lunes, 27 de septiembre de 2010

Días de vendimia.

Estoy de vendimia, os perdono las molestias.



domingo, 19 de septiembre de 2010

Pazo de Galegos. Rías Baixas de La Coruña.

Concertamos una visita a las bodegas y a las viñas. Muy amablemente don Manuel, abandonando el trabajo que estaba llevando a cabo, nos atendió, explicándonos con gran erudicción la historia de la casa, del vino y del antiguo propietario Don Antonio Lopez Ferreiro, que según nos relató fue quien descubrió los restos del Apostol Santiago que habían sido escondidos en la catedral, ante el temor que produjeron los asaltos de los Ingleses en la costa de La Coruña.


                                                     Pazo de Galegos


Al acabar degustamos una botella de Albariño advirtiéndones Don Manuel que sus vinos no eran maricas, no sabían a manzana a melocotón ni a plátano, lo que sastisfizo plenamente a mi amigo Manolo que aprovechó para despotricar sobre los procesos que alteran el natural sabor del vino. A Carmen le pareció que el vino estaba poco frío y a mí me pareció que estaba demasiado frío. Matices.
El vino sin duda es excelente, suave, pero largo en boca, fresco, su acidez perfectamente amansada, de color amarillo pajizo con recuerdos frutales. Pide un segundo trago al instante. A medida que el vino tomaba más temperatura, se apreciaban más intensamente la suave gama de frutas de huerta. Creí poder distinguir un vago recuerdo a claudias maduras de las que robaba en mi infancia. Dos nuevos huéspedes se presentaron para catar los vinos y don Manuel les ofreció un curioso tinto, mencía, con denominación de Origen Rías Baixas. No pude evitar la tentación de pedirle una copa que me fue servida al instante. La curiosidad me pudo, jamás había probado un mencía producido en esos terrenos. Rojo cereza, no muy intenso, persistente en boca y frutal, notándose la crianza en barrica pero no demasiado. Un vino con las virtudes propias de la frescura y de la crianza, en su justo medio.


Ya os dije que la tarde había merecido la pena. Si alguna vez pasáis por Vedra, o hacéis el Camino de la Plata, no podéis dejar de visitar y pernoctar  en este hermoso lugar.

                   Don Manuel, al lado de una cepa de más de 450 años

Nos preparamos para la cena, en el restaurante de enfrente. Al llegar estaba atiborrado de peregrinos y de nuevo nos encontramos con Isa, David, Mar y Ana. Nos saludamos efusivamente, quedando para vernos el sábado en Orense. Con las prisas y las multitudes nos olvidamos de intercambiarnos los teléfonos. Bien que lo siento.

La cena transcurrió agradablemente, girando la conversación a menudo sobre los motivos que habían llevado a Carmen a abandonar a Miguel, que parecía tan contento con su presencia. Ella insistía en que su andadura no coincidía con el ritmo de Miguel.

Antía, poco habladora, metió no obstante un puyazo al comentar que la manera de mirar de Miguel mostraba gran interés por Carmen. Esta negó siempre, creo que sinceramente, pero encontramos un filón para, sin acritud, mantener una amena conversación.

                                                  Foto cedida por David

Y llegó el momento de acostarse. A la mañana siguiente nos levantaríamos de nuevo a las seis para partir a las siete. Y ya nos recibiría Santiago con todas, suponemos, las bendiciones.



                                                          Catedral de Santiago.
                                                …………………………………………..



Y al día siguiente, llegamos a Santiago con las fuerzas justas para recoger la Compostela (certificado de peregrinación). Eran las once de la mañana y después de un paseo breve, Manolo, Antía, Matías y yo partimos para Orense sin más dilación.

Dormí toda la tarde del viernes y parte del sábado.

El tiempo que no estuve durmiendo, tuve los pies en agua fría con sal. Ordenes.

El lunes de nuevo me esperaban en el trabajo, sin apenas secuelas.
Sin relación alguna con la peregrinación, supongo, mi hijo menor consiguió su sustitución.

Mi hijo mayor consiguió que por fin se convocasen sus oposiciones.

Si alguien me promete colocarlos, emprendo de nuevo el viaje esta vez desde O Cebreiro.

No pienso contarlo, ya vais servidos con esto.



Orense a tantos de tantos del Año Santo.


                                  Más fotos de la Peregrinación










                                          







viernes, 17 de septiembre de 2010

Bendoiro- Silleda- Vedra- Pazo de Galegos

A mis compañeros de camino que sé que se ríen en silencio. A Isa,David, Ana,Mar, Aure,Bruno,Carmen, Manolo,Antía y Matías. Y a Raquel y Pepe.


                                                 Primera Parte

El sueño en los albergues es efímero. A las 5.30, los más inquietos encienden sus lámparas de mineros y pese al cuidado que ponen, resulta imposible dormir por el trajín.
Espero a que salgan los más madrugadores, pensando en qué demonios de paisajes disfrutarán a horas tan intempestivas cuando apenas han pintado las flechas del camino. Y si estuvieran pintadas difícilmente se podrán ver.

