- Si usted cumple con todos estos consejos, podrá disfrutar del sol en la playa y tener unas felices vacaciones. ¿Podrá usted hacer eso por su marido? Tenga en cuenta que ha sido una experiencia muy estresante, rayando la locura.
La mujer le miraba sin saber qué decir, pero finalmente prometió cumplir con todos los consejos que el sargento le había regalado.
- Ya puede llevarse a su marido y tenga mucho cuidado, no le hable de esto hasta que no se encuentre mejor. Quizás sea conveniente no volver a mencionarlo.
Angel Izquierdo salió con aire entre despistado y contrito, la mujer se fue hacia él y mirándolo de arriba abajo le entregó la perrita que estaba saltando de alegría, salieron y se perdieron en la oscuridad.
- Lancho, dijo el sargento, devuelva el crucifijo a su lugar pero antes prométame que jurará donde haga falta que esta noche no ha venido nadie al cuartelillo. Ya arreglaré lo mío en confesión con el padre Blas. Me voy a la cama.
El cabo Lancho volvió a colgar el crucifijo, agradeciéndole vívamente la inspiración que le había insuflado a su sargento, bajo cuyas órdenes estaba orgulloso de servir.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
La mujer jamás pronunció palabra alguna sobre los hechos acaecidos aquella noche, no obstante lo cual, la leyenda del Molusco Gigante se extendió por todas las Rias Baixas apagándose únicamente con el ruido de las lanchas de los traficantes de droga.
Angel Izquierdo pasó los mejores diez días de su vida, fugándose años después con la chica de la limpieza de su empresa. Acompañado de la pekinesa.
El sargento Pombo pidió la excedencia de la Guardia Civil y se matriculó en la Uned acabando brillantemente, en diez años, la carrera de Psicología.
Pepe el Botellas sigue pescando, pero ahora en lugar de pescarlas con cocacola, mezcla limón con la ginebra. Los tiempos cambian.
En el lugar de los hechos, a tantos de tantos.
miércoles, 25 de agosto de 2010
Leyendas Celtas
EL MOLUSCO GIGANTE Part Uan
El estridente ring del teléfono negro de la mesilla hizo que el sargento se despertase sobresaltado.
- ¡Diga¡, contestó intentando disimular la voz adormecida.
- Sargento, escuchó la voz cantarina del cabo Lancho, es perentorio que acuda con urgencia al cuartelillo, tenemos tres problemas.
- Déjese de palabrejas, Lancho, ¿ Qué cojones pasa para llamar a estas horas de la madrugada?
- Mi sargento, no puedo hablar, es mejor que venga inmediatamente.
- Coño, Lancho, como no sea algo “perentorio”, recalcó con sorna, le veo patrullando en Guinea Ecuatorial, dijo colgando enérgicamente al tiempo que ponía los pies en la alfombra evitando al pastor alemán que dormitaba en ella y que no hizo ademán alguno por evitarlo.
No así la pastora belga que en cuanto oyó el teléfono se levantó rápidamente, esperando tal vez adelantar el desayuno unas horas. Pero el sargento no le hizo caso alguno. El sargento Pombo amaba a los perros y a los caballos, resultándole indiferente cualquier otro animal, excepción hecha de aquellos que se podían hornear. Nunca supo muy bien si su mujer le había abandonado por tener perros o si tenía perros porque su mujer le había abandonado. En cualquier caso de eso hacía mucho tiempo, más de diez años cuando él tenía 30.
En diez minutos ya estaba sentado en su “dos caballos” que en esa época veraniega del año no tenía problemas para obedecer la orden de encendido.
En cuanto llegó al cuartelillo le estaba esparando el cabo Lancho en la puerta, visiblemente excitado.
- A sus órdenes mi sargento, saludó.
- Dígame, Lancho, a qué vienen esas prisas?
- Mi sargento, seré breve pero conciso, dijo el cabo comenzando su relato.
A las 3,30 de la madrugada, hace una hora, se personó en el cuartelillo un individuo que dijo ignorar en donde había estado desde las once de la noche hasta las tres de la madrugada. Lo último que recuerda es que se hallaba paseando con su señora y su perro por la playa de la Lanzada y que a las tres apareció en la playa de Sanxenxo. Dice no recordar lo que ocurrió en el transcurso de ese tiempo.
