miércoles, 25 de agosto de 2010

Leyendas Celtas

                                  EL MOLUSCO GIGANTE Part Uan


El estridente ring del teléfono negro de la mesilla hizo que el sargento se despertase sobresaltado.

- ¡Diga¡, contestó intentando disimular la voz adormecida.

- Sargento, escuchó la voz cantarina del cabo Lancho, es perentorio que acuda con urgencia al cuartelillo, tenemos tres problemas.

- Déjese de palabrejas, Lancho, ¿ Qué cojones pasa para llamar a estas horas de la madrugada?

- Mi sargento, no puedo hablar, es mejor que venga inmediatamente.

- Coño, Lancho, como no sea algo “perentorio”, recalcó con sorna, le veo patrullando en Guinea Ecuatorial, dijo colgando enérgicamente al tiempo que ponía los pies en la alfombra evitando al pastor alemán que dormitaba en ella y que no hizo ademán alguno por evitarlo.
No así la pastora belga que en cuanto oyó el teléfono se levantó rápidamente, esperando tal vez adelantar el desayuno unas horas. Pero el sargento no le hizo caso alguno. El sargento Pombo amaba a los perros y a los caballos, resultándole indiferente cualquier otro animal, excepción hecha de aquellos que se podían hornear. Nunca supo muy bien si su mujer le había abandonado por tener perros o si tenía perros porque su mujer le había abandonado. En cualquier caso de eso hacía mucho tiempo, más de diez años cuando él tenía 30.

En diez minutos ya estaba sentado en su “dos caballos” que en esa época veraniega del año no tenía problemas para obedecer la orden de encendido.

En cuanto llegó al cuartelillo le estaba esparando el cabo Lancho en la puerta, visiblemente excitado.

- A sus órdenes mi sargento, saludó.

- Dígame, Lancho, a qué vienen esas prisas?

- Mi sargento, seré breve pero conciso, dijo el cabo comenzando su relato.

A las 3,30 de la madrugada, hace una hora, se personó en el cuartelillo un individuo que dijo ignorar en donde había estado desde las once de la noche hasta las tres de la madrugada. Lo último que recuerda es que se hallaba paseando con su señora y su perro por la playa de la Lanzada y que a las tres apareció en la playa de Sanxenxo. Dice no recordar lo que ocurrió en el transcurso de ese tiempo.

- No me joda, Lancho, habrá pillado una melopea de cojones, ¡como se va acordar!

- Dice que no puede beber, mi sargento y parece muy sereno. Pero espere que ahí no acaba el asunto. A las 3.35 se personó en estas dependencias Pepe el Botellas, quien dice haber sido testigo de un hecho singular en la Playa de la Lanzada.

- Venga, Lancho, apremió el sargento, que iba a ser usted conciso, abrevie

- Abreviaré, mi sargento. El tal Pepe Botellas asegura haber visto cómo a las once de la noche aproximadamente, en la playa de la Lanzada y mientras clavaba el bicho en el anzuelo de su caña, un hombre que se paseaba con una mujer y un perro, se paró en seco y de repente comenzó a ser succionado por la arena, tal como un berbiquí inverso. Como uno de esos dibujos animados que rotando sobre sí mismos se hunden en la tierra.

- Pero qué me está usted contando, Lancho, bramó el sargento. ¿Ha bebido usted?

- No, mi sargento, sabe que no bebo estando de servicio. Es lo que dice Pepe el Botellas.

- Por los patucos del Niño Jesús, Lancho, ¿Cómo puede usted dar crédito a lo que diga Pepe, si no ha estado sobrio ni un solo día desde que celebró su Primera Comunión?

- El lo asegura, mi sargento, yo sólo trasmito sus palabras.

- Bien, Lancho, acabemos con esto. ¿Dónde está el hombre?

- En la sala de órdenes, mi sargento.

- Y Pepe Botellas?

- Le hice un café y está durmiendo en la sala de banderas.

El sargento se disponía a interrogar al hombre cuando el cabo Lancho le interrumpió.

- Espere, mi sargento, aún queda el tercer problema. A eso de las 3.45 se personó una mujer de unos 45 años con una perrita pekinesa denunciando la desaparición de su marido. Comprendí entonces que podríamos estar ante un nuevo misterio, tres personas distintas y un solo caso verdadero. Y fue entonces cuando le llamé. Y aquí está usted.

- Así me gusta, Lancho, que se fije usted en todos los detalles. Ya sabemos que es perrita. Vamos a ver qué ocurre aquí, empecemos por la mujer.

Sitúese usted a mi derecha y tome nota de las contradicciones que encuentre en el relato.

El sargento Pombo entró en el cuatelillo en donde se encontró con una mujer de edad indefinida, tez morena y rictus amargo en su rostro. Diríase que contrariada por no poder estar descansando. El sargento notó enseguida que la perrita le molestaba y eso le creó malas vibraciones con respecto a la mujer.

- Buenas noches, señora, soy el sargento Pombo, cuénteme qué le ocurre.

