jueves, 10 de abril de 2014

El ego y el diletante.



                                                        
                                                  
                  

-          C: No sé si fiarme de las nuevas tecnologías, chaval.
-          E: ¿Por qué lo dices? Fíate!
-          C: Si he de hacer caso al marcador de mi blog, más de cien personas entran a diario a leerme.
-          E: Eres muy optimista, el que entren no significa que te lean.
-          C: Deberías ser más condescendiente conmigo y darme  ánimos.
-          E: Es más, si entran cien personas y sólo comentan diez, quiere decir que 90 no encuentran interesante lo que escribes.
-          C: Pues sí que me ayudas. Algo no va bien, si piensas eso. Seguramente haya una explicación para ese fenómeno. La gente es tímida.
-          E: Sin duda que hay una explicación. Fácil. Son los mismos diez que entran diez veces.
-          C: Hombre, eso es halagador, que haya diez personas que puedan estar pendientes de mis letras. Lo prefiero a  resultarle indiferente a 90.
-          E: Pues quédate con ese dato, antes de empezar a pensar que es una sóla persona que entra cien veces. Eso podría ser peligroso. Podría rayar en el acoso cibernético.
-          C: Me quedaré con ese dato. ¿Has comprobado cómo la gente se agrupa al calor de las ideas semejantes?
-          E: Lo he comprobado. A la gente le gusta recibir halagos, le gusta que le bailen el agua, no le gusta que le contradigan. A ti tampoco, supongo.
-          C: Estás en un error, no me importa que alguien con autoridad,  que me razone la contrariedad, me contradiga. Soy razonable con las razones.
-          E: Menudo trabalenguas!
       Es que, resulta que el mundo del blog es una especie de mini-editorial, en donde cada cual es su propio redactor jefe y asume la ideología que ha mamado.
No venimos a este espacio a razonar sino a llenarnos de razón. A dar fe de nuestra existencia. A alumbrar frases oscuras. A reafirmarnos con testigos.
-          C: No estoy de acuerdo. Hay blogs dignos de ser leídos. Nada sectarios y muy didácticos. Blogs que no imponen, que insinúan, que enseñan, que deleitan, que razonan. Que piensan. Cierto que hay otros que deleitan, con cierto sesgo. Y algunos sesgados que no deleitan más que a sus acólitos. Son blogs ideológicos. Todos muy dignos, su lectura es libre y voluntaria. 
-          E.- Bueno y tú ¿ a quién buscas convencer?
-          C.- Hace tiempo que conozco que no es posible convencer a nadie, salvo que pienses como él. Quien nace zurdo, difícilmente alcanzará la perfección con la derecha. Es preciso esforzarse mucho y la gente no está dispuesta a hacer esfuerzos. Es más fácil abandonarse suavemente por la pendiente de la comodidad. Ésta es la sociedad de la molicie. Ganar mucho haciendo poco. Al hilo de esto, hace días leía a un escritor con mayúsculas, de esos que aún no han publicado (creo) porque a la gente nos interesan más las insípidas aventuras del mago Potter que algo que nos haga pensar. Es un texto corto, pero intenso que acaba así: “….El bienestar, el equilibrio, la abundancia, nos llevó a la molicie y a la estupidez. Veremos si las dificultades con las que arranca la década producen en nosotros ese cortocircuito necesario que nos lleve, como en otros momentos de la historia, a la inteligencia.” (Antonio Romero).


-          Ego de C: Bien, todo esto que tiene que ver con tus cien lectores?
-          C: Nada, simplemente pensaba en voz alta, buscando tu halago.
-          Ego de C: Pues ya lo tienes: Las palabras en negrilla te han salvado la puesta, gallina!





Orense a tantos de tantos. ( 2 años ha)




3 comentarios:

  1. Decía Nájera que incluso hablar solo ante el espejo resulta un remedio eficaz para la superación. Más allá de nuestra propia figura, interactuar en las redes nos devuelve una imagen habitable del paisaje inalcanzable e infinito que nos sobrecoge cuando nos asomamos a la pantalla, permitiéndonos cierto grado de ensoñación curativa. Sobreponerse a la adversidad, resiliencia, es quizá la palabra que mejor define el afán diario de la autoestima por sobrevivir a la propia nimiedad. Escribir en el ciberespacio, dentro de ese juego de tamaños y emociones, es una nueva opción para la comunicación, distinta y genuina, llena de apasionantes posibilidades que sobrepasan lo verosímil y donde cabe todo lo que el ser humano es y desea ser, como en cualquier otra parcela de la vida donde el hombre representa su propia ficción.
    Creo que eres tú, Cesar, quien se empaña en hacernos pensar ahora.
    Un abrazo.

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  2. De pronto tuve un Déja Vu, siento que hace tiempo le leí algo parecido tal vez es mi imaginación que juega conmigo.... Besos

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  3. Este blog me hizo recordar un fragmento de Un mundo feliz, de Huxley... y es que el bien supremo que todos anhelan alcanzar va cambiando de acuerdo a la época...
    "El conocimiento era el bien supremo, la verdad el máximo valor; todo lo demás era secundario y subordinado. Cierto que las ideas ya empezaban a cambiar aun entonces. Nuestro Ford mismo hizo mucho por trasladar el énfasis de la verdad y la belleza a la comodidad y la felicidad. La producción en masa exigía este cambio fundamental de ideas. La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la verdad y la belleza, no. Y, desde luego, siempre que las masas alcanzaban el poder político, lo que importaba era más la felicidad que la verdad y la belleza. A pesar de todo, todavía se permitía la investigación científica sin restricciones. La gente seguía hablando de la verdad y la belleza como si fueran los bienes supremos. Hasta que llegó la Guerra de los Nueve Años. Esto les hizo cambiar de estribillo. ¿De qué sirven la verdad, la belleza o el conocimiento cuando las bombas de ántrax llueven del cielo? Después de la Guerra de los Nueve Años se empezó a poner coto a la ciencia. A la sazón, la gente ya estaba dispuesta hasta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio. Y usted tendrá que pagarlo..."

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