- No me joda, Lancho, habrá pillado una melopea de cojones, ¡como se va acordar!
- Dice que no puede beber, mi sargento y parece muy sereno. Pero espere que ahí no acaba el asunto. A las 3.35 se personó en estas dependencias Pepe el Botellas, quien dice haber sido testigo de un hecho singular en la Playa de la Lanzada.
- Venga, Lancho, apremió el sargento, que iba a ser usted conciso, abrevie
- Abreviaré, mi sargento. El tal Pepe Botellas asegura haber visto cómo a las once de la noche aproximadamente, en la playa de la Lanzada y mientras clavaba el bicho en el anzuelo de su caña, un hombre que se paseaba con una mujer y un perro, se paró en seco y de repente comenzó a ser succionado por la arena, tal como un berbiquí inverso. Como uno de esos dibujos animados que rotando sobre sí mismos se hunden en la tierra.
- Pero qué me está usted contando, Lancho, bramó el sargento. ¿Ha bebido usted?
- No, mi sargento, sabe que no bebo estando de servicio. Es lo que dice Pepe el Botellas.
- Por los patucos del Niño Jesús, Lancho, ¿Cómo puede usted dar crédito a lo que diga Pepe, si no ha estado sobrio ni un solo día desde que celebró su Primera Comunión?
- El lo asegura, mi sargento, yo sólo trasmito sus palabras.
- Bien, Lancho, acabemos con esto. ¿Dónde está el hombre?
- En la sala de órdenes, mi sargento.
- Y Pepe Botellas?
- Le hice un café y está durmiendo en la sala de banderas.
El sargento se disponía a interrogar al hombre cuando el cabo Lancho le interrumpió.
- Espere, mi sargento, aún queda el tercer problema. A eso de las 3.45 se personó una mujer de unos 45 años con una perrita pekinesa denunciando la desaparición de su marido. Comprendí entonces que podríamos estar ante un nuevo misterio, tres personas distintas y un solo caso verdadero. Y fue entonces cuando le llamé. Y aquí está usted.
- Así me gusta, Lancho, que se fije usted en todos los detalles. Ya sabemos que es perrita. Vamos a ver qué ocurre aquí, empecemos por la mujer.
Sitúese usted a mi derecha y tome nota de las contradicciones que encuentre en el relato.
El sargento Pombo entró en el cuatelillo en donde se encontró con una mujer de edad indefinida, tez morena y rictus amargo en su rostro. Diríase que contrariada por no poder estar descansando. El sargento notó enseguida que la perrita le molestaba y eso le creó malas vibraciones con respecto a la mujer.
- Buenas noches, señora, soy el sargento Pombo, cuénteme qué le ocurre.
- Ya se lo he c ontado a su compañero, dijo la mujer visiblemente molesta.
- Sí, señora, el cabo Lancho me ha informado detalladamente, pero prefiero oirlo de su viva voz, informó el sargento recreándose especialmente en las palabras “cabo Lancho”.
- Como le dije a su compañero, insistió la mujer no dándose por enterada, estaba paseando con mi marido por la playa de la Lanzada y en un momento dado, miré hacia atrás y me encontré hablando sola. No había nadie. Había desaparecido en la incipiente oscuridad. Pensando que habría ido a hacer sus necesidades esperé una media hora. Al ver que no llegaba me fui al apartamento que tenemos alquilado esperando que estuviera allí. Pero nada. Desanduve el camino y volví a la playa por si lo encontraba; tampoco. Viendo que no daba señales de vida, vine para denunciar su desaparación. Eso es todo.
El sargento se atusó el abundante bigote estilo Dalí con aire pensativo.
- Cómo se llama su marido?
- Angel Izquierdo.
- ¿Habían discutido?
- Como todos los días, asintió la mujer, nada especial. Es muy cabezón, no hace caso de nada de lo que se le dice y..
- Bien, señora, interrumpió el sargento. ¿cree usted que pudo irse por propia voluntad?
- Por propia voluntad? Imposible. No tiene voluntad propia. Mire usted que lleva trabajando veinticinco años para la misma empresa y jamás se ha atrevido a pedir un aumento de sueldo, ni un día libre. Es un cobarde, nunca podría haberse ido por voluntad propia. Además, de ocurrírsele, no lo habría hecho sin su perrita, añadió mirandola con asco.
