lunes, 17 de febrero de 2014

El Pianista del Gran Hotel.




El pianista del Gran Hotel no tiene pelo. Su reluciente testa sobresale por encima del teclado, inclinándose suavemente al ritmo de la música.  Sus dedos acarician  melodiosamente  las teclas paseándose entre ellas  sin apenas esfuerzo  llenando el salón de hermosas melodías. El pianista del Gran Hotel apenas levanta la vista. Agradece al rígido camarero el vaso de agua con un gesto leve y prosigue su peregrinación de canciones que permite viajar a los escasos clientes desde la comodidad de sus butacas  hasta New Orleans pasando por el cálido brasil en un perfecto ensamblaje de sould y samba.   El hombre y la mujer de la mesa de enfrente del pianista alaban  la justicia de la música que suena idéntica  para millonarios que para labradores. Y se imaginan en aquel magno salón, medio vacío ahora, a la clase más favorecida de los años 20 con sus adustos gestos, sus estirados bigotes y sus pipas humeantes, sus mujeres engalanadas debajo de sus amplios sobreros, las faldas rozando las alfombras arábigas y el pianista desgranando idénticas melodías. Imaginan al Marqués de Riestra, el hombre más rico de Galicia por entonces y uno de los más influyentes políticos de España,  ignorando la brillantez de la cabeza del pianista, dos veces brillante, para emprender sus negocios y atar voluntades al capital de sus muchas empresas y actos políticos. El Marqués de Riestra allá en una esquina habla con solemnidad a un grupo de terratenientes que embelesados asienten y el hombre desde el asiento de enfrente del pianista observa cómo varios de los hombres extraen su estilográfica y rubrican en un folio su asentimiento. 


El pianista ahora entona de viva voz una canción “Monna Lisa” y el hombre de enfrente se dedica a la tarea de adivinar la procedencia geográfica del pianista. Por su virtuosismo había intuido que perteneciese a una ciudad del  Este de Europa,  aunque su físico, de tez sonrosada y rostro redondeado,  no lo sugiriese.
De pronto, al notar el arrastre de la “l”, y la nasalidad prolongada de la “n” de Monna, descubrió sin lugar a dudas su procedencia de todo punto impensada. El pianista era portugués con toda seguridad, como Mourinho.  De nuevo su voz sonó cálida en el Gran salón, certificando las impresiones de la pareja de enfrente que  después de pagar su cuenta, se levantó de la mesa con sigilo en busca del descanso en otro hotel más alejado.


Orense a tantos de tantos.

6 comentarios:

  1. El pianista portugués brilla en el anonimato, pero una vez se desvela el misterio de su intuida procedencia se devalúa hasta el extremo de merecer menos atención.
    A menudo la frente despejada no me da para más, pero lo que me resta de pelo apuesta por esa fina ironía tuya, por ese ironizar y mezclar sin pestañear al Marques de Riestra con Mourinho.
    Un placer amigo.
    Recibe un fraternal abrazo.

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  2. No fue la procedencia del pianista lo que hizo levantar a los oyentes, sino lo avanzado de la hora. Habían puesto a buen recaudo 10 euros para el Casino. Y decidieron no invertirlos.
    Saludos!

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  3. Los pianistas de salón quizá sean los únicos artistas ignorados por partida doble. Primero como personas, al igual que casi todos, después como concertistas. Por eso parecen estar absortos dentro de su propio mundo, por eso ni se inmutan cuando empiezan las peleas del salón, por eso nadie evita su presencia en las confidencias, por eso, quizá, se queden sin pelo. Los pianistas de salón son como los toreros de salón, se recrean en los movimientos una y otra vez, en una ausencia de peligro que acaba por aburrir. Uno va a tomar una copa y a charlar y el pianista pertenece al fondo anodino de un decorado humano… ¡sí!, como todos los demás. Entrañable y grata narración la tuya, César. Un cordial saludo. en Pepe "O Parranda.

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  4. Comentario de FJavier el anterior que he ubicado como he podido. Es decir, malamente.

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  5. No se yo si eso de ser compatriota del Mourinho hizo que lo abandonaran o era la madrugada que ya daban las tantas y no estaba el cuerpo para más música

    Un abrazo caballero

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  6. De ningún modo, Dña Cuarenta. Respeto a los músicos y a los deportistas respetables...

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