lunes, 6 de julio de 2015

Desde mi ciruelo. La respuesta.

Es curioso como se producen los acontecimientos. Siempre había oído que los grandes descubrimientos han sido fruto de la casualidad. También algunos pequeños. Lo he comprobado el último domingo en mi persona, desde lo alto de mi ciruelo, pleno de frutos amarillos, añado, para que no haya ninguna sonrisita socarrona, y en una precaria estabilidad, con mi pierna derecha en una rama y la izquierda en otra hermana del mismo tronco. Un lugar adecuado para pensar en profundidad. Y estaba justamente pensando en la inquina que desde tiempos inmemoriales vengo observando en los obreros contra sus patrones. Y no hallo motivo. Los patrones, los empresarios, los jefes, desde siempre les han dado trabajo, tranquilidad económica, sustento y respeto. ¿Porqué entonces, me pregunté cambiando el pie izquierdo a otra rama más consistente, esa inquina que demuestran a menudo los obreros para con los empresarios…? Las respuestas no siempre sobrevienen de razones encendidas, ni de argumentos retorcidos; a menudo son sencillas y están en la naturaleza. Y allí estaba mi suegra con la respuesta que me había costado encontrar al menos 55 años. Afinqué el pie derecho en el tronco y el izquierdo en la rama más gruesa y observé el cariño con que mi suegra le hablaba a las gallinas; les susurraba palabras que me parecieron de amor, gestos delicados abriendo los brazos y queriendo acompañarlas, en un amplio abrazo, a sus aposentos de madera y paja sin que se sintieran violentadas. Permanecí así un rato observando la escena hasta que entró en liza una especie de perro que más que guardar la finca, la expolia pisando y maltratando cuanto fruto encuentra a su paso. Y ahí es a donde os quería llevar. Dejadme que cambie los pies de rama antes de que se adormezcan. Los gritos y amenazas de mi suegra hacia el perro, resonaban como truenos en la calurosa tarde de verano. Insultos de grueso calibre que casi me hacen perder el equilibrio de las carcajadas en lo alto del ciruelo. Una vez que se tranquilizó, le pregunté; - Pero mujer, cómo es que trata con tanto cariño a las gallinas y con tan poco al perro? Siempre admiré la filosofía de los pueblos, en donde todo está supeditado a lo sencillo, a la verdad sin tapujos, a la realidad viva del día a día. Gente que por fortuna ya no, pero que durante muchos años ha tenido que vivir de lo que recogía de la tierra. Gente sin más retorcimientos que la tela de la pañueleta con la que se protegían del inclemente sol de agosto. -As pitas poñen huevos e non me foden a finca. (Las gallinas me dan huevos y no me joden la finca) i este carallo non fai más que foderme. (Y este jodido, no hace más que joderme) - Pero mujer, guarda la finca y le hace muchas carantoñas. - O carallo, fódeme mais que me favorece. ( El ****** me jode más que me beneficia) - Usted le tiene manía al perro… - Por algo será! Yo no sé si queda clara la conclusión que ha de sacarse, aunque advierto que habrá que poner algún límite al perro, al tiempo que hacer comprender a mi suegra que ha de saber convivir con los animales. Sus instintos non se perderán fácilmente. Lo suyo es campar libremente, sin trabas, sin cortapisas. O tal vez no. Coño, creí que había resuelto el dilema y me han vuelto las dudas. En Orense a tantos de tantos, en domingo.