viernes, 16 de septiembre de 2016

JOSÉ ALFONSO ROMERO P.SEGUÍN





El día que el escritor José Alfonso Romero P. Seguín me ofreció presentar  su libro La hija del txakurra, en Orense, debí haber roto nuestra relación de amistad. Y no porque no me sintiese halagado, casi abrumado, sino porque tal como me excusé, apenas había escrito en mi vida un par de cartas al director, un par de relatos mal hilvanados y por supuesto, como todo adolescente que ha sido, un diario emocional de juventud que a dios gracias se habrá perdido para siempre.
Por algún motivo que desconozco, insistió en que yo era la persona adecuada, pese a todo.
Dejé pasar el tiempo con la esperanza de que se olvidase de la cuestión, pero no lo hizo. No quise defraudar su confianza y me puse con todo entusiasmo…a buscar un sustituto más digno. Vargas Llosa estaba algo ocupado y no quise molestar tampoco a Isabel para que intercediese por mí. Acudí a un célebre escritor Orensano, de proyección nacional, que tiene varios libros en el mercado y una prosa brillantemente jocosa. Es tan bueno que en la misma frase dice dos cosas contrarias y ambas parecen ciertas. Pensaba que para esa ocasión se pondría serio y aceptaría el desafío. Jugué fuerte mis cartas y le ofrecí en compensación dos excelentes botellas de licor café de mi cosecha, que imaginé no podría rechazar.  Me escribió una deliciosa sarta de excusas, que encontré sensatas, por lo que no le guardo rencor. Pero tampoco se bebió mi licor de café.
Ante el fracaso en mis negociaciones, no tuve más que remedio que ponerme a preparar yo mismo una presentación digna de tal acontecimiento; indagué en mis experiencias con el escritor, recordé nuestras charlas al amor de unas botellas de vino, nuestros intercambios epistolares en  internet y sobre todo, aspiré el halo de su escritura a través del libro cuyo borrador tengo el honor de poseer, además de la primera y segunda edición, y a través de sus colaboraciones en la prensa escrita. Trasladé todo ello a una libreta adquirida para la ocasión y que conservo, emborroné al menos 50 páginas de apuntes, marqué, señale, subrayé, borré y reescribí  palabras y frases para que quedase al menos una media hora de presentación digna. Lo tenía todo controlado. Tuve tiempo aún de acompañarlo a la radio ,en donde con toda profesionalidad nos recibió Paco González Sarria y de tomar fuerzas en un digno refrigerio que nos preparó José Luis de Pingallo, un amante de los libros, tanto que presenta la cuenta dentro de uno, que no debes llevarte a casa.
A la hora prevista, con mi libreta en la mano y una seguridad que para sí quisiera el más avezado presentador (la valentía de la inconsciencia), nos presentamos en el lugar de los hechos, en donde nos esperaba la prensa y un público entregado. Toda mi seguridad se desvaneció al instante, balbuceé durante tres minutos sobre insustancialidades, y según recuerdo, ni siquiera enumeré mérito alguno del autor de la obra. Tres minutos. El público no obstante aplaudió, tal vez agradecido por la brevedad del suplicio.
He acudido posteriormente, para escarnio mío,  en calidad de oyente, a alguna otra presentación del mismo libro en otros lugares, destacando la celebrada en la Facultad de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, a cargo de  los profesores e historiadores Lourenzo Fernández Prieto e Israel Sammartin B.  Resultó brillante, plena de sentido, de historia, de recuerdos, de contradicciones y “pasados incómodos”, resaltando, hasta la nada más absoluta, la realizada por mí.
No escribo esto por humildad, sino para resarcir una deuda que contraje con el escritor José Alfonso Romero P. Seguín, que ha tenido a bien colocar en la solapa de su segunda edición una frase mía, que le dediqué en mi blog, presentándome él con mi profesión y la palabra “escritor”.
No quiero dejarlo por mentiroso y tal como hizo Silvio Santiago con su libro Vilardevós, que escribió para no dejar por mentirosa a su hija, quien en la escuela había comentado que  su padre era escritor, le dedico este humilde recuerdo, mediante el cual espero se perdone por la osadía de haberme tildado de algo que estoy muy lejos de parecer y  mucho menos de ser.





Eso sí, aprendo día a día y tal vez uno, que por ahora parece lejano, tengas, escritor, que venir a presentarlo. Se titularía; No somos nadie, pero tenemos amigos importantes.


En Orense a tantos de tantos.