martes, 11 de septiembre de 2012

De Negreira a Alveiróa. (Dos)






                                    


(En donde los alemanes muestran su más tozuda faz y emprenden inútil caminata por los montes del Concello de Mazaricos)


Una vez refrescado el cuerpo y aligerado los pies de las botas, nos dispusimos a emprender camino hacia Alveiroá, no sin antes acordarnos de los antepasados de la tendera que nos endilgó un bocadillo corriente por 3,5 euros.
Despedimos a los Alemanes que por entonces habían  despachado sendas cervezas y palpando las mochilas y asiendo las varas, tomamos camino de Santa Mariña entre maizales y senderos salpicados de charcas. Dejamos atrás el cruceiro de Santa Mariña, señal inequívoca de cruce de caminos y lugar franco para evitar cualquier mal de ojo, cualquier “feitizo” e incluso defensa segura contra cualquier intento de que alguien pueda pasarte la cruz. En los pueblos de Galicia, siempre existía algún infeliz que se creía portador de la “cruz”. En ese caso todo lo que emprendía se torcía, la tierra por donde pisaba se convertía en estéril y el ganado que tocaba, malparía o nunca llegaba a procrear. Si conseguía, entre las doce y la una de la madrugada, tocar la espalda de cualquier despistado transeúnte,  la cruz pasaba a aquel que fuese tocado, siempre que éste no portase un crucifijo; el cruceiro hacía sus veces.

Dejamos atrás el alto de Bon Xexús y el repecho de Vilar de Castro entre eucaliptos y pinos para, de improviso, al salir de una curva, alcanzar a ver la tierra inundada por el embalse da Fervenza, como un papel de plata en un nacimiento, rasgando el verde de los prados de la comarca. Continuamos un buen trecho disfrutando del paisaje y sintiendo a lo lejos la presencia de los alemanes que de nuevo amenazaban la supremacía de los peregrinos españoles. Un descenso nos lleva hasta un cruce cuyas flechas indican inequívocamente que deberíamos tomar una empinada cuesta  cuya cima iba tragando peregrinos que nos precedían. Fue aquí en donde pudimos disfrutar de una agradable victoria sobre las huestes alemanas. La noche anterior la peregrina había leído el itinerario en uno de cuyos párrafos podía leerse textualmente: “Hay unas flechas de dudosa autoría que invitan a tomar un desvío hacia Lago, dando un rodeo innecesario”. Tate! Aquí hay tomate. Estas parecían las flechas de que hablaba la guía. Las dudas de la peregrina surtieron efecto y ambos desandaron los diez metros que habían iniciado. Nadie a quien preguntar, pero no emprendieron la marcha como hacían todos los peregrinos. Así, en la carretera, a la espera, llegaron los alemanes que sin encomendarse a dios ni al diablo, subieron como corderos por donde antes otros iniciaron la subida. No podíamos estar seguros de estar en lo cierto, ya que, hay que insistir, las flechas eran inequívocas. El ruido de un automóvil vino en nuestro auxilio y agitando la vara el peregrino hizo señales de alto. El vehículo obedeció y confirmó nuestra certeza. Deberíamos continuar rectos sin el esfuerzo inútil del rodeo a que las flechas obligaban. La peregrina intentó dar aviso a los alemanes, pero era demasiado tarde; apenas se dignaron mirarnos. Y así fue como, mientras nosotros disfrutamos de un agradable baño en el riachuelo que discurría un poco más abajo, dando buena cuenta del bocadillo, los alemanes disfrutaron de un inútil y excesivo paseo por el monte.
Os aseguro que si en ese momento hubiese tenido un sofá, con los pies encima de la mesa hubiese exclamado lleno de satisfacción: “Por una vez éramos más listos que los alemanes”.
Una vez refrescados, continuamos rumbo a Alveiroá, sin más contratiempo.



En Orense a tantos de tantos.




4 comentarios:

  1. Mis respetos para todos aquellos que logran hacer ese El Camino...creo que usted es vivillo desde chiquillo...le dejo saludos

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  2. Sra Ballesteros, se anda para sentir el cansancio de la vida, para llenarla de mas contenido.

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  3. ¡Qué gusto da ser más listo que un alemán!...

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  4. Tiene razón Kikas pero es que si hay señales, un alemán irá por donde ellas señalan aunque esté viendo el camino al lado. Ya lo decía Jerome K. Jerome en Tres hombres en Alemania.
    Salu2

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