lunes, 1 de julio de 2013

El Mantel.






                         (De cómo los viajantes estuvieron en un tris de dejar la vida a manos de un siciliano)

Con lo que ahorramos en tabaco y en bebidas espirituosas, cada cinco años realizamos un viaje al exterior, si el tiempo lo permite. Siempre que Europa sea considerada exterior.  Que sobre eso hay literatura diversa y recientes opiniones encontradas.
Llenas las tres maletas de ropa que nunca íbamos a utilizar, nos dispusimos a zarpar del puerto de Barcelona para pasar unos días mar adentro. El capricho del capitán y un itinerario más que trillado nos depositó en la Isla de Sicilia, concretamente en Taormina.
Bella Isla, llena de historia, de encanto y de mar. Dice la Wilkipedia que un balcón sobre el mar. Y enfrente el volcán Etna, que ese día arrojaba unos hilillos de humo a la atmósfera, presagio de futuras llamaradas.
Después de visitar el magnífico anfiteatro romano, desde cuyas gradas se divisa con nitidez, en la lejanía, la figura del volcán, nuestros pasos, como siempre que hay viajes, fueron a dar a la calle de las compras.  Multitud de objetos, como en cada lugar que se visita nos acosaban por entre las estrechas callejuelas. Gozan de fama en Taormina los bordados de telas y manteles que por cientos se exponían en los telderetes y tiendas, como horcas claudinas que por fuerza has de observar. Hizo su efecto el imán y la mujer entró decidida a una de las  numerosas tiendas.




-          Bon iorno, nos recibió con toda amabilidad el siciliano, con una sonrisa que llegaba al anfiteatro.       
La señora comenzó a repasar los manteles, preguntando precios, calidades y otras cosas que se me escapaban. Media hora después habían llegado a un acuerdo, mientras yo deambulaba por entre las estrechas paredes de la tienda.
Al momento de pagar, saqué la cartera y me dispuse hacerlo. Y ahí empezaron los problemas.

-          Faltan las “servilletti” , explicó mi señora.
-          Non servilleti, repitió el italiano intentando adaptarse a su lenguaje.
-          Cómo que no servilleti. Doce servilleti.
-          Trato e sine servilleti. Il tratto é il tratto.
-          Sin servilleti, no hay trato, se plantó mi mujer con toda la calma.
-     Signora, il tratto e feto!
-     Sin servilleti, el trato e desfeto.
-     Ma signora, cosa dice..!

El siciliano a cada minuto gesticulaba más y su tono se incrementaba por momentos.

- Il trato e de treinta e tres millone de lire. Ma sine “servilleti”.

- Sine servilleti, non e trato, apostilló mi señora con aplomo y aprendiendo más italiano por momentos. Al aplomo de mi señora, correspondía el italiano con más gestos, más gritos. Me mantuve en mi rincón sin pestañear, intentando no tomar partido, mientras de reojo intentaba localizar el rincón en donde el siciliano escondía la recortada.

Lo veía fuera de sí, enojado o pretendiendo parecerlo. Los acontecimientos podían precipitarse, cuando mi señora se dio la vuelta y se dispuso a irse, rompiendo el trato. Romper un trato con un siciliano! Bemoles! Me acordé del Padrino, del caballo, de la cabeza y de los guardias de Corleone con sus escopetas de dos tiros y en pocos segundos imaginé al capitán del barco deslizándonos a mi señora y a mí por babor envueltos en una sábana para ser pasto de tiburones o de lubinas o de lo que fuera que se pescara en ese mar, verde y transparente. De la trastienda salió una oronda italiana con un machete de cortar carne preguntando, dirigiéndose al hombre;

-          Cosa?
-          Niente, la spagñola….

El italiano gesticulando y elevando el tono de voz hasta lo imposible, le explico a quien parecía ser su donna, la situación, incendiándose progresivamente, de modo que temía yo más a su explosión que al amenazante humo del Etna.

