jueves, 30 de agosto de 2012

De Santiago a Negreira.




                         

                                 


 Preparar la mochila es una cuestión de mero trámite; no en vano uno va en busca de su tercera muesca para la vara. El tercer Camino, que nos entendamos.
A las siete de la mañana en punto tomamos el Avant en la estación Empalme de Orense que sin una sóla parada nos depositó en la estación de Santiago de Compostela a los 25 viajeros. Ni uno más, ni uno menos. Me recorri el tren para contarlos. Mi deformación profesional se percató al instante de lo improductivo del recorrido, pero no todo ha de ser productivo en esta vida. Alivia sentir vuestras afirmaciones.
No nos desvíemos del Camino.
Nos dirigimos a la Catedral para adquirir la acreditación y allí nos informan que solamente las expenden en la Oficina del Peregrino. Pero no abre hasta las 9. Nos toca esperar 1 hora a la puerta como indigentes peregrinos. La cola se hace larga y la espera pesada, pero finalmente, con un retraso de diez minutos, que esto es Santiago, nos invitan a pasar. Sorpresa; en la oficina del Peregrino no expenden acreditaciones, eso es en esta misma calle, algo más abajo. Sorprendidos y algo molestos bajamos las escaleras para dirigirnos a donde nos indicaron. Mientras bajaba noté que la gente miraba mis pelotas. Seguí bajando y pensando, encontré la explicación lógica a todo el asunto; la oficina del peregrino está para atender al peregrino, pero como aún no tenemos la acreditación, no somos peregrinos, somos turistas. Así os Kafka un rayo!
Notaba la mirada de la gente en mis pelotas. Eso indicaba que había acertado, en el fondo soy un poco voyeur.


El lugar que nos habían indicado en la Oficiana del Peregrino, existía, estaba allí mismo, pero cerrado. El cabreo de ambos subió de tono, aunque disimulamos. Podrían habernos advertido de la hora de apertura; o lo que es mejor, podrían coordinar las aperturas. Decidimos emprender camino sin las acreditaciones y ya en Negreira, primera parada, ya veríamos de conseguirla, como así fue; no quiero teneros más en vilo. Las conseguimos.
Más calmados, con la calma de quien controla sus actos (excepto la acreditación) emprendimos camino entre el Pazo de Raxoi y el Hostal de San Marcos, dirección a Negreira. Peregrinos: el alto de Mar de Ovellas es un repecho traidor, tirando a asesino. Durísimo. Hay bancos cada cien metros, en sí es ya una advertencia. Y los usamos todos. Al coronar la cima, nos sentamos en el último banco, nos tomamos una fruta y continuamos viaje a Negreira observando la escuadra alemana que ora nos precedía, ora nos perseguía vislumbrándose una dura pugna hispano-alemana por el control de la situación.
Pero eso será motivo de otro comentario que no quiero ya empalagaros con tanto vinagre.


En Orense a tantos de tantos, después del tercer Camino.


sábado, 18 de agosto de 2012

Villardevós y Villagarcía.





                      

Mi amiga E nos invitó a almorzar en Vilagarcía. E, es una de las pocas personas que conozco que consigue mantenerse al margen de “lo establecido”. Abandonó, dando un portazo, la medicina convencional para dedicarse a la medicina alternativa y ha llegado a ser una especie de psicóloga defensora de la medicina natural y de las causas perdidas.
Pero no es de E, de quien quiero escribir, sino de algo que sucedió mientras ambas, mi señora y E, amigas de la infancia, se saludaban y hablaban de sus cosas en la cocina y aguardábamos por dos comensales más, Xullio y María, hombre y  mujer de teatro.

Entré en el salón, repleto de libros de medicina, de naturopatía, de poesía, de pequeñas colecciones de escritores gallegos, Rosalía, Castelao, Valle Inclán, y entre ellos, formando parte de una colección de libritos de color verde, lo descubrí. El título fue lo que llamó mi atención: VILLARDEVOS. Jamás había oído hablar del escritor, Silvio Santiago, pero con ese título tenía que hojearlo. No en vano mis ascendientes proceden de A Veiga da Meá, Vilardevós. Ellas estaban enfrascadas en plena conversación, por lo que no  solicité el pertinente permiso y extraje el librito del armario.
El preámbulo me atrajo enseguida; contaba Silvio Santiago que su hijita, nacida en Venezuela, en donde él había recalado huyendo de la convulsa España, le preguntaba a menudo qué era él. Todas sus amiguitas, de familias importantes, tenían padres importantes y ella quería saber qué era él. No sabía que contestarle, porque durante su vida había tenido que dedicarse a numerosos quehaceres.  Un día volvió la niña del colegio y  le confesó;
      - Papá, he dicho que eras escritor, como siempre estás escribiendo. He hecho bien? Silvio Santiago asintió y en ese momento, dice, se prometió a sí mismo no dejar a su hija por mentirosa y se propuso escribir ese libro: Villardevós.
Sostiene el escritor Eloy Luis André, que Vilardevós quiere decir Vilar dos Bos homes. En cambio Jesús Taboada mantiene que significa Vilar de Abós. En cualquiera de los casos, es villa de  hombres muy principales.


He de confesar que disfruté con su lectura reconociendo leyendas y hechos que había oído en mi infancia. Una de ellas, la de la Cruz que mencioné en uno de mis post

Silvio Santiago reconoce estar emparentado con los Romero Cerdeiriña de Riós, y el único reproche que se le puede imputar a su libro es que en él no menciona, aunque se intuye, los soutos de Marcelín.
Mientras leía el prólogo, se presentaron los invitados y disfrutamos todos de una sobremesa distendida y amena.
Al volver de mi tercer Camino, os daré cuentas de él, aunque os importe un rábano.
De Santiago a Finisterre. Cinco días y vuelvo.

En Orense ya, a tantos de tantos.