A las seis de la mañana me levanto, me aseo y compruebo que a pesar de una ligera mejoría, mis pies se duelen del maltrato. Les aplico los cuidados de costumbre y a las siete menos cuarto de la mañana, parto, sin desayunar, con dirección a Silleda (7.5 Km). Desde Bendoiro (Lalín), el camino discurre paralelo a la nacional 525, entrando y saliendo de ella a caprichos cortos. Me desvío por el primer sendero, pasando cerca de casas en donde ni los perros se inmutan ante mi presencia. Siguen durmiendo, obviándome. Los guijarros, que no veo, luchan con mis botas (Gore-Tex), que resisten el envite defendiendo con entereza mis tobillos. Por momentos llego a pensar que soy un inconsciente tomando esos senderos en plena oscuridad y mentalmente tomo nota; comprar una linterna para la próxima ocasión.

                                                      Foto de David

Salgo por fin a la carretera de nuevo, en donde, pese al tráfico, me encuentro más seguro.
Pocos metros más allá la flecha amarilla me indica que debo abandonarla. Me introduzco por el sendero pero a los pocos metros, ante la absoluta falta de visión retorno a la carretera. Y continúo por ella hasta que, en torno a las ocho menos cuarto se hace de día.


                                                            Foto: David


Creedme si os digo que no me paro ni a mirar el amanecer. Mi pensamiento en ese momento está en llegar a Silleda desayunar y continuar hasta donde el cuerpo me permita. La etapa tiene 34 km y la temo seriamente. Apoyado en mi vara, la vista fija diez metros más allá, continúo, por donde las flechas me indican, hasta Silleda. La línea más corta dicen que es la recta, por lo que no me desvío ni un milímetro y aprovecho que no hay mucho tráfico para cruzar la rotonda de la entrada del pueblo, justo a doscientos metros del albergue. Antes de entrar en el albergue, desayuno, esta vez con ganas.


El albergue está dentro del Instituto de Silleda. Me sellan las credenciales- la burocracia del Camino- y cuando me disponía a salir me encuentro con Manolo, Antía y Matías que habían salido media hora antes. Se sorprenden al verme y me consideran digno de andar a su lado, ya que me invitan a seguir con ellos. Y eso hago. Con cierto temor, ya que no estaba seguro de poder seguir su ritmo. Al salir del instituto, que hace a su vez de albergue, nos encontramos con Pepe y Raquel que están repostando agua en una fuente. Emprendemos camino juntos hasta que ambos, Pepe y Raquel, se van quedando y continuamos los cuatro en dirección a Chapa y Bandeira. Manolo se ríe de la manera de apoyarme en mi vara y de la longitud de la misma; ellos llevan varas cortas, al estilo de bastones. Les explico las ventajas, a mi juicio, de una vara larga y lo entienden perfectamente, sobre todo en las bajadas pronunciadas cuando hay que lanzarla delante para apoyarse en ella y que la pendiente no te arrastre. También para propulsarte hacia arriba.

Impongo el ritmo, más que nada por el temor a no poder seguir el suyo. Tanto Matías como Antía tienen buen paso, los peregrinos. A la altura de Chapa nos paramos para descansar de la mochila, beber agua y mudar los calcetines. Pepe y Raquel nos alcanzan entre tanto y continuamos camino. Antía y yo nos adelantamos mientras Manolo y Matías hacen compañía a Pepe y Raquel. Andamos una media hora juntos, Antía y yo, alcanzando, sin pararnos, las manzanas que sobresalen de los árboles. Como no vemos a Manolo y a Matías, esperamos a que nos alcancen. Los tres se paran para cortar unas varas largas y continúo porque si me paro, no sé si podré retomar el camino. Sigo, a mi juicio despacio, pero pasan dos horas y pasan Bandeira, Loimil y A Estrada y sigo sólo por montes de eucaliptos y algún riachuelo tentador. Cada vez que veo agua, pienso en lo agradable que sería poder meter los pies. Pero he de continuar. Sufro un bajón físico importante y estoy a punto de estirar la estera que llevo a la espalda y descansar, pero eso me haría perder mucho tiempo y seguramente no volvería a retomar el camino. A aguantar!

                                                        Foto cedida por David


Estaba en estos pensamientos cuando, al salir del sendero a una carretera comarcal, veo a un grupo de peregrinos descansando. Y reconozco a mis desertoras, Ana y Mar, que me habían acompañado en la segunda jornada, junto con Isa y David y uno de los alemanes que había cenado con nosotros. Los caminos del Señor son insondables, con mochila o sin mochila! Nos alegramos de vernos.

Compartí con ellos el coco que estaban partiendo, pero no pude pararme a descansar por el temor que antes manifesté de no poder continuar. Me disculpé y seguí mi marcha lentamente, cuando llevaba caminados unos cientos de metros descubrí un pilón con una fuente que manaba un agua fresquísima completamente potable y no pude por menos de pararme, descalzarme y refrescar los pies. Ana, Mar, Isa, David y el alemán continuaron camino. Me tomé media hora de descanso y aún no veía a la familia de Manolo. Posiblemente mi ritmo sea mayor de lo que yo mismo me figuro. Y es que cuanto antes llegue, menos tiempo sufro.