- Ya se lo he c ontado a su compañero, dijo la mujer visiblemente molesta.

- Sí, señora, el cabo Lancho me ha informado detalladamente, pero prefiero oirlo de su viva voz, informó el sargento recreándose especialmente en las palabras “cabo Lancho”.

- Como le dije a su compañero, insistió la mujer no dándose por enterada, estaba paseando con mi marido por la playa de la Lanzada y en un momento dado, miré hacia atrás y me encontré hablando sola. No había nadie. Había desaparecido en la incipiente oscuridad. Pensando que habría ido a hacer sus necesidades esperé una media hora. Al ver que no llegaba me fui al apartamento que tenemos alquilado esperando que estuviera allí. Pero nada. Desanduve el camino y volví a la playa por si lo encontraba; tampoco. Viendo que no daba señales de vida, vine para denunciar su desaparación. Eso es todo.

El sargento se atusó el abundante bigote estilo Dalí con aire pensativo.

- Cómo se llama su marido?

- Angel Izquierdo.

- ¿Habían discutido?

- Como todos los días, asintió la mujer, nada especial. Es muy cabezón, no hace caso de nada de lo que se le dice y..

- Bien, señora, interrumpió el sargento. ¿cree usted que pudo irse por propia voluntad?

- Por propia voluntad? Imposible. No tiene voluntad propia. Mire usted que lleva trabajando veinticinco años para la misma empresa y jamás se ha atrevido a pedir un aumento de sueldo, ni un día libre. Es un cobarde, nunca podría haberse ido por voluntad propia. Además, de ocurrírsele, no lo habría hecho sin su perrita, añadió mirandola con asco.
- Bien, señora, aguarde aquí un momento.

El sargento Pombo se dirigió al cabo Lancho y le dijo algo con voz inaudible para la mujer.

- Sargento, dijo la mujer, tengo derecho a saber…

- Señora, le cortó de nuevo el sargento, en este cuartel derechos sólo los miembros de la Benemérita! No piense que me apellido Palomo. (1)

La mujer se sentó mascullando algo imperceptiblemente, ante la sonrisa escondida del cabo Lancho.
El sargento se dirigió a la sala de órdenes, en donde se encontró con un hombre de unos 50 años, con el cabello peinado hacia atrás, gafas negras de hueso y enrojecido forzadamente por el sol de agosto.

- Buenas noches, soy el sargento Pombo, ¿Cómo se llama usted?

- Angel Izquierdo, sargento.

- En buen lío nos ha metido, hombre. Yo tenía que estar durmiendo para estar despejado para el desfile de la fiesta de la ostra, usted tenía que estar en su casa, durmiendo, para estar despejado y poder pasear esta noche la playa con su mujer y su mujer tenía que estar en cama y la tengo aquí dándome el coñazo.
Si no me da una buena explicación para esto, le juro que le digo toda la verdad a su mujer.

- No me acuerdo de nada, sargento, se lo juro, dijo el hombre sin convencimiento alguno.

- Vamos a ver, hombre, que yo le comprendo. Usted está harto de pasear por la playa, darse potingues y tostarse bajo el sol. Lo comprendo, se ha montado un numerito, le ha pagado unos cubatas a Pepe Botellas para que se invente una historia y se ha ido a bailar a la discoteca. Pero hombre de dios, tendría que haberse inventado una historia más creíble!

El hombre miraba al sargento con sorpresa y cierta admiración, no comprendía cómo pudo averiguarlo en tan poco tiempo.
Como si hubiera leído los pensamientos del hombre, el sargento Pombo le señaló el sello de la muñeca en el brazo izquierdo que rezaba: Diskoteka Isis.
En un movimiento instintivo el hombre intentó ocultarlo con la otra mano, pero comprendiendo que era tarde se llevó las dos manos a la cabeza y se quedó inmóvil mientras el sargento llamaba al cabo Lancho que se presentó de inmediato en la estancia.

- Cabo, lave ese sello de la muñeca del Sr. Izquierdo. Yo me ocupo de la mujer.

El sargento salió de la sala de órdenes y entró en la recepción en donde se encontraba la mujer.

- Señora, dijo tomando un aire protocolario con el tricornio bajo el brazo izquierdo, tengo que transmitirle algo muy importante y de máximo secreto.

El cabo Lancho le interrumpió en ese momento.

- Mi sargento, venga..

- Coño, Lancho, que pasa ahora.

- Mi sargento, la mancha de tinta no se va. Es insolvente.

- Será insoluble, Lancho, insoluble.

- Será lo que usted dice mi sargento, pero no se va.

- Bien, no tengo tiempo, estámpele encima el sello de la Guardia Civil, y que no se lave hasta mañana. Para entonces esperemos que ya sea soluble. En cuanto lo haga, acompáñeme con la mujer y no se le ocurra decir ni pío. Siente al Sr. Izquierdo cerca de la puerta que pueda oir, pero que no se le ocurra salir hasta que no se le indique!

(1) Inteligente juego de palabras, Pombo=palomo en gallego.




