jueves, 10 de marzo de 2016

Mimet y una señora de Murcia.

                                      


                                    






Hablo de alguien a quien todos conocemos. O al menos a quien todos reconocemos. Ese personaje que vive de imitar, de plagiar actitudes y conocimientos de otros. Sobrevive por encima de sus posibilidades intelectuales, pidiendo prestado aquí y allá y consiguiéndolo; de alguien que trepa por encima del auténtico ingenio, consiguiendo cierto éxito únicamente reservado a alguien de más posibilidades inmateriales. Vive del calor que desprenden los auténticos virtuosos, quienes, eso sí, no poseen la única gran virtud de Mimet; una capacidad infinita  para apropiarse de las ideas y pasiones de otros y explotarlas en beneficio propio. He conocido a varios. Admiro su capacidad de apariencia, su rápido aprendizaje y su sexto sentido para saber  qué jumento cabalgar en cada momento de los muchos de que disponen. Mimet es el caolín del Everest, el agua del pan, el barro de la charca, la púa de la música y la C de Coca-cola y pese a todo, consigue convertir aquellas naderías en fundamentales para la vida extrayendo más provecho de la púa de lo que lo haría Beethoven de su Novena Sinfonía. Las frases de Mimet son secas, aseverativas, pensadas el día anterior para conseguir el efecto que quiere que produzcan al día siguiente. Se prodiga poco, porque Mimet no es tonto en absoluto y sabe que debe dosificarse para no ser descubierto. Si por alguna de esas casualidades de la vida, que a menudo se dan en personajes como Mimet, se topa con alguien que ha triunfado, su mimetismo le alcanzará indefectiblemente y ha de tener mucho cuidado el triunfador para que no sea absorbida su alma por la mimética alma de Mimet…

Mimet es un ser inteligente, uno de aquellos supervivientes que siempre se apañan para no mojarse los pies vadeando el río a lomos de otro.


En Orense a tantos de tantos, por permanecer.