Foto cedida por David
Qué delicia de aguita


Desde a Calzada, aldea en donde me encontraba, hasta Vedra, se contaban 4 kilómetros al menos. Y desde Vedra hasta el albergue 4,5. Comprendí que no podría andar otros ocho kilómetros y medio. Imposible. Llevaba veintisiete en las piernas y sólo la inercia me hacía continuar. La inercia y la bajada. Si el camino se empinase, ni la vara me sujetaría.

Seguí bajando hacia Vedra, tirando unas fotos del paisaje, sin apenas pararme. Estaba fotografiando un maizal cuando oí a lo lejos una voz femenina. Una esquiadora, con sus leotardos ajustados, sus bastones y sus gafas de sol bajaba a la carrera: “Te pillë, te pillé. Era Carmen, la valenciana que había cenado con nosotros la noche anterior en compañía de Miguel. Le pregunté por Miguel y me dijo que lo había dejado, que no seguía su ritmo. Peregrino que no se mueve, se abandona a su suerte, pensé. Como el camarón que no se mueve.
                                                     Foto de David


En eso estábamos cuando de nuevo a lo lejos oí unas voces a trío:

-“ Paparazzi, Paparazzi”!

Era la familia al completo, Manolo, Antía y Matías que me llamaban. Los esperamos. Faltaba apenas un km para el pueblo de Vedra. Pero faltaban cinco y medio para el albergue. Yo no podía más. Llamé a un hotel que anunciaban en el albergue anterior y en donde hacían precio especial para peregrinos. Vendrían a buscarme a la entrada del pueblo. Justo donde comienza el pueblo había un bar y allí esperé sentado con una cañita deliciosa. Otras tres personas habían tenido la misma idea que yo. Esa noche dormiría sólo, sin ronquidos y aunque fuese en un humilde Hotel. Os juro que no sentí remordimiento alguno. Por si fuera poco, el hotel no era tan humilde y me sorprendió muy gratamente.

                                                           Pazo de Galegos.


Resultó ser un hermoso Pazo, restaurado al efecto por los actuales dueños, propiedad del bibliotecario de la Catedral de Santiago de Compostela, ilustre escritor, fundador de la Academia Gallega de la Lengua y enólogo en sus ratos de ocio, Don Antonio Lopez Ferreiro.


Son sus actuales propietarios, don Manuel García Gomez y sus hijos, Antonio, que con su esposa regentan el Hotel y Pablo (Paul) que dirije y se encarga de la bodega.

El Pazo cuenta a su alrededor con viñedos propios, su propia bodega y un antiguo lagar de piedra con su prensa en perfecto estado de funcionamiento, que forma parte de la historia del Pazo. Los actuales propietarios elaboran y comercializan sus  vinos bajo el nombre de Pazo de Galegos, que amablemente nos permitió catar Don Manuel después de la visita y las explicaciones correspondientes. Un cicerone perfecto. Don Manuel, gracias por todo.


He abandonado el hilo, con la emoción del vino. Retomo.

Una vez en el hotel, duchado y cambiado de ropa, he ido a comer, sólo, a un restaurante que había enfrente a 100 metros. En aquellas condiciones me pareció un kilómetro.

Una ensalada mixta; es lo que me apetecía. Y una gran cerveza.

Acabé y salí hacia el Hotel que era en donde me apetecía estar. Pedí, a la sombra de las parras, un café que me sirvió el propio dueño con unas pastas, obsequiándome con un licor café de cosecha propia que quita el sentio (y sube la tensión). Pero de algo hay que morir. Estaba dando cuenta del licor cuando a la entrada del hotel oí unas voces familiares. De nuevo Manolo, Matías y Antía, que no habían encontrado literas en el albergue y tuvieron que buscar cobijo en el hotel. Me alegré de verlos y mientras subieron a asearse, permanecí charlando con Don Manuel y tirando unas fotos de las viñas y del entorno. Ahí quedan las fotos

                                               Emparrado del Pazo de Galegos

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ruta de la Plata

                                    Castro de  Ozon - Bendoiro


                                      Miércoles 1 de Septiembre



Pactado el contubernio de la noche anterior y cuando pensaba que tendría abundante compañiá para peregrinar, de nuevo me pongo en marcha en absoluta soledad, todavía deseada. A las siete y treinta en punto comienzo a sentir los pies y a las ocho treinta me encuentro a la altura de la parrillada Alonso de tan grato recuerdo. Ana y Mar  están acabando de desayunar. Les recuerdo que peregrinar sin mochila, como bailar de lejos, no es peregrinar. Sonríen sin remordimiento alguno y parten ligeras.


La mujer me recibe amablemente al reconocerme de la noche anterior y me ofrece unas tostadas con mantequilla, un zumo de naranja y un café con leche. Noto en mi cuerpo un cambio preocupante. No tengo hambre. Me hago cargo solamente de una tostada, eso sí del tamaño de un libro, y a cambio pido otro zumo. Sí tengo sed.