- Bien, señora, aguarde aquí un momento.
El sargento Pombo se dirigió al cabo Lancho y le dijo algo con voz inaudible para la mujer.
- Sargento, dijo la mujer, tengo derecho a saber…
- Señora, le cortó de nuevo el sargento, en este cuartel derechos sólo los miembros de la Benemérita! No piense que me apellido Palomo. (1)
La mujer se sentó mascullando algo imperceptiblemente, ante la sonrisa escondida del cabo Lancho.
El sargento se dirigió a la sala de órdenes, en donde se encontró con un hombre de unos 50 años, con el cabello peinado hacia atrás, gafas negras de hueso y enrojecido forzadamente por el sol de agosto.
- Buenas noches, soy el sargento Pombo, ¿Cómo se llama usted?
- Angel Izquierdo, sargento.
- En buen lío nos ha metido, hombre. Yo tenía que estar durmiendo para estar despejado para el desfile de la fiesta de la ostra, usted tenía que estar en su casa, durmiendo, para estar despejado y poder pasear esta noche la playa con su mujer y su mujer tenía que estar en cama y la tengo aquí dándome el coñazo.
Si no me da una buena explicación para esto, le juro que le digo toda la verdad a su mujer.
- No me acuerdo de nada, sargento, se lo juro, dijo el hombre sin convencimiento alguno.
- Vamos a ver, hombre, que yo le comprendo. Usted está harto de pasear por la playa, darse potingues y tostarse bajo el sol. Lo comprendo, se ha montado un numerito, le ha pagado unos cubatas a Pepe Botellas para que se invente una historia y se ha ido a bailar a la discoteca. Pero hombre de dios, tendría que haberse inventado una historia más creíble!
El hombre miraba al sargento con sorpresa y cierta admiración, no comprendía cómo pudo averiguarlo en tan poco tiempo.
Como si hubiera leído los pensamientos del hombre, el sargento Pombo le señaló el sello de la muñeca en el brazo izquierdo que rezaba: Diskoteka Isis.
En un movimiento instintivo el hombre intentó ocultarlo con la otra mano, pero comprendiendo que era tarde se llevó las dos manos a la cabeza y se quedó inmóvil mientras el sargento llamaba al cabo Lancho que se presentó de inmediato en la estancia.
- Cabo, lave ese sello de la muñeca del Sr. Izquierdo. Yo me ocupo de la mujer.
El sargento salió de la sala de órdenes y entró en la recepción en donde se encontraba la mujer.
- Señora, dijo tomando un aire protocolario con el tricornio bajo el brazo izquierdo, tengo que transmitirle algo muy importante y de máximo secreto.
El cabo Lancho le interrumpió en ese momento.
- Mi sargento, venga..
- Coño, Lancho, que pasa ahora.
- Mi sargento, la mancha de tinta no se va. Es insolvente.
- Será insoluble, Lancho, insoluble.
- Será lo que usted dice mi sargento, pero no se va.
- Bien, no tengo tiempo, estámpele encima el sello de la Guardia Civil, y que no se lave hasta mañana. Para entonces esperemos que ya sea soluble. En cuanto lo haga, acompáñeme con la mujer y no se le ocurra decir ni pío. Siente al Sr. Izquierdo cerca de la puerta que pueda oir, pero que no se le ocurra salir hasta que no se le indique!
(1) Inteligente juego de palabras, Pombo=palomo en gallego.
Orense a tantos de tantos.
El estridente ring del teléfono negro de la mesilla hizo que el sargento se despertase sobresaltado.
- ¡Diga¡, contestó intentando disimular la voz adormecida.
- Sargento, escuchó la voz cantarina del cabo Lancho, es perentorio que acuda con urgencia al cuartelillo, tenemos tres problemas.
- Déjese de palabrejas, Lancho, ¿ Qué cojones pasa para llamar a estas horas de la madrugada?
- Mi sargento, no puedo hablar, es mejor que venga inmediatamente.
- Coño, Lancho, como no sea algo “perentorio”, recalcó con sorna, le veo patrullando en Guinea Ecuatorial, dijo colgando enérgicamente al tiempo que ponía los pies en la alfombra evitando al pastor alemán que dormitaba en ella y que no hizo ademán alguno por evitarlo.
