lunes, 13 de septiembre de 2010

Ruta de la Plata

                                                       Cea- Dozon.

                                              Martes día 31 de agosto

Llena la cantimplora de agua, preparada la mochila y embadurnados los pies de crema, emprendo el camino justo a las siete y media de la mañana. Apenas quedan media docena de peregrinos en el albergue, los demás han emprendido viaje hacia Oseira, ocho kilómetros más allá, destino final también de la primera etapa. Al lado del Albergue hay un pequeño bar abierto y desayuno, sin muchas ganas, para tomar fuerzas. Justo en el momento de salir me cruzo con Ana y Mar que entran a desayunar. Nos saludamos y nos deseamos buen camino.
                                                       
La señalización en la salida de Cea no está clara, y después de varias tentativas tomo el camino correcto dirección Oseira. Los primeros compases de la etapa transcurren por carretara dejando atrás Porta do Souto, Cotelas, Mirela y llegando después de una ligera subida a Piñor. Allí descubro un bar que permanece cerrado-son las ocho y veinticinco- y mientras espero a que abra, de nuevo me cambio los calcetines-blancos de deporte- después de untar, otra vez, la planta de los pies con abundante crema. La mañana está fresca, lo que facilita el caminar. A las ocho y media en punto, un hombre con cara de sueño baja por las escaleras de la casa y abre el bar, le pido una botella de agua, retiro la que hay en la cantimplora sustituyéndola por la fresca. Mientras estoy sentado veo pasar a cuatro peregrinos, nos saludamos y siguen su camino. No veo pasar, sin embargo, a Ana y Mar.

Sigo mi camino, apoyándome en mi vara, a la que le estaré eternamente agradecido. Sin su ayuda no terminaría. Después de dos kilómetros, diviso la figura de cuatro personas, sentadas, con dificultades. Aún no lo sabía, pero una de ellas, Isa, sería fundamental en mi camino. Las otras eran Mar y Ana, que debieron haberme pasado mientras estaba dentro del bar y la otra era David, el compañero de Isa. Esta y su compañero deciden descansar un poco más y nos piden que sigamos. Ana, Mar y yo continuamos camino dejando atrás también a los cuatro peregrinos a los que había saludado en el bar. Eran de Granada ellas y de Madrid ellos. Ana y Mar proceden de la zona de As Neves, concretamente de Rubiós, en donde se produce uno de los más curiosos tintos con Denominación de Origen Rias Baixas.

Continuamos camino, sin más problemas que el cansancio, las ampollas y la dureza  del monte. Sobre las doce y media divisamos desde arriba la población de Dozón, lo que nos llenó de alegría y aceleró el paso. Entramos en la población y preguntamos por el albergue. Nos dieron una dirección que era incompatible con las flechas del camino y seguimos las flechas que nos llevaron a la Iglesia. Al llegar a la Iglesia, preguntamos por el albergue y nos indican que hay que desandar lo andado y tomar la carretera nacional a 300 m. No os podéis imaginar lo que significa recorrer 600 metros después de haber recorrido 17 Km. Sobre todo recorrerlos por nada. Con un cabreo impropio de un manso peregrino, que disimulé, desanduvimos lo andado y nos dirigimos hacia el albergue. Era la una y éramos los primeros. El albergue de Dozón es pequeño, pero acogedor. Dispone de camas, duchas, lavadero y lo que es importantísimo, está justo al lado de las piscinas municipales. Lo que preveía como un grave inconveniene- su distancia del centro de la población- se convirtió en una ventaja.
                                                           Monasterio de Oseira
Lo primero que se hace al llegar a un albergue, es inscribirse-como si fuese un hotel, sí- abonar los honorarios, cinco euros, y a continuación arrojar la mochila encima de la cama, descalzarse y buscar las duchas. Una vez duchado, lo segundo era buscar una farmacia. Con las chanclas de baño me dirigí a recorrer los 500 m que me separaban de la farmacia. Otro pequeño martirio. En el camino me crucé con Bruno y Aure que venían de Oseira. Nos saludamos y continué hasta la farmacia. Don Fernando, el farmaceútico, me atendió con toda la amabilidad y me recomendó una crema que me reconfortaría.

Debido a que el día anterior no había comido como dios manda, -mesa, mantel, caliente y con vino- le pregunté en donde podría comer bien, ya que lo que había visto no me había ilusionado. Me confirmó que podría hacerlo decentemente a dos kilómetros y medio del pueblo. ¡ Todo mi gozo en un pozo! Esa distancia era innegociable. Yo no podía permitirme andar esa distancia. Viendo mis tribulaciones, el farmacéutico me aconsejó que me fuese a tomar una cañita al bar de enfrente y que volviese a las dos que él me acrercaría. Protesté, no quería ser una molestia. Pero insistió y no quise enojarle. Quedaba el problema de volver al albergue, pero ya lo resolvería. A las dos en punto estaba el farmaceútico cerrando la botica y me acercó a la parrillada Alonso, un lugar de apariencia modesta pero con una carne de primera. Tomé una sopita, muy rica, y un chuletón que traía ensalada y criollo de estrambote. Vino de la casa, un rico helado, café y agua. Todo ello 9 euros. Como lo leéis. Ni que decir tiene que a la noche repetí. Y con todo el albergue.
                                                Albergue provisional de peregrinos de Dozón


Pero antes me quedaba el problema de volver. Me dirigí a la barra y pregunté si alguien bajaba a Dozón. Nadie. Del comedor de donde había salido se levantó un comensal y aunque él no llevaba esa dirección se ofreció a bajarme. Sin duda valoró mi deficiente estado físico. Resultó ser de Orense, convecino, y después de darnos ambos a conocer, nos despedimos cordialmente dejándome en la puerta del albergue. Esto es lo que se aprende en el Camino. La gente no ha perdido humanidad cuando ve a otra gente necesitada.