Esta etapa transcurre en gran parte por carretera. Al salir de desayunar, de nuevo me cambio los calcetines y me embadurno los pies y tomo la carretera N-525 arriba. Detrás, a lo lejos veo llegar a Pepe y a Raquel, su hija de 17 años que viene algo rezagada. Continúo por la nacional 525, por un despiste mío y dos horas más tarde, a 4 de Lalín, de nuevo busco el camino. He dado un rodeo de 2,5 kilómetros por no visualizar las señales. Y lo que es peor, recibo las chanzas de los usuarios del bar en donde me paro a beber agua preguntándome si no llevo GPS. Debería haberme desviado por Xesta en lugar de seguir por la nacional. Ahora he de buscar Botos. Lo encuentro 3 kilómetros más adelante y me percato de por donde discurre el Camino al  divisar a lo lejos la figura encorbada de Pepe seguida a distancia por la de Raquel, que apenas puede seguir el paso. Emprendo camino y consigo alcanzar a Raquel que parece muy cansada. Intento acompañarla un trecho, pero me pide que siga y es lo mejor para ambos. Cada peregrino ha de encontrar su camino y su ritmo. Alcanzo también a Pepe y después de intercambiar saludos continúo camino ya que él espera a Raquel. Poco más que decir de esta jornada, que resultó tan dura como las demás. A la una de la tarde estaba entrando en el albergue de Bendoiro. Soy el primero en llegar. Cuatro horas y media para 18 km aproximadamente, ya que he rodeado. Cuatro kilómetros a la hora. Voy mejorando.
Albergue de Bendoiro
                             Albergue de peregrinos de Bendoiro
Lamento no poder cargar mis propias fotos, pero las he tirado con tal calidad que no bajan



La encargada me recibe, me registra (en el libro registro), me enseña el albergue que encuentro muy completo, con sala de lectura, sala de estar, cocina y lavadero. Un hotelito, vamos.
La mujer ha de irse a comer y me deja al cargo de la recepción de los peregrinos que lleguen en su ausencia. No reclamo emolumentos por el trabajo.
Cuarenta y cinco minutos más tarde llegan Pepe y Raquel, les acomodo y me voy a la ducha y a comer.

Sobre las cuatro de la tarde, cuando estábamos descansando, veo entrar por la puerta dos metros de peregrino con un niño de aproximadamente doce años y una joven de 17. Son Manolo, Antía y Matías, padre e hijos.

Hacemos planes para la cena, ya que la mayoría de los peregrinos que van llegando no han podido comer caliente. Muy cerca hay un restaurante que, al igual que sucedía en Dozón, presta servicio de transporte.

Mientras parlamentamos, cae una tormenta que da gloria verla desde dentro. Todos pensamos en lo mismo: fresco para el día siguiente. Ha sido breve pero intensa, de tal modo que nos deja sin luz un buen rato, perdiendo incluso momentáneamente la cobertura de móvil.

Descansamos un rato más hasta que nos avisan de que el transporte está a la puerta. Manolo, Antía, Matías y yo, nos embarcamos al mismo tiempo, acompañándonos Miguel y Carmen que hasta ese momento no sabíamos de ellos. Ambos son de Valencia y coincidieron en el Camino que hicieron juntos hasta el albergue.
Manolo,Antía, Carmen y Matías

Cenamos, no tan bien como la noche anterior, pero suficiente. Pedí un Albariño de la casa y ahí fue Troya. Manolo resultó ser un cosechero de la Rúa, que cuida y elabora su propio vino. Es un purista y no admite algunas de las técnicas modernas que adornan sabores y prestran fragancias. Se entabló un ligero intercambio de opiniones, previniéndome de que hacía más de diez años que no discutía, voluntariamente, de vinos, porque no aceptaba muchas de las prácticas que se llevan a cabo actualmente. Sentadas esas premisas, evité entrar en profundidades. En caso de discrepancia no quería enfrentarme con dos metros de tiarrón, cachas y deportista. Uno tiene instinto de conservación. La noche se presentó interesante, porque nuestros acompañantes Miguel y Carmen, tenían también interés por el vino. Miguel había regentado una importante discoteca en Valencia y Carmen es co-propietaria de un afamado restaurante de Valencia. Lancé la piedra y escondí la mano para que Manolo y Miguel se explayasen y yo pudiera sacar conclusiones. A fé que las saqué. Constaté la confianza absoluta en la naturaleza de Manolo, que no admite que se la pueda ayudar en modo alguno. El vino, según él, ha  de valerse de sus propios medios para fermentar, sin ayudas externas. Como principio no está mal, pero es algo más complicado. Un práctico, Manolo, contra un teórico, Miguel. Encontré más consistencia en Manolo, cuyos argumentos resultaban irrebatibles, estuviese o no de acuerdo con ellos.

                                                           Foto cedida por David



Mansamente llegó la hora de partir hacia el albergue ya que al día siguiente nos esperaba una etapa dura en extremo, con 34 kilómetros.
Pagamos, salimos, nos acostamos y dormimos, a pesar de la música de viento que salía del ciclista que había ocupado la litera justo encima de mí. Nunca ví caso igual de celeridad. Subió las escalerillas, se sentó en la cama, se arropó y os juro que aún sin haber tocado en el colchón ya estaba roncando!

Nunca sospeché, oyendo al vecino, que al día siguiente disfrutase de tan excitante jornada. Santiago nos recompensaría con una tarde inolvidable. Y es que se dieron todas las circunstancias propias para que después del sufrimiento disfrutásemos de la naturaleza domesticada.
 ¿Será por naturaleza el hombre algo masoquista?
 
