viernes, 27 de septiembre de 2013

El desencanto.






  Algarabía en una céntrica calle. Gente arremolinada en un círculo desigual. Discusiones. Un hombre joven ,que hace malabares  a menudo en ese lugar, se enfrenta, ojos vidriosos por la ira, (al menos) con otro hombre, mayor, negro, que soporta estoicamente sus arremetidas sin provocar.
El hombre joven amenaza verbalmente y a intervalos se abalanza sobre el hombre mayor a quien protegen a modo de parapeto dos viandantes, pareja de hombre y mujer. La compañera del hombre joven, que a menudo hace malabares en la céntrica calle, se calma antes que su pareja e intenta parlamentar con el hombre negro.  De nuevo el hombre joven arremete contra el mayor hombre negro, con insultos y graves amenazas. La gente se arremolina lejos de la discusión, mirando con más curiosidad que preocupación.  De entre el grupo que mira de lejos sobresale una voz autoritaria, una voz con timbres de líder que impone su voluntad:¡Vámonos, vámonos!
El grupo, ocho, diez personas, obedece y siguen al que dio la voz en quien reconozco a un importante miembro de la sociedad, otrora en labores de hacer respetar la ley desde un sillón bien alto y ahora  escritor de varios libros. Mi desencanto es importante, ya que esperaba una reacción más acorde al puesto que un día le habíamos confiado . Recordé que estuve a punto de comprar alguno de sus libros y que ahora me alegra no haberlo hecho.
La gente no sólo ha de parecer importante, también ha de serlo.
                                                                                                                                       
En Orense a tantos de tantos, con lluvia.                

martes, 17 de septiembre de 2013

Genio o idiota.






                                              
                     “La Comisión me ha declarado oficialmente idiota. Ya soy un idiota oficial.”
      
Es curioso.  Ahorras en tabaco y en bebidas espirituosas para de cuando en cuando disfrutar de un viaje, aún a sabiendas de que será cansado, estresante y abotargado. Contemplas auténticas maravillas del arte, monumentos de duro graníto tiznado por el tiempo y el agua, hermosos parajes, afamados y azules ríos tirando a marrones, admiras el más hermoso parlamento del mundo, el más  hermoso palacio de ópera, lugares en donde otrora descansaron afamados escritores, barrios por donde transcurrió la adolescencia tardía de éste o aquel genio, museos, torres, castillos, catedrales en donde coronaron a invencibles emperadores, puentes que acogieron a ángeles en busca de cuerpos despeñados  y te sorprendes con la más bella cafetería del mundo, te llenas, en fin, de imágenes que más tarde danzarán en tu  consciente sin orden, aleatoriamente, sin concierto, confundiendo los puentes en donde despeñaron  a invencibles emperadores con catedrales en donde los ángeles salen al encuentro de almas coronadas o confundes  azules ríos anchurosos  con marrones pantanos, en un desorden exquisito.


Pero siempre hay algo en particular que permanece en tu consciente, como un premio inesperado, como un extra impagable que no esperabas admirar. 
Fue en una callejuela, en medio de un afamado Balneario donde se encontraba la sencilla estatua de un hombre sencillo, de un personaje entre la genialidad y la más absoluta idiotez. Un personaje arrastrado a su pesar a la guerra  que intenta evitar con actos que le impelen inevitablemente a ella. Una estatua que me alegró la mañana y que tiñó el viaje de un color especial por lo inesperado; era el soldado Svejk.  El buen soldado Svejk.
Si yo fuese escritor, es el libro que me hubiera gustado escribir. El buen soldado Svejk es la antítesis de la gallardía, de la presunción. Es un hombre humilde que abochorna con la sencillez de sus razonamientos. Un filósofo de lo cotidiano, un imbécil genial.
El libro está escrito por el periodista y soldado Jaroslav Hasek y  es un  puro sarcasmo, una letanía de situaciones cómicas, con el trasfondo del horror de la guerra y un interminable viaje hacia lo absurdo.
La muerte de Hasek impidió al buen soldado Svejk entrar en combate y a mí me da el pálpito que el escritor demoró su obra ( escribió tres libros antes de fallecer, cuando su intención era contar “las maravillosas aventuras del buen soldado Svejk en la Guerra Mundial” en cuatro) hasta encontrar la muerte para evitar el disgusto al buen soldado.


