El día que leí en la prensa la noticia no le presté más
atención que la que se le concede a un despiste propio de la senectud. Rezaba
así: “Octogenario circula en sentido contraria durante 20 km por la a-52. “
La noticia tomó un cariz diferente, más íntimo y cercano,
cuando en una visita al pueblo en Navidades , me explicaron quién era el anciano
y porqué viajaba a Vigo.
Pepe “O parranda” era el osado conductor. Me caía bien O
Parranda, a pesar de las continuas broncas
a que nos sometía en mi adolescencia a causa del fútbol. Del balón de fútbol, más concretamente. El campo de fútbol de mi adolescencia era un
erial irregular atravesado por un camino que acababa en casa de Pepe “O Parranda”. Sendas gavias
permitían el paso del agua de lluvia que en aquella etapa de mi vida parecía no
acabar nunca. Ese obstáculo natural era preciso salvarlo con una patada a
seguir y un salto que no siempre acababa en el lugar deseado. A menudo el balón
practicando una elipse imprevista entraba en el patio de Pepe, con gran algarabía de las gallinas a la que
seguían los gritos del afectado desde el balcón. A menudo se quedaba con el
balón teniendo que dar por terminado el partido en ese momento. No obstante lo
que más sacaba de sus casillas a Pepe era otra cosa, que jamás estará dispuesto
a admitir.
No era un hombre alto, por decirlo sin acritud. Poseía por
entonces una moto Guzzi que utilizaba para el trabajo. Estaba orgulloso de su
moto, la única del contorno, y le llevaban los demonios que cuando él
transitaba por el camino hacia su casa, atravesando el campo de fútbol,
continuásemos jugando con toda tranquilidad
obligándole a parar en algunas
ocasiones, teniendo que ladear le moto para poder echar pie a tierra con las
consiguientes risas de los futbolistas. A pesar de todo, Pepe me caía bien.
También porque era el padre de uno de mis mejores amigos de adolescencia.
Imagino que ese día “O Parranda” se mostraría extrañado al comprobar el número de conductores que le saludaban con las
luces al cruzarse con él.
Lo que más me sorprendió fue el motivo del viaje. ¿Qué hacía
un octogenario viajando con su novia,
una moza de 60 años de un pueblo vecino, en dirección a Vigo y dejando a su
esposa en casa? Sin duda un motivo importante y de peso. Su novia tenía cita
para una reducción de pechos, que los médicos no prescribieron pero que ella
consideraba necesario. Parece ser que Pepe se había quejado alguna vez del volumen
de aquellas mamas, tal vez rememorando los balones de fútbol que años atrás nos
había hurtado. Y ella no quería desaprovechar el ímpetu que a él le
proporcionaban aquellas píldoras moradas que periódicamente, obviando las
recomendaciones de austeridad de las autoridades sanitarias, le recetaba el
médico.
La Guardia Civil de tráfico después de detenerlo le
reconvino y Pepe mientras veía como cargaban el coche en la grúa se defendía
arguyendo que él nunca había abandonado su derecha y que dejaba espacio suficiente
para los que venían de frente.
Aún tuvo los reflejos de dar la dirección de su novia y así
pudo entrar con su coche en casa sin que por el momento nadie se enterase del
percance.
Días más tarde los hijos preocupados por la merma,
injustificable para ellos, del saldo de la cuenta corriente, le ingresaron en
el asilo. Cada día los vecinos le ven pasar en dirección al pueblo de su novia.
Orense a tantos de tantos.