 
Orense a tantos de tantos del Año Santo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ruta de la Plata

                                                       Cea- Dozon.

                                              Martes día 31 de agosto

Llena la cantimplora de agua, preparada la mochila y embadurnados los pies de crema, emprendo el camino justo a las siete y media de la mañana. Apenas quedan media docena de peregrinos en el albergue, los demás han emprendido viaje hacia Oseira, ocho kilómetros más allá, destino final también de la primera etapa. Al lado del Albergue hay un pequeño bar abierto y desayuno, sin muchas ganas, para tomar fuerzas. Justo en el momento de salir me cruzo con Ana y Mar que entran a desayunar. Nos saludamos y nos deseamos buen camino.
                                                       
La señalización en la salida de Cea no está clara, y después de varias tentativas tomo el camino correcto dirección Oseira. Los primeros compases de la etapa transcurren por carretara dejando atrás Porta do Souto, Cotelas, Mirela y llegando después de una ligera subida a Piñor. Allí descubro un bar que permanece cerrado-son las ocho y veinticinco- y mientras espero a que abra, de nuevo me cambio los calcetines-blancos de deporte- después de untar, otra vez, la planta de los pies con abundante crema. La mañana está fresca, lo que facilita el caminar. A las ocho y media en punto, un hombre con cara de sueño baja por las escaleras de la casa y abre el bar, le pido una botella de agua, retiro la que hay en la cantimplora sustituyéndola por la fresca. Mientras estoy sentado veo pasar a cuatro peregrinos, nos saludamos y siguen su camino. No veo pasar, sin embargo, a Ana y Mar.

Sigo mi camino, apoyándome en mi vara, a la que le estaré eternamente agradecido. Sin su ayuda no terminaría. Después de dos kilómetros, diviso la figura de cuatro personas, sentadas, con dificultades. Aún no lo sabía, pero una de ellas, Isa, sería fundamental en mi camino. Las otras eran Mar y Ana, que debieron haberme pasado mientras estaba dentro del bar y la otra era David, el compañero de Isa. Esta y su compañero deciden descansar un poco más y nos piden que sigamos. Ana, Mar y yo continuamos camino dejando atrás también a los cuatro peregrinos a los que había saludado en el bar. Eran de Granada ellas y de Madrid ellos. Ana y Mar proceden de la zona de As Neves, concretamente de Rubiós, en donde se produce uno de los más curiosos tintos con Denominación de Origen Rias Baixas.

Continuamos camino, sin más problemas que el cansancio, las ampollas y la dureza  del monte. Sobre las doce y media divisamos desde arriba la población de Dozón, lo que nos llenó de alegría y aceleró el paso. Entramos en la población y preguntamos por el albergue. Nos dieron una dirección que era incompatible con las flechas del camino y seguimos las flechas que nos llevaron a la Iglesia. Al llegar a la Iglesia, preguntamos por el albergue y nos indican que hay que desandar lo andado y tomar la carretera nacional a 300 m. No os podéis imaginar lo que significa recorrer 600 metros después de haber recorrido 17 Km. Sobre todo recorrerlos por nada. Con un cabreo impropio de un manso peregrino, que disimulé, desanduvimos lo andado y nos dirigimos hacia el albergue. Era la una y éramos los primeros. El albergue de Dozón es pequeño, pero acogedor. Dispone de camas, duchas, lavadero y lo que es importantísimo, está justo al lado de las piscinas municipales. Lo que preveía como un grave inconveniene- su distancia del centro de la población- se convirtió en una ventaja.
                                                           Monasterio de Oseira
Lo primero que se hace al llegar a un albergue, es inscribirse-como si fuese un hotel, sí- abonar los honorarios, cinco euros, y a continuación arrojar la mochila encima de la cama, descalzarse y buscar las duchas. Una vez duchado, lo segundo era buscar una farmacia. Con las chanclas de baño me dirigí a recorrer los 500 m que me separaban de la farmacia. Otro pequeño martirio. En el camino me crucé con Bruno y Aure que venían de Oseira. Nos saludamos y continué hasta la farmacia. Don Fernando, el farmaceútico, me atendió con toda la amabilidad y me recomendó una crema que me reconfortaría.

Debido a que el día anterior no había comido como dios manda, -mesa, mantel, caliente y con vino- le pregunté en donde podría comer bien, ya que lo que había visto no me había ilusionado. Me confirmó que podría hacerlo decentemente a dos kilómetros y medio del pueblo. ¡ Todo mi gozo en un pozo! Esa distancia era innegociable. Yo no podía permitirme andar esa distancia. Viendo mis tribulaciones, el farmacéutico me aconsejó que me fuese a tomar una cañita al bar de enfrente y que volviese a las dos que él me acrercaría. Protesté, no quería ser una molestia. Pero insistió y no quise enojarle. Quedaba el problema de volver al albergue, pero ya lo resolvería. A las dos en punto estaba el farmaceútico cerrando la botica y me acercó a la parrillada Alonso, un lugar de apariencia modesta pero con una carne de primera. Tomé una sopita, muy rica, y un chuletón que traía ensalada y criollo de estrambote. Vino de la casa, un rico helado, café y agua. Todo ello 9 euros. Como lo leéis. Ni que decir tiene que a la noche repetí. Y con todo el albergue.
                                                Albergue provisional de peregrinos de Dozón