No así la pastora belga que en cuanto oyó el teléfono se levantó rápidamente, esperando tal vez adelantar el desayuno unas horas. Pero el sargento no le hizo caso alguno. El sargento Pombo amaba a los perros y a los caballos, resultándole indiferente cualquier otro animal, excepción hecha de aquellos que se podían hornear. Nunca supo muy bien si su mujer le había abandonado por tener perros o si tenía perros porque su mujer le había abandonado. En cualquier caso de eso hacía mucho tiempo, más de diez años cuando él tenía 30.
En diez minutos ya estaba sentado en su “dos caballos” que en esa época veraniega del año no tenía problemas para obedecer la orden de encendido.
En cuanto llegó al cuartelillo le estaba esparando el cabo Lancho en la puerta, visiblemente excitado.
- A sus órdenes mi sargento, saludó.
- Dígame, Lancho, a qué vienen esas prisas?
- Mi sargento, seré breve pero conciso, dijo el cabo comenzando su relato.
A las 3,30 de la madrugada, hace una hora, se personó en el cuartelillo un individuo que dijo ignorar en donde había estado desde las once de la noche hasta las tres de la madrugada. Lo último que recuerda es que se hallaba paseando con su señora y su perro por la playa de la Lanzada y que a las tres apareció en la playa de Sanxenxo. Dice no recordar lo que ocurrió en el transcurso de ese tiempo.
- No me joda, Lancho, habrá pillado una melopea de cojones, ¡como se va acordar!
- Dice que no puede beber, mi sargento y parece muy sereno. Pero espere que ahí no acaba el asunto. A las 3.35 se personó en estas dependencias Pepe el Botellas, quien dice haber sido testigo de un hecho singular en la Playa de la Lanzada.
- Venga, Lancho, apremió el sargento, que iba a ser usted conciso, abrevie
- Abreviaré, mi sargento. El tal Pepe Botellas asegura haber visto cómo a las once de la noche aproximadamente, en la playa de la Lanzada y mientras clavaba el bicho en el anzuelo de su caña, un hombre que se paseaba con una mujer y un perro, se paró en seco y de repente comenzó a ser succionado por la arena, tal como un berbiquí inverso. Como uno de esos dibujos animados que rotando sobre sí mismos se hunden en la tierra.
- Pero qué me está usted contando, Lancho, bramó el sargento. ¿Ha bebido usted?
- No, mi sargento, sabe que no bebo estando de servicio. Es lo que dice Pepe el Botellas.
- Por los patucos del Niño Jesús, Lancho, ¿Cómo puede usted dar crédito a lo que diga Pepe, si no ha estado sobrio ni un solo día desde que celebró su Primera Comunión?
- El lo asegura, mi sargento, yo sólo trasmito sus palabras.
- Bien, Lancho, acabemos con esto. ¿Dónde está el hombre?
- En la sala de órdenes, mi sargento.
- Y Pepe Botellas?
- Le hice un café y está durmiendo en la sala de banderas.
El sargento se disponía a interrogar al hombre cuando el cabo Lancho le interrumpió.
- Espere, mi sargento, aún queda el tercer problema. A eso de las 3.45 se personó una mujer de unos 45 años con una perrita pekinesa denunciando la desaparición de su marido. Comprendí entonces que podríamos estar ante un nuevo misterio, tres personas distintas y un solo caso verdadero. Y fue entonces cuando le llamé. Y aquí está usted.
- Así me gusta, Lancho, que se fije usted en todos los detalles. Ya sabemos que es perrita. Vamos a ver qué ocurre aquí, empecemos por la mujer.
Sitúese usted a mi derecha y tome nota de las contradicciones que encuentre en el relato.
El sargento Pombo entró en el cuatelillo en donde se encontró con una mujer de edad indefinida, tez morena y rictus amargo en su rostro. Diríase que contrariada por no poder estar descansando. El sargento notó enseguida que la perrita le molestaba y eso le creó malas vibraciones con respecto a la mujer.
- Buenas noches, señora, soy el sargento Pombo, cuénteme qué le ocurre.
- Ya se lo he c ontado a su compañero, dijo la mujer visiblemente molesta.
