miércoles, 3 de junio de 2015

La corrupción y la zapatilla.

No es únicamente en la política. Se ha implantado la corrupción en todos los estamentos sociales.; La Iglesia, el Estado, la empresa privada, la empresa pública, la Fifa, la fórmula Uno, la imposición directa y en la imposición indirecta, incluso cuando razonamos nos hacemos trampas. Y a veces, mientras wasapeamos con el grupo o discutimos en Facebook, todos hemos intentado buscar las causas de aquella pandemia. Al cabo de unos minutos seguimos wasapeando y desistimos del intento. Pero para qué están los amigos sino para indicaros por donde van los tiros y para que no tengáis que pensar mucho. Veamos. En mi infancia, mi madre me recordaba cada día que no debía tomar nada que no fuese mío; si necesitaba cualquier cosa debería pedirla convenientemente y pagar. La mataría del disgusto si llegase a saber del mínimo latrocinio.Permitidme aquí un inciso; cuántas madres habrán muerto del disgusto en los tiempos que corren. Fin del inciso. Un día me olvidé de pedirle permiso al Sr. Trinitario, por no despertarlo de la siesta, y me subí al cerezo, atraído por el color vivo de la fruta en su punto máximo de esplendor. Pero el cabrón tenía trampas en forma de botes llenos de piedras y atados con cordeles que al mover las ramas sonaban como campanas de hojalata. Y se despertó. Y me persiguió por medio pueblo, aunque no logró su objetivo. Pero la noticia llegó a su destino y mi madre ya me estaba esperando con la zapatilla. La zurra que me propinó no me compensó de la excitación que me supuso examinar mi reconocida capacidad de trepar por los árboles. Y nunca más volví a trepar al cerezo de Trinitario. Mano de santo. Sin embargo, una noche, Pepe o Gallego, que había servido en la compañía de Operaciones especialas (Coes) también llamada “Guerrilleros” y se aburría mortalmente en aquella tranquila aldea, nos engatusó para salir de marcha nocturna por las orillas del río hasta la granja de conejos, con el loable fin de aligerar el número de ellos y que ganasen espacio. Se pertrechó de cuerdas y artilugios varios para pasar el río y nosotros, apenas niños, le seguíamos exultantes en dirección a una vergüenza segura; en mitad del camino oímos voces. Eran de gitanos que habían tenido la misma idea, pero eran tres y muy feos. No recuerdo quién de nosotros comenzó primero a correr desandando lo andado, pero todos aparecimos en la llanura donde el río se despeñaba, camino a casa. En la alocada carrera, además del orgullo había perdido un zapato y como seguro estaréis pensando al llegar a casa, mi madre que se había desgañitado llamándome durante toda la tarde, me compensó con la zapatilla. Y nunca volví a pensar en robar conejos. No os cansaré más, simplemente aclarar que a cada mal paso de infancia, correspondía un zapatillazo amoroso. Y por más que lo intenté, no conseguí desviarme del camino recto. Es por ello que deduzco, que de la actual situación de corrupción y mamandurria son responsables las madres que no han sabido utilizar para el recto fin para el que fue creado, un instrumento tan explícito como la zapatilla que hubiese alejado de tentaciones y corruptelas a los imberbes que posteriormente se dedicarían a la política. Moraleja; madre sólo hay una y zapatillas dos. En Orense a tantos de tantos.