Pero antes me quedaba el problema de volver. Me dirigí a la barra y pregunté si alguien bajaba a Dozón. Nadie. Del comedor de donde había salido se levantó un comensal y aunque él no llevaba esa dirección se ofreció a bajarme. Sin duda valoró mi deficiente estado físico. Resultó ser de Orense, convecino, y después de darnos ambos a conocer, nos despedimos cordialmente dejándome en la puerta del albergue. Esto es lo que se aprende en el Camino. La gente no ha perdido humanidad cuando ve a otra gente necesitada.

Apenas descansé diez minutos y me dirigí a la piscina, en donde permanecí a la sombra de un carballo, hasta que me decidí a meterme en el agua. Problemas musculares hicieron que tuviese que volver a mi toalla y después de descansar un buen rato, retorné al albergue en donde aleccioné a todos los peregrinos sobre las bondades de la parrillada Alonso. Se hicieron corrillos y finalmente 15 de nosotros decidimos ir a cenar. El mismo restaurante se encargaría de trasladarnos sin cargo alguno.

Mientras tanto, Isa, que veía que apenas podía andar, se decidió a intervenir y tomando una aguja e hilo, se dispuso a agujerear mis ampollas bajo la atenta mirada de David que hizo de reportero para la ocasión. (¡envíame las fotos!). Un desinfectante y de regalo unos hermosos parches para el día siguiente. Dios se lo pagará. Me dejó seminuevo. Sería milagroso que me dejase nuevo.

Tomé la decisión de ir a despedirme del farmaceútico, a pesar de la distancia y de los dolores. Le agradecí sus atenciones y me permití en compensación ofrecerle dos consejos que recibió con gratitud, de tal modo que a los pocos minutos estaba yo dentro de su rebotica, en donde intentaba, sin ningún rubor, enseñarme sus cuentas. No me pareció oportuno por mi parte hurgar en sus intimidades y con tino me disculpé, ya que me esperaban para cenar y de nuevo se ofreció a llevarme, lo que agradecí. Aún estuvimos unos minutos hablando, tocando temas de política y corrupción; lo habitual. Y nos despedimos intercambiándonos los teléfonos.

Al llegar al albergue ya se habían hecho grupitos para ir a cenar, ya que en el coche sólo cabríamos cuatro en cada viaje. Me tocó en suerte viajar con Andrés y dos compañeros suyos, uno resultó ser el “minero” de Cea y el otro un tenor aficionado, por lo visto más tarde. Cenamos Ana, Mar, Isa, David, Bruno y Aure, tres alemanes cuyo nombre no recuerdo, Andrés, sus dos amigos y tres amigas de ellos, madrileñas. Después de cenar los alemanes querían probar el orujo. Pidieron grappa. Y se pusieron de grapa hasta donde pudieron. Ya tenía nombre para los alemanes. Grappa y Froiland Grappa. Nos saludamos en varias ocasiones más durante el camino y así nos entendimos.
                                              Monumento al peregrino (Camino Francés)

Al acabar de cenar, hay que comentar que acabamos cantando rancheras.

El albergue en esta ocasión apagó sus luces a las veintidós horas treinta minutos porque la peregrinación continuaría de buena mañana. Todos los demás peregrinos había acordado alquilar un taxi para que les portase las mochilas y así poder hacer los 30 km que separan Dozón de Silleda libres de peso, obviando el albergue de Bendoiro. No me sentía con fuerzas para recorrer tanto camino y argumenté a los peregrinos que el sufrimiento de las mochilas les era indispensable para obtener las indulgencias que la Santa Madre Iglesia prometía y que los dineros que pagarían al taxi, irían mejor destinados a donativos y agua para los niños con sed. Se rieron mucho pero no me hicieron ni caso por lo que al día siguiente tendría que viajar de nuevo sólo. Lo que no me preocupó demasiado, la verdad. Es indispensable que al menos una de las etapas se realice en soledad absoluta. Tampoco penséis que podréis pensar demasiado, el dolor no os lo permitirá. Pensaréis en llegar cuanto antes y descansar.



Orense a tantos de tantos del Jacobeo.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Via de la Plata

                                                    Primera Jornada
                                                       Orense-Cea
                                                 Lunes día 30 de agosto

A las ocho en punto entro en la catedral y acudo a la sacristía en donde solicito y se me concede, previo donativo de 1 euro, la acreditación que habré de sellar en cada etapa del Camino.

El Canónigo de la Catedral se interesó por mi procedencia y motivos de la peregrinación pero al advertir que mi historia no enriquecería su anecdotario dio las órdenes oportunas al sacristán a fin de que se me entregase el documento y salió de la sacristía. Tomé la calle del Paseo con paso alegre y en cinco minutos me encontraba transitando encima del puente romano, desde donde se veía una hermosa vista del Puente del Milenio, Mausoleo del alcalde Cabezas e interesante obra civil de estilo  modernista.