- Sí, señora, el cabo Lancho me ha informado detalladamente, pero prefiero oirlo de su viva voz, informó el sargento recreándose especialmente en las palabras “cabo Lancho”.
- Como le dije a su compañero, insistió la mujer no dándose por enterada, estaba paseando con mi marido por la playa de la Lanzada y en un momento dado, miré hacia atrás y me encontré hablando sola. No había nadie. Había desaparecido en la incipiente oscuridad. Pensando que habría ido a hacer sus necesidades esperé una media hora. Al ver que no llegaba me fui al apartamento que tenemos alquilado esperando que estuviera allí. Pero nada. Desanduve el camino y volví a la playa por si lo encontraba; tampoco. Viendo que no daba señales de vida, vine para denunciar su desaparación. Eso es todo.
El sargento se atusó el abundante bigote estilo Dalí con aire pensativo.
- Cómo se llama su marido?
- Angel Izquierdo.
- ¿Habían discutido?
- Como todos los días, asintió la mujer, nada especial. Es muy cabezón, no hace caso de nada de lo que se le dice y..
- Bien, señora, interrumpió el sargento. ¿cree usted que pudo irse por propia voluntad?
- Por propia voluntad? Imposible. No tiene voluntad propia. Mire usted que lleva trabajando veinticinco años para la misma empresa y jamás se ha atrevido a pedir un aumento de sueldo, ni un día libre. Es un cobarde, nunca podría haberse ido por voluntad propia. Además, de ocurrírsele, no lo habría hecho sin su perrita, añadió mirandola con asco.
- Bien, señora, aguarde aquí un momento.
El sargento Pombo se dirigió al cabo Lancho y le dijo algo con voz inaudible para la mujer.
- Sargento, dijo la mujer, tengo derecho a saber…
- Señora, le cortó de nuevo el sargento, en este cuartel derechos sólo los miembros de la Benemérita! No piense que me apellido Palomo. (1)
La mujer se sentó mascullando algo imperceptiblemente, ante la sonrisa escondida del cabo Lancho.
El sargento se dirigió a la sala de órdenes, en donde se encontró con un hombre de unos 50 años, con el cabello peinado hacia atrás, gafas negras de hueso y enrojecido forzadamente por el sol de agosto.
- Buenas noches, soy el sargento Pombo, ¿Cómo se llama usted?
- Angel Izquierdo, sargento.
- En buen lío nos ha metido, hombre. Yo tenía que estar durmiendo para estar despejado para el desfile de la fiesta de la ostra, usted tenía que estar en su casa, durmiendo, para estar despejado y poder pasear esta noche la playa con su mujer y su mujer tenía que estar en cama y la tengo aquí dándome el coñazo.
Si no me da una buena explicación para esto, le juro que le digo toda la verdad a su mujer.
- No me acuerdo de nada, sargento, se lo juro, dijo el hombre sin convencimiento alguno.
- Vamos a ver, hombre, que yo le comprendo. Usted está harto de pasear por la playa, darse potingues y tostarse bajo el sol. Lo comprendo, se ha montado un numerito, le ha pagado unos cubatas a Pepe Botellas para que se invente una historia y se ha ido a bailar a la discoteca. Pero hombre de dios, tendría que haberse inventado una historia más creíble!
El hombre miraba al sargento con sorpresa y cierta admiración, no comprendía cómo pudo averiguarlo en tan poco tiempo.
Como si hubiera leído los pensamientos del hombre, el sargento Pombo le señaló el sello de la muñeca en el brazo izquierdo que rezaba: Diskoteka Isis.
En un movimiento instintivo el hombre intentó ocultarlo con la otra mano, pero comprendiendo que era tarde se llevó las dos manos a la cabeza y se quedó inmóvil mientras el sargento llamaba al cabo Lancho que se presentó de inmediato en la estancia.
- Cabo, lave ese sello de la muñeca del Sr. Izquierdo. Yo me ocupo de la mujer.
El sargento salió de la sala de órdenes y entró en la recepción en donde se encontraba la mujer.
- Señora, dijo tomando un aire protocolario con el tricornio bajo el brazo izquierdo, tengo que transmitirle algo muy importante y de máximo secreto.
El cabo Lancho le interrumpió en ese momento.
- Mi sargento, venga..
