El protagonista de esta historia
ya no la recuerda. Yo se la oí contar y la contrasté a través de varias fuentes.
En los años 50 vivir no era
fácil. Para comer tres veces al día había que trabajar la tierra, por lo menos
durante doce horas. De sol a sol.
Con dos mil metros de tierra bien
cuidada, es más difícil morir de hambre. Siembras unas patatas, cultivas coles,
recoges los huevos de las gallinas y si eres un poco más trabajador, mantienes
un cerdo que te proporciona lo necesario para subsistir vendiendo los jamones.
Con suerte, ya sabemos lo que le pasó a la lechera.
En los años 50 había que trabajar
para comer. De sol a sol. Y muchas veces no podías hacerlo tres veces al día.
En los últimos cien años se recuerda al menos de cada diez uno de impresionante
sequía o de heladas intempestivas o de lluvias torrenciales, que daban al
traste con lo plantado. Eran los llamados en Galicia “Os anos da fame”.
En los años 50, a los pueblos de la
montaña de Galicia no llegaba el panadero, ni el pescadero. No había GADIS, ni
Carrefour. Todo salía de la tierra. Y había que trabajarla, de sol a sol.
El protagonista de esta historia
ya no la recuerda. No recuerda que era un perfecto patriota, convencido de las
bondades del régimen que defendía a capa y espada; y no recuerda el odio
visceral que sentía por toda idea o asomo de comunismo.
Resulta que al protagonista de
esta historia, le hicieron por unanimidad alcalde pedáneo del pueblo. Se
propuso realizar unas obras necesarias, construir un cementerio y restaurar el horno en el cual se turnaban los
vecinos para elaborar el pan con el trigo propio. El poco dinero que había se
acabó muy pronto y se decidió poner a la venta las tierras comunales del pueblo
para recaudar y acabar aquellas obras.
El protagonista de esta historia
no había leído a Marx, ni a Robert Jacques Tourgot, ni a Keynes ni a ningún
otro teórico de la economía. Cuando leemos mucho, cuando oímos teorías varias
podemos contaminarnos. No pensamos desde el interior, nos dejamos llevar por
sentimientos, actos, aspectos.
Al protagonista de esta historia,
que no había leído apenas nada, pero que era hombre responsable se le hizo la
noche eterna pensando en la situación que se le presentaba; vender las tierras
a un terrateniente que se enriqueciese….o repartirlas entre los convecinos para
que subsistiesen. Si hacía lo segundo ya
podía olvidarse de las obras emprendidas.
E hizo lo segundo.
Cuando me lo contó, le hice ver
lo acertado de su decisión, a mi juicio, y que había actuado como un auténtico
comunista! El fuego de sus ojos me hizo
ver lo obsceno de mi observación.
Presumo que si el protagonista de
esta historia tuviese conocimientos de economía, estuviese moldeado a imagen y
semejanza de cualquier teoría, vendería los terrenos y gastaría el dinero. Pero
actuó con el corazón, ajeno a toda presión ideológica y pensando únicamente en
el bienestar de sus convecinos. En el
fondo no necesitamos más que un
poco de tierra para vivir y para descansar eternamente.
En Orense a tantos de tantos.