Tomé después la carretera de Santiago, como no podría ser menos, desviándome por el Camino Real de Cudeiro. Hora y media de subida continua infernal. Es para preparados y comprendí que yo no lo estaba. Pensé que si el Camino se seguía empinando de ese modo, sería poco menos que milagroso que pudiese llegar.

 Pero no sabemos lo que podemos llegar a sufrir. Seguí andando, mirada en el suelo, para, de cuando en cuando observar las hermosas carballeiras regadas casi siempre por algún riachuelo que bajaba cantando su melodía de agua. En uno de esos riachuelos hice mi primera parada después de TRES HORAS DE ANDAR. Justo a las once.

 Me escuecen los pies, me los lavo, me cambio los calcetines y me tomo una pieza de fruta que llevaba en mi profesional mochila. Hago la primera llamada a casa y ante mis quejas se ofrecen para venir a buscarme. Para mí que hay apuestas de por medio para ver en qué kilómetro lo dejo. Me niego en redondo y decido continuar. Estaba a punto de hacerlo cuando otra llamada de casa me informa de que han llamado a mi hijo pequeño para una entrevista de trabajo. Aunque penséis que pudo haber intermediación de Santiago, quiero sacaros del error ya que anteriormente ambos, mi hijo y yo, habíamos trabajado duramente para que esa circunstancia se produjese. No osbtante concederé que Santiago haya empujado suavemente a la profesora que se rompió la pierna para que el chico pueda sustituirla durante tres meses. No enfademos a los santos.

Continúo camino arriba y en Tamallancos, sorprendido de mi soledad, recibo con alegría a dos peregrinas que resultaron ser de Suiza. Desempolvo mi olvidado francés para las consabidas presentaciones, pero no me es de utilidad ya que ellas dominan el castellano mejor que yo el francés. Me asaetan a preguntas sobre el abandono de los pueblos de Galicia e intento salir con bien del atolladero. Posteriormente se comportaron como agentes de la propiedad inmobiliaria intentando conocer el valor de los terrenos y casas de los pueblos por donde pasamos.

Eché de menos mi anterior soledad y en cuanto pude me disculpé para volver a cambiarme los calcetines ya que sentía demasiado los pies. Como si tuviese arenas en las botas. Continúe sólo dejando atrás O Pereiro, Solveira, Faramontaos y entrando en Biduedo, en donde reposté de agua que se me había agotado. Justo en el cruce de Biduedo un cartel rezaba: “ a Cea 4,5 Km”. Me pareció un viaje transoceánico, pero apreté los labios y continúe. Media hora más tarde al pasar por A Casanova, le pregunto a una mujer la distancia a Cea: 4,5 Km, me dice. Joder, pensé, habré andado para atrás. Prometí hablar con mi amigo Pepe Pavón, el encargado de señalizar la Vía de la Plata para presentarle mis quejas. Él como Peregrino asiduo sabrá de la importancia que adquiere un kilómetro cuando no tienes fuerzas ni para cien metros.

Continúe no obstante con espíritu sacrificado otra hora, que me pareció un siglo, hasta que hube de pararme, llamado por la voz de la naturaleza, apartándome ligeramente al monte para mejor escucharla y de nuevo airear los pies. Desde el camino me saludan dos nuevos peregrinos que posteriormente sabría que se llamaban Aure y Bruno, una joven pareja de cataluña. Aure andaba con más dificultades que yo, la chica. Llegamos juntos al albergue de Cea, en donde nos duchamos con gran satisfacción. Eran las tres y cuarto. Siete horas y cuarto para hacer 24 kilómetros. No me quejo.



Peregrinos; hay en el Camino hermosos paisajes, buenas gentes, excelsas viandas, exquisitos caldos, pero una ducha después de siete horas de andar es la mayor satisfacción posible. Sí, tan satisfactorio como lo que estáis pensando.

Elegimos catre, obviando la comida. Para cuando quise comer, ya estaba cerrado. En Cea deberían ir percatándose de que aproximadamente 20.000 peregrinos que pasan por sus calles al año deberían ser suficiente motivo como para atenderlos. Hay una sóla casa de comidas en la que si llegas a las 3.45 ya no te atienden.

Me dirigí al supermercado, me compré algo y me lo comí en la terraza de un bar, en donde la señora, todo amabilidad, me atendió con exquisitez.

En la farmacia me compré cremas, vendas, parches, de todo para resistir, también con una atención exquisita Cené las sobras de mediodía y a las diez estaba en cama, esperando que las madrileñas y los valencianos que habían hecho fiesta común, se acostasen y nos dejasen dormir. Lo hicieron rápidamente por fortuna y sólo tuvimos que tener un poco de paciencia con un peregrino que no dejaba de incordiar con la linterna que portaba en su cabeza, intentando hacer la mochila que no había hecho a tiempo. Finalmente el minero acabó con sus líos y se acostó. Pero al tratar de escuchar su programa de relajación, se olvidó de enchufar los cascos y resonó en todo el espacio: “ respire hooondoooo…inspireeeee….tome el límpido aire del bosque y resssspireeeee…”; Las carcajadas fueron unánimes, ya que el buen hombre se puso nervioso y no encontraba el agujero para introducir los cascos. Mientras tanto la peregrina de mi izquierda, tapada tan sólo con una toalla en la cabeza, se inclinaba lentamente tomando posturas de yoga, esperando supongo a cualquier joven, o viejo, Morfeo que asomase.
No se me olvide decir que vacié medio tuvo de crema en mis doloridos pies.
Lentamente la estancia fue recobrando la trranquilidad y pudimos dormir unas horas, hasta las cinco en que comenzó de nuevo el movimiento.





