(En donde los alemanes muestran
su más tozuda faz y emprenden inútil caminata por los montes del Concello de
Mazaricos)
Una vez refrescado el cuerpo y
aligerado los pies de las botas, nos dispusimos a emprender camino hacia
Alveiroá, no sin antes acordarnos de los antepasados de la tendera que nos
endilgó un bocadillo corriente por 3,5 euros.
Despedimos a los Alemanes que por
entonces habían despachado sendas
cervezas y palpando las mochilas y asiendo las varas, tomamos camino de Santa Mariña entre maizales y senderos
salpicados de charcas. Dejamos atrás el
cruceiro de Santa Mariña, señal inequívoca de cruce de caminos y lugar
franco para evitar cualquier mal de ojo, cualquier “feitizo” e incluso defensa
segura contra cualquier intento de que alguien pueda pasarte la cruz. En los
pueblos de Galicia, siempre existía algún infeliz que se creía portador de la
“cruz”. En ese caso todo lo que emprendía se torcía, la tierra por donde pisaba
se convertía en estéril y el ganado que tocaba, malparía o nunca llegaba a
procrear. Si conseguía, entre las doce y la una de la madrugada, tocar la
espalda de cualquier despistado transeúnte,
la cruz pasaba a aquel que fuese tocado, siempre que éste no portase un
crucifijo; el cruceiro hacía sus
veces.
Dejamos atrás el alto de Bon Xexús y el repecho de Vilar de Castro entre eucaliptos y
pinos para, de improviso, al salir de una curva, alcanzar a ver la tierra
inundada por el embalse da Fervenza, como un papel de plata en un nacimiento,
rasgando el verde de los prados de la comarca. Continuamos un buen trecho
disfrutando del paisaje y sintiendo a lo lejos la presencia de los alemanes que
de nuevo amenazaban la supremacía de los peregrinos españoles. Un descenso nos lleva hasta un cruce cuyas flechas indican inequívocamente que deberíamos tomar
una empinada cuesta cuya cima iba
tragando peregrinos que nos precedían. Fue aquí en donde pudimos disfrutar de
una agradable victoria sobre las huestes alemanas. La noche anterior la
peregrina había leído el itinerario en uno de cuyos párrafos podía leerse
textualmente: “Hay unas flechas de dudosa autoría que invitan a tomar un desvío
hacia Lago, dando un rodeo innecesario”. Tate! Aquí hay tomate. Estas parecían
las flechas de que hablaba la guía. Las dudas de la peregrina surtieron efecto
y ambos desandaron los diez metros que habían iniciado. Nadie a quien
preguntar, pero no emprendieron la marcha como hacían todos los peregrinos. Así,
en la carretera, a la espera, llegaron los alemanes que sin encomendarse a dios
ni al diablo, subieron como corderos por donde antes otros iniciaron la subida. No
podíamos estar seguros de estar en lo cierto, ya que, hay que insistir, las
flechas eran inequívocas. El ruido de un automóvil vino en nuestro auxilio y
agitando la vara el peregrino hizo señales de alto. El vehículo obedeció y
confirmó nuestra certeza. Deberíamos continuar rectos sin el esfuerzo inútil
del rodeo a que las flechas obligaban. La peregrina intentó dar aviso a los
alemanes, pero era demasiado tarde; apenas se dignaron mirarnos. Y así fue
como, mientras nosotros disfrutamos de un agradable baño en el riachuelo que
discurría un poco más abajo, dando buena cuenta del bocadillo, los alemanes
disfrutaron de un inútil y excesivo paseo por el monte.
Os aseguro que si en ese momento
hubiese tenido un sofá, con los pies encima de la mesa hubiese exclamado lleno
de satisfacción: “Por una vez éramos más listos que los alemanes”.
Una vez refrescados, continuamos
rumbo a Alveiroá, sin más contratiempo.
Mis respetos para todos aquellos que logran hacer ese El Camino...creo que usted es vivillo desde chiquillo...le dejo saludos
ResponderEliminarSra Ballesteros, se anda para sentir el cansancio de la vida, para llenarla de mas contenido.
ResponderEliminar¡Qué gusto da ser más listo que un alemán!...
ResponderEliminarTiene razón Kikas pero es que si hay señales, un alemán irá por donde ellas señalan aunque esté viendo el camino al lado. Ya lo decía Jerome K. Jerome en Tres hombres en Alemania.
ResponderEliminarSalu2