                “ La comisón me ha declarado oficialmente idiota, ya soy un idiota oficial” (Svejk)

En Orense a tantos de tantos.

                                            

lunes, 9 de septiembre de 2013

El abuelo juega a tenis.



                                                                          Chinin

Hoy lo he visto en la contraportada de “La Voz de Galicia” y me he acordado de él. A buen seguro que de mí no tendrá el más mínimo recuerdo, a pesar de los 40 minutos que pasamos encerrados juntos.
Habría  que remontarse al menos veinte años atrás, en mi mejor momento de forma, pletórico de juventud y ganas. Él rondaría los sesenta años y parecía un deportista al final de sus días. Defendía  al Mercantil de Vigo, creo recordar, mientras yo defendía al club que fue de mis amores, el único al que defendí en mi corta vida de competición, pasada aquella aventura efímera del Club Cuatro Vientos de Monforte. El nombre le venía por el descampado en donde se hallaban ubicadas las pistas.
Párate un momento, probo lector, para que pueda yo descabalgarte de lo que pudiera ser una idea equivocada.  Si yo en el tenis fuera vino, sería un vino de cartón. Hay Grandes reservas, hay Reservas, hay crianzas, hay vinos jóvenes de diversas y afamadas Denominaciones de Origen, hay vinos menores de afamadas denominaciones de origen, hay vinos de mesa y finalmente están los vinos de cartón. Es ahí a donde quería yo hacerte llegar, antes de que me coloques más arriba en el escalofón y ambos nos decepcionemos. Aún así, cuando uno defiende al club de sus amores, intenta comportarse como si de Nadal se tratase. La víspera encuerda la raqueta, comprueba la tensión, compone la empuñadora, coloca los antivibradores y se duerme soñando que al día siguiente saca de la pista al adversario a raquetazos.
Pero ciñámonos a los hechos. Al ver hoy  la contraportada de La Voz de Galicia me vino a la memoria aquel partido. Ya te lo dije, yo defendía al club que fue de mis amores. Había yo avisado a mis amigos para que al día siguiente viniesen a verme, ya que contaba con una victoria fácil. Y alguno se presentó. En concreto Mariano, con quién de cuando en cuando cruzaba unas bolas.  Se dejaba enseñar y me tenía en gran consideración.  Hasta ese día, supongo. Fue tal la paliza que Chinín me propinó, fue tan grande la vergüenza que me hizo pasar que bien hiciera yo en romper allí mismo la raqueta bajo promesa de no volver a tocarla.  Aquel hombre era inhumano, incansable, se movía como una apisonadora, pero llegaba siempre y siempre te devolvía un problema con cada bola. Y siempre limpiando de tierra las líneas de la pista. A los tres juegos estaba yo pidiendo agua, mientras él , de pie, esperándome, se fumaba un pitillo.
Recuerdo perfectamente como al salir me estaba esperando Pepín,  varios años campeón gallego rezando por lo bajo: no te preocupes, chaval, que a mí también me ha ganado. Mariano me insuflaba ánimos recordándome la diferencia de técnica entre uno y otro. Quería yo suponer que a mi favor. Pero ya no sentía más que un silbido en mis oídos y no veía más que la punta de mis zapatillas J¨hayber. 

Hoy sale su foto en La Voz de Galicia y os lo quería mostrar. 83 años y sigue jugando y ganando.

Chinín, cuando sea mayor quiero ser como tú.


En Orense a tantos de tantos después de tantos años.