jueves, 14 de enero de 2016

El bebé de Bescansa, no descansa.






                                                    

En el  debate del bebé de la señora Bescansa, yo no estoy de acuerdo ni con una postura ni con la otra. Y con eso debería dar el post por concluído, pero abundaré en razones.
Yo jamás me atrevería a llevar a un bebé a sitio semejante, en primer lugar porque un niño es muy sensible y hay que educarlo en buenas costumbres desde la más tierna infancia. Y es sabido que en ese lugar la gente discute, se grita, se insulta, duerme, juega a toda clase de juegos, vota con el pie y con las manos, en fin que el pobre bebé saldría muy perjudicado de una sola sesión del Parlamento. Porque…qué ocurriría si alguna señoría, lo que es más que probable, lanzase un exabrupto a su mamá en plena euforia de amor rival?¿Cómo crecería ese niño sabiendo que en tan sagrado lugar, en donde la gente representa a otra gente y cobra bien por ello, para que esa otra gente pueda tener derecho a buscar trabajo y si no lo encuentra, emigre a Alemania, cómo crecería digo sabiendo que lo más granado de nuestra sociedad se levanta de sus hoteles de muchas estrellas, estresado, y se pone a gritar en medio del sueño del bebé…? Eso son malos tratos de libro. Y la madre, corresponsable.
Más digo;  ¿Qué ocurriría en la incipiente mente del bebé, en su delicada masa encefálica si alguna señoría, en un arranque de patriotismo parcial y raquítico gritase un Visca Catalunya lliure y Puigdemont? Ese niño, paréceme, quedaría perjudicado en su libertad personal para siempre, sufriendo en sus entendederas un empuje vertical y hacia arriba, semejante a la potencia del grito separatista, salvo que por alguna casualidad probable, alguien, en un impulso insuperable de justicia patriótica, desde la otra esquina del hemiciclo gritase: Viva España, coño! En cuyo caso, no puedo responder de la capacidad cognoscitiva futura del neonato; tal dualidad es de una insuperable asimilación.
Todo ello sin menoscabo de la posibilidad, real como el hemiciclo mismo, de que el niño, con sus berridos de bebé iracundo, sacuda de su letargo “morfeico” a alguna señoría trasnochadora o trasnochada, o que la misma u otra señoría despierte al bebé con sus iracundos gritos o con sus guturales ronquidos. En cualquier caso, los daños para el bebé de la señora resultarían a todas luces irrecuperables.
Por todo ello y por más cosas que en este momento no se me ocurren, si yo hubiese tenido el gusto de ser el padre del niño de la señora Bescansa, nunca le hubiera aconsejado que lo pasease por esos andurriales.

En Orense a tantos de tantos.