Estimado D. Santiago, reverendo padre:
De mano de nuestro común amigo
Manuel he recibido el pasado día 10 un sobre a mi nombre y de su parte de
usted.
Como quiera que nada me debe y no
siendo yo hombre cuya fama merezca sobres, quedé ligeramente perplejo por el
presente. No obstante y pensando que se trataría de una petición de donativo
para la parroquia que tan dignamente pastorea, sopesé la cartera para adivinar
mis posibilidades y sus esperanzas. Mientras tanto abrí el sobre y extraje su
contenido; una hoja escrita en inglés y extraída de la Wilkipedia que nada me
dijo, por lo que continúe con mis quehaceres. No obstante no me cuadraba que,
siendo usted pastor, acostumbrado al pedir, nada me fuese demandado y de nuevo
extraje y analicé la cuartilla. Un retrato sombreado de Churchill y un texto,
como ya dije en inglés, que aunque quisiera no podría comprender; es proverbial
mi ignorancia en materia de lenguas anglosajonas.
Continué pues con mi trabajo
y no me preocupé más del sobre que dejé entre los papeles pendientes de
clasificación. Y entonces, de pronto, como una iluminación emanada del Dios al
que usted adora, tuve una intuición y recordé. Abrí de nuevo el sobre y allí
encontré, debajo de la figura de Churchill y en letra muy pequeña, el motivo de
su atención hacia mí. Y recordé la comida que a invitación de nuestro común
amigo tuvimos el pasado día 2 del presente mes de enero. Y la conversación que
giró en torno a la literatura y a los premios Nobel. Y cómo usted nombró a
Churchill como premio Nobel y cómo yo, asno de mí, dudé de la autenticidad de
esa información, achacándole al orondo personaje únicamente un Nobel en cosas
de Paz. Y recuerdo, ahora lo recuerdo, su mirada entre compasiva y sorprendida.
Por ello, debidamente testificado por mano de nuestro común amigo Manuel, me
envía las pruebas palpables de mi ignorancia: Winston Churchill The Nobel Prize in Literatura 1953.
Poco importa al caso que dicho
premio fuese o no merecido. Ahí estaba la prueba que conservaré con toda indignidad en el armario de los baldones.
Debido a las molestias que usted
se ha tomado para desasnarme y en justa compensación, no puedo por menos que
hacer público, con la máxima publicidad de que soy capaz, mi blog, que leen
cientos de personas, cinco concretamente, al tiempo que prometo girar noticia a
todos los comensales de aquel banquete, a fin de que sean testigos de mi
ignorancia y de su caridad cristiana cumpliendo con la obra de misericordia que el Señor le encomendó, de
enseñar al que no sabe.
Quedo de usted afectísimo y nada
afectado, que besa su mano.
Y en Orense a tantos de tantos.