- Coño, Lancho, que pasa ahora.
- Mi sargento, la mancha de tinta no se va. Es insolvente.
- Será insoluble, Lancho, insoluble.
- Será lo que usted dice mi sargento, pero no se va.
- Bien, no tengo tiempo, estámpele encima el sello de la Guardia Civil, y que no se lave hasta mañana. Para entonces esperemos que ya sea soluble. En cuanto lo haga, acompáñeme con la mujer y no se le ocurra decir ni pío. Siente al Sr. Izquierdo cerca de la puerta que pueda oir, pero que no se le ocurra salir hasta que no se le indique!
(1) Inteligente juego de palabras, Pombo=palomo en gallego.
Orense a tantos de tantos.
martes, 3 de agosto de 2010
El Real Madrid ya no me pone.
Siempre he escuchado que se puede cambiar de casa, se puede cambiar de país, se puede cambiar de trabajo e incluso, cada vez más a menudo, se puede cambiar de esposa, pero jamás se cambia de equipo. Pero me lo estoy pensando seriamente. El Real Madrid ya no me pone.
No encuentro seducción en las galopadas locas de Ronaldo, es un mete-saca incesante sin apenas caricias previas. Pasada la fuerza de la juventud, necesitamos que nos seduzcan, que nos acaricien levemente, que se nos insinúen. Había más erotismo en una mirada indolente de Guti que en los arranques de bisonte, mirada al césped, de Iguaín. Y qué decir de esos suaves pases que iban a morir en el sitio justo en que se encontraba la bota del compañero para el que iban dirigidos.?También en aquellos pases fallados había concupiscencia. Ahora tendremos que conformarnos con los esfuerzos de Gago; a la tercera encontrará el hueco. Siempre forzado, siempre necesitado de vaselina.
¿Y quién demonios es Khedira? ¿Dónde estaba el día de la orgía de España? Mientras Xavi-Iniesta-Xabi-otra vez Iniesta- Busquets-Xavi-otra vez Iniesta-Piqué, acariciaban las pelotas? ¿Dónde estaba Khedira? ¿Qué demonios hacía corriendo de un lado para otro sin encontrar piel ni cuero que acariciar?
Definitivamente el Real Madrid no me pone. Y para arreglarlo han traido un entrenador macho-más macho-que todoslosmachos. Pobre del que no corra. No importa que tenga o no tenga la pelota, importa que corran y corran y marquen un golito, que una vez embarazado el partido, ya nos quedaremos quietecitos en casita para no abortar.
Este Madrid no me pone. Y estoy pensando seriamente en cambiar de equipo.
Tomaré la decisión durante estas vacaciones.
Orense a tantos de tantos.
No encuentro seducción en las galopadas locas de Ronaldo, es un mete-saca incesante sin apenas caricias previas. Pasada la fuerza de la juventud, necesitamos que nos seduzcan, que nos acaricien levemente, que se nos insinúen. Había más erotismo en una mirada indolente de Guti que en los arranques de bisonte, mirada al césped, de Iguaín. Y qué decir de esos suaves pases que iban a morir en el sitio justo en que se encontraba la bota del compañero para el que iban dirigidos.?También en aquellos pases fallados había concupiscencia. Ahora tendremos que conformarnos con los esfuerzos de Gago; a la tercera encontrará el hueco. Siempre forzado, siempre necesitado de vaselina.
¿Y quién demonios es Khedira? ¿Dónde estaba el día de la orgía de España? Mientras Xavi-Iniesta-Xabi-otra vez Iniesta- Busquets-Xavi-otra vez Iniesta-Piqué, acariciaban las pelotas? ¿Dónde estaba Khedira? ¿Qué demonios hacía corriendo de un lado para otro sin encontrar piel ni cuero que acariciar?
Definitivamente el Real Madrid no me pone. Y para arreglarlo han traido un entrenador macho-más macho-que todoslosmachos. Pobre del que no corra. No importa que tenga o no tenga la pelota, importa que corran y corran y marquen un golito, que una vez embarazado el partido, ya nos quedaremos quietecitos en casita para no abortar.
Este Madrid no me pone. Y estoy pensando seriamente en cambiar de equipo.
Tomaré la decisión durante estas vacaciones.
Orense a tantos de tantos.
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