Orense a tantos de tantos.

20 comentarios:

  1. Jajajajaja, aaaayyy lo que hacen los hombres por salir de fiesta... eso es como el novio de Falete cuando fingio su propio secuestro jajajajaaj Por los patucos del niño Jesus!!!

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  2. A mi me guasta mas pasear por la playa tomada de la mano, mirar las estrellas escuchar el canto del mar, sentir la arena tibia en mis pies...

    Querido amigo Cesar le dejo besos

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  3. Hola César, que imaginación! O pasa esto más de una vez en las comisarías.
    Lo que no entiendo que tiene que ver el pulpo gigante en la historia de piratón del señor Izquierdo y los recalcitrantes machistas policías.
    Me gustó :)
    Volveré por la continuación.
    Un abrazo

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  4. Menudas historias ocurren en la playa de la Lanzada!!!

    Desde luego además de misteriosas divertidas.

    ¿Tiene continuación??? Me ha encantado.

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  5. Amigo César,

    La verdad es que este intríngulis de historia merece todos los honores de una novela policíaca. Los que hicimos la mili lo entendemos, pero los jóvenes de ahora, que de mili sólo conocen lo que han visto por televisión, no entenderán la gravedad de que un cabo despierte por teléfono a un sargento a altas horas de la madrugada.

    Precisa y correcta la observación que ha hecho Vd. en mi blog sobre la rubia que mira al chico. ¡Es que la rubia tiene muy buen gusto!

    Le envío un abrazo,

    Antonio

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  6. Me he permitido el lujo de robarte una frase sobre el vino,con tu permiso...

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  7. Ya me estaba pareciendo a mí muy sospechoso el hecho de estar en la playa de noche y con gafas negras, y zascas!!! en cuanto empezamos a dilucidar algo, ya empezamos con el continuará (chicas... no creéis que Cesar tiene alma de coitus interreptus?) Esto es un flagrante caso cómo el de Rosita, que ni Don Guillermo Sautier Casaseca les hacia a nuestras madres esperar tanto para seguir el hilo.

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  8. Ay, Miscelánea, la de tonterías que se hacen en toda una vida. Pa contarlo y no parar!

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  9. Mi querida Señora Ballesteros, la playa es la mejor musa para desvaríos varios...Sentir la arena bajo los pies no es desvarío, sino sensual placer que alcanza cotas máximas si se trasmite al ser que te lleva de la mano...

    Vasos comunicantes de placer. Saludos cariñosos.

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  10. Aurorainés!! Y cómo has adivinado lo del Pulpo Gigante, si aún no has leido la segunda parte???
    Umm...imaginación la suya, señora mía!

    Saludos, de nuevo en la brecha.

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  11. Don Antonio, no disimule, que era el chico quien miraba a la rubia!! Claro que desconozco los preliminares...
    Bienvenido!

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  12. Amparito!!! Pero mujer, no te dejas ver. Sólo te atraigo con trampas en fascículos. No te preocupes, este relato tiene su fin en dos actos.
    En cuanto a lo del Madrid, adivino que vuestra sonrisa socarrona es la misa que tuvimos durante años los madridistas!

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  13. En estas historias me sumerjo para devorar las letras que acariciar el despertar curioso delo inesperado..

    Siempre es un inmenso placer leerte..



    Un abrazo
    Saludos fraternos...

    Que tengas un bello día...

    Que disfrutes de un hermoso fin de semana....

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  14. Me ha sorprendido César, las cosas que se pueden llegar a hacer para pegársela a la parienta o pariente, pero sobre todo la complicidad de la benemérita, es que no tiene precio. No hubiera tenido tanta suerte si lo hubiera hecho ella, o si?
    Tu escritura es siempre una caja de sorpresas, irresistible.
    Un abrazo desde la tierra celta, de nuevo.

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  15. César era un molusco, so sorry...
    Me impactó tanto que lo asocié al pulpo.
    Sigo leyendo la historia.

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  16. Adolfo, siempre un placer saber de tí conociendo tus multiples compromisos...

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  17. Esperanza, es curioso la de situaciones reales que no acertamos a escribir porque nos parecen imaginarias. Esta lo es. Imaginaria.

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  18. Aurora, ya te había entendido. Antes de irme para recorrer el Camino de Santiago dejaré la segunda parte..

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  19. Qué divertido. Sigo con la segunda parte.

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  20. Mira, tu historia me parece muy intrigante pero cuando esplicas que el dos caballos acertó a ponerse en marcha porque del verano se trataba y que el chico en cuestión no se sabe si lo abandonó la mujer porque tenía perros o si tenía perros porque lo abandonó la mujer..Cuando el tipo aquel resulta que no había tenido un día de sobriedad desde su primera comunión....realmente es ahí donde los medios,los laberinto por donde transcurre la acción se tornan auténticos protagonidtas y una se deleita leyendo.

    ¡No me piedo los demás capítulos!..y ya sabes he ido en seguida a por mi pamela para llevarla conmigo cuando te leo.
    Meencanta. Un abrazo.

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