Apenas descansé diez minutos y me dirigí a la piscina, en donde permanecí a la sombra de un carballo, hasta que me decidí a meterme en el agua. Problemas musculares hicieron que tuviese que volver a mi toalla y después de descansar un buen rato, retorné al albergue en donde aleccioné a todos los peregrinos sobre las bondades de la parrillada Alonso. Se hicieron corrillos y finalmente 15 de nosotros decidimos ir a cenar. El mismo restaurante se encargaría de trasladarnos sin cargo alguno.

Mientras tanto, Isa, que veía que apenas podía andar, se decidió a intervenir y tomando una aguja e hilo, se dispuso a agujerear mis ampollas bajo la atenta mirada de David que hizo de reportero para la ocasión. (¡envíame las fotos!). Un desinfectante y de regalo unos hermosos parches para el día siguiente. Dios se lo pagará. Me dejó seminuevo. Sería milagroso que me dejase nuevo.

Tomé la decisión de ir a despedirme del farmaceútico, a pesar de la distancia y de los dolores. Le agradecí sus atenciones y me permití en compensación ofrecerle dos consejos que recibió con gratitud, de tal modo que a los pocos minutos estaba yo dentro de su rebotica, en donde intentaba, sin ningún rubor, enseñarme sus cuentas. No me pareció oportuno por mi parte hurgar en sus intimidades y con tino me disculpé, ya que me esperaban para cenar y de nuevo se ofreció a llevarme, lo que agradecí. Aún estuvimos unos minutos hablando, tocando temas de política y corrupción; lo habitual. Y nos despedimos intercambiándonos los teléfonos.

Al llegar al albergue ya se habían hecho grupitos para ir a cenar, ya que en el coche sólo cabríamos cuatro en cada viaje. Me tocó en suerte viajar con Andrés y dos compañeros suyos, uno resultó ser el “minero” de Cea y el otro un tenor aficionado, por lo visto más tarde. Cenamos Ana, Mar, Isa, David, Bruno y Aure, tres alemanes cuyo nombre no recuerdo, Andrés, sus dos amigos y tres amigas de ellos, madrileñas. Después de cenar los alemanes querían probar el orujo. Pidieron grappa. Y se pusieron de grapa hasta donde pudieron. Ya tenía nombre para los alemanes. Grappa y Froiland Grappa. Nos saludamos en varias ocasiones más durante el camino y así nos entendimos.
                                              Monumento al peregrino (Camino Francés)

Al acabar de cenar, hay que comentar que acabamos cantando rancheras.

El albergue en esta ocasión apagó sus luces a las veintidós horas treinta minutos porque la peregrinación continuaría de buena mañana. Todos los demás peregrinos había acordado alquilar un taxi para que les portase las mochilas y así poder hacer los 30 km que separan Dozón de Silleda libres de peso, obviando el albergue de Bendoiro. No me sentía con fuerzas para recorrer tanto camino y argumenté a los peregrinos que el sufrimiento de las mochilas les era indispensable para obtener las indulgencias que la Santa Madre Iglesia prometía y que los dineros que pagarían al taxi, irían mejor destinados a donativos y agua para los niños con sed. Se rieron mucho pero no me hicieron ni caso por lo que al día siguiente tendría que viajar de nuevo sólo. Lo que no me preocupó demasiado, la verdad. Es indispensable que al menos una de las etapas se realice en soledad absoluta. Tampoco penséis que podréis pensar demasiado, el dolor no os lo permitirá. Pensaréis en llegar cuanto antes y descansar.



Orense a tantos de tantos del Jacobeo.

6 comentarios:

  1. Sigo tu peregrinación César, que bonitas fotos de los lugares a los que llegás, lo que contás sirve para que otros que vayan a hacerla tomen precauciones para el cuidado de sus pies, y se compren un bastón de también, aunque la vara es más autóctono.
    Saludos

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  2. Cesar, con hambre todo sabe a gloria, me dolió mi pie cuando leí lo de las ampollas...Me gustaría escucharlo cantar "Cielito lindo"
    Sigo atenta su recorrido...

    Besos con cariño

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  3. Bueno, peregrino, ya veo que se lo ha pasado usted muy bien, salvo por las ampollas, el resto excelente grrrrrapppaaa, hermosofen señorrrrritas y buena vara... y encima viene exigiendo privilegios con Dª I'am.... vaya cara...

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  4. Que paisajes tan bonitos, precioso el Monasterio y los pueblecitos.

    Hoy si que han dolido los pies,pero sigo el Camino

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  5. Me están doliendo los pies.... no sé igual a bici lo hago yoooo... pero me quedo con que hay todavía gente amable ¡pues claro que sí!
    Peregrino... te sigo en el camino hasta la próxima ruta!

    Besos desde el abismo

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  6. Hay que reconocer que uno no puede imaginar que en un momento dado toda la felicidad del mundo quepa en unas ampollas en los pies pinchadas..una reconfortante modesta sopita..Una cama después de la ducha..unos consejos del farmace´´utico…un coche de un reciente pero fiel amigo que te acerca cuando las fuerzas fallan.. .hay que hacer ese camino aunque sea para degustar esos placeres primarios..Sencillos. Muy bien contado, como siempre sabes hacerlo. No me perderé nada.

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