Y se produjo un hecho que cambió por completo la difícil situación. La mujer interrumpió al marido y depositando el machete de un golpe en una tabla que alli había se dirigió a él, elevando aún más la voz. El siciliano, que no debía ser del mismo Sicilia, fue perdiendo fuerza hasta disminuirse por completo, bajar la cabeza y mirarnos con cierta vergüenza a medida que la mujer le hablaba muy cerca de su cara, señalando ora el mantel, ora las servilletas.
Del poco italiano que aprendí esa mañana, hago una traducción aproximada de lo que la mujer debía estar diciendo:

-          No ves,  tonto del culo, que la española no te va a comprar el mantel, nos va a espantar a los clientes y en el resto de la mañana no venderás un carrete de hilo? Dale las doce servilletas y que se vaya con viento fresco. ¿Acaso no le has vendido como hecho a mano un mantel hecho a mano con la máquina? No seas memo y dale ahora mismo las servilletas.

Eso debió ser más o menos, ya que el siciliano, tomó las doce servilletas y las depositó encima del mantel. Le dije a mi mujer por lo bajo, por dios, toma el mantel y las servilleti y vayámonos con viento fresco. Y así lo hicimos, pagamos, nos fuimos y continuamos nuestro recorrido por la bella Taormina; eso sí, hube de sentarme un rato a tomar un expreso, a fin de tranquilizarme.  Uno se tranquiliza con café.

Algo insinuó mi mujer a cerca de mi capacidad para un rescate si el barco se hundía, pero sutilmente le indiqué que tal vez iría más servida con el siciliano. Era bastante más condescendiente. Y nos reímos. Creo recordar.

Recuerdos de juventud, en Orense a tantos de tantos.


   

6 comentarios:

  1. Hola César qué hay de nuevo. Graciosa anécdota la tuya.
    Supongo que los sicilianos son la culminación del espíritu sureño del Mediterráneo con esa mezcla de culturas venidas de todos los lados que les hace un tanto irracionales, recelosos y desconfiados... y capaces de hacer temblar a cualquier turista, incluso, como dices, más que el propio Etna, jajaja... Para viajar al Sur el consejo es paciencia infinita, sobre todo si de islas se trata, pues allí la vida tiene otro pulso, la vida tiene un color especiaaal, laralalaralalarararaa
    Un saludo

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  2. Mi santa me metio en una que acabe en un juzgado
    Ates de entrar al juicio, el abogado de la parte contraria intentaba convencerme para que renunciase a dicho tramite
    Yo solo le respondi
    "Probablemente, usted tenga razon, pero si no estoy equivocado ( es importante el matiz. En estos temas uno nunca sabe), el que se acuesta con mi mujer soy yo, no usted. Y no tengo ganas de aguantar charlas"
    Por cierto, gane el juicio....

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  3. Me recordó una disputa que tuve con un cubano en Miami, compramos un vídeo jugo y la hora de pagar le quito todo lo que pudo y lo quería vender por separado... han pasado tantos años de eso...Como siempre usted hace todo un arte de sus anécdotas... Que tenga una bonita semana


    Besos

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  4. Los choques culturales son como esos pequeños roces que se hacen los vehículos en las grandes ciudades y que con el tiempo los van asemejando. Salvo cuando el choque de marras está protagonizado por esposas, aquí es más bien un choque de trenes. Uno comprende entonces tantos pasajes de la historia que condujeron a guerras sanguinarias en las que los contendientes no sabían muy bien la causa de tal carnicería. A veces, una simple servilleta puede ser el motivo que justifique la idoneidad de esa hora que será la última, so pena de quedar condenado a una larga, penosa, insufrible e inhumana muerte de alcoba.

    Un relato que derrocha y contagia simpatía.
    Un saludo veraniego.

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  5. Jaajajaja ¡¡si señor!! su señora de usted tiene bemoles

    Un besote

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  6. Lamento lo de Santiago de Compostela, le dejo un abrazo

    Besos

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