Orense a tantos de tantos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Prólogo

                                                 Ruta de la Plata II
                                                     


Hacía algún tiempo que quería emprender el Camino de Santiago. Más de diez años. Un año por unas causas, otro por otras diferentes, o por las mismas, no he podido realizar ese deseo. De este año no podía pasar. No importa el motivo por el que se recorre el Camino, siempre acaba siendo un desafío personal.
A fin de prepararme sicológicamente, un domingo de finales de agosto corté una hermosa vara de “salgueiro” que sobrepasase ligeramente mi estatura y que en el extremo más delgado forma un tridente que imaginé alejaría a perros y alimañas. En todo caso resultaría de una gran ayuda para colgar mi cámara de fotos en las múltiples paradas que estaba seguro me vería obligado a realizar.

Dos día antes, el sábado, me surgieron serias dudas acerca del viaje, ya que quién debería acompañarme no se sentía recuperada, después del accidente que había tenido meses antes. Me animó y me acompañó a comprar las botas de andar. Ahí empezó el Camino. La dependienta que me atendió me enseñó unas botas que me gustaban y que eran impermeables al 60%. Bien, pensé, si de cada diez veces que llueve sólo se mojan seis, es posible que aguanten todo el camino secas. Sólo voy a tardar cinco días. Pero enseguida pensé: “¿y si se moja el pie el 60%?” Sería un problema; tres dedos mojados y dos secos. Decidí comprarme aquellas que eran impermeables al 100%. Los riesgos, como los impuestos, los justos.
Por la tarde me hice con una mochila casi profesional, le pedí prestada la cantimplora a mi hijo pequeño, preparé el botiquín con vendas, tiritas, esparadrapo, ácidoacetilsalicílico, neceser de primera urbanidad y me sentí como un auténtico boy scout. No sabía lo que me esperaba.

El domingo antes del lunes de la partida lo pasé relajado, en familia, mientras mis dos hijos hacían apuestas para adivinar a qué lugar del Camino tendrían que ir a recogerme.
Cría cuervos.
He de confesar que esa noche no pude dormir demasiado pensando que tal vez hubiese tomado una decisión precipitada, sin demasiada preparación. Pero la suerte estaba echada. Acabé de hacer la mochila; un pantalón, seis polos, una toalla, un bañador y colgada la cantimplora. A última hora decidí que me acompañase la cámara de fotos  al cuello. Un poco de chepa a cambio de la inmortalidad.
                                             Albergue de Peregrinos de Orense


El domingo por la tarde acudí al albergue de Peregrinos de Orense en busca de la acreditación que deberían sellarme a lo largo del camino y me remitieron a la sacristía de la catedral al día siguiente a las ocho de la mañana.
  Tres cosas hay en Orense que no las hay en España, el Puente Viejo y las Burgas y el Santo Cristo con barbas.



El Camino de Santiago, en donde se llama Ruta de la Plata, pasa por Orense siendo ésta la última etapa que computa para ganar la Compostelana. Para obtenerla necesitamos recorrer al menos cien kilómetros a pie. Desde Orense hay aproximadamente 106, de los cuales al menos 40 son de importante pendiente. Al día siguiente habría de comprobarlo en mis carnes.



Orense a tantos de tantos de 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

El Camino de Santiago

Escribe Antonio Carreño, Brow University catedrático Emérito, que ya en el siglo XII existían guías sobre el Camino de Santiago.

Una de las más afamadas y utilizadas fue la atribuida a Aemery Picaud-canciller de varios Papas- extraída de su Liber Sancti Jacobi y en ella advierte de la calidad de los paises que atraviesa y de los peligros de las aguas y de los alimentos. Dura es la estampa que presenta del Camino a su paso por el Pais Vasco-Navarro. El peregrino-dice Aemery- es sometido a extorsiones en forma de ilegales gabelas y portazgos; sus ciudadanos no respetan las gerarquías sociales, son enemigos de la nación vecina, agresivos, impúdicos y animalizados en sus relaciones sexuales y maldice su lengua que le infunde pavor.

El afamado canciller es más generoso al penetrar en Tierras de Campos y en la verde Galicia. Alude a la abundancia de pan, vino y sidra, a las ciudades bien pobladas, a la variedad de mercancías “aunque sus habitantes son también malos y viziosos”.

Los gallegos salen bien parados al compararlos con los franceses, menos primitivos que el resto de los peninsulares, pese a la presencia de algunos pendencieros e iracundos (“irancunda et litigiosa ualde habentur”).

El canciller divide su recorrido en trece jornadas partiendo de Saint Jean Pied de Port.

Yo lo he llevado a cabo en cinco comenzando en Orense. Os lo iré contando, si queréis leer.



Orense a tantos de tantos.