jueves, 29 de octubre de 2009

Segundo mes.


Como he dicho, después de aquello las cosas no fueron tan sencillas. Don Benigno me marcaba estrechamente y en donde quiera que estuviese, sentía en mi espalda sus ojos de buho adormecido, dicho sea sin ninguna aninadversión, pobre cura.
Y digo , pobre cura porque hubo un momento en que llegué a sentir lástima por su obstinación en oponerse al curso normal de la naturaleza; es como si intentara que el aire no corriese, que las olas no rompiesen   abruptamente contra el acantilado. Y sentí más lástima cuando conocí un poco mejor a su sobrina, a la que yo había calculado doce años y en realidad había cumplido los trece. Hay una pequeña diferencia como se encargó de demostrarme meses más tarde. Esa niña era el mismo demonio. Cuanto  más la recriminaba Don Benigno, amenazándola incluso con devolverla a la ciudad de donde había salido si la veía conmigo, más me buscaba y con mejores artimañas se apañaba para comprometerme. Sobre todo después de las comidas, en que el cura se quedaba traspuesto y habiendo previamente intentado en todas las maneras posibles estirar su pierna para rozarme con ella. Creedme si os digo que yo era un angelito. Creedme también  si os digo que no sé lo que pretendía jugando con los espaguetis en su boca, deslizándolos a dentro y a fuera mientras me miraba con esa sonrisa que años más tarde he visto en mujeres fatales (en el cine).  Para mí que esta niña no estaba bautizada y si lo estaba, el agua no había sido bendecida.
Recuerdo sobre todo aquella tarde en que Rosita estuvo especialmente solícita con su tío en la comida, sirviéndole generosamente el vino que abundaba en la casa. Insistió en que le sentaba bien y que no sé que médico de su ciudad había dicho en casa de sus padres que el vino era una medicina para el alma; Don Benigno estaba predispuesto a creerla y bebió para salvar su alma, sin saber que bebiendo, estaba a punto de condenar la mía; porque en cuanto se levantó de la mesa y se sentó en su sofá preferido, los ronquidos los oyeron incluso los muertos del cementerio que estaba al lado de la casa consistorial. Los hubieran oido igualmente si estuviese alejada. Y Rosita  pasó al ataque. Me agarró de la mano y me arrastró entre risas al otro lado de la casa  con gran crujido de las maderas que pisábamos y con gran alarma mía que no sabía si debería temer más a que don Benigno se despertase o a que Rosita le diera por ...lo que le diera.
Pero ya sabéis como son estas cosas, con el corazón a mil, seguía a aquel demonio a donde me llevara. Y fue por fortuna, a la biblioteca. Me soltó, se subío a una escalerilla de tres peldaños y tomó un libro del estante y entre risas me dijo..."toma leemelo.." Leí el título: El Decamerón.
-Tengo que leerlo todo..?
- No, hombre, lee la página 214. Habla del demonio!
!!Os lo dije!,..¿nos os lo dije??  esta niña es el demonio o fruto de alguno de sus encuentros con alguna meretriz!
Leí la página que me indicó (hubiera leido el libro entero de una tacada, si me lo hubiera pedido ...!.hombres...!). Se trataba de la historia de una doncella que servía en casa de un cura y un día este la llamó para instruirla en la tarea de aprender a "introducir el demonio en el infierno." Enseguida oí las risitas de Rosita.¿sabes lo que quiere decir eso exactamente?. Parecía imbécil, no lo sabía. No obstante  fuí haciéndome una idea a medida que iba leyendo..de cuando en  cuando levantaba la vista del libro para mirar a la niña...¿Niña?  Aquello parecía una caldera en ebullición, me miraba con una sonrisa tan rara que me dió miedo...miraba mi cara y después miraba...mis....pantalones.....en una ocasión incluso llegó a ponerse tan cerca de mí que su cara me impedía seguir leyendo...fue justo cuando su mano se metía en mi bolsillo que oimos las campanas de la Iglesia tocar a arrebato. Ya sabéis, los designios del Señor son inexcrutables...La voz de Don Benigno retumbaba en toda la casa pronunciando el nombre de Rosita, al tiempo que con una mano sujetaba la cuerda que tañía la campana. No había ningún fuego, simplemente el cura presintió el peligro y echó mano de lo que tenía. Al verme, sus ojos inyectados en sangre se dirigieron a mí como si hubiera visto al mismo Lucifer. ¿Dónde la tienes? Maldito seas, si le has tocado un pelo, haré llover sobre tí fuego y azúfre, malnacido..¿Donde está Rosita?
La voz de Rosita se escuchó enseguida, angelical, como si acabase de levantarse de la siesta. Aquí, tiito...estábamos en la Biblioteca, leyendo.
Por una vez la mentira era  la verdad y aplacó  someramente los ánimos del cura que mirándome con ira, dijo que ya hablaríamos.

Ese día comprendí varias cosas, pero sobre todo una: temer a las mujeres angelicales tanto como a Don Benigno.

Y me dispuse a sacarle provecho a la situación.

Pero eso ya será otra historia.


6 comentarios:

  1. Esta noche???...Mañana????
    ¿Conseguirá la buena de Rosita sus propositos?¡Cielos!¡Tanta intriga me mata!!!

    Ram

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  2. Espero la próxima historia, ya estoy casi enganchada.
    Me encanta Rosita, puede ser que quizas ... hasta me parezca a ella ...

    Besitoss

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  3. Las mujeres se parecen entre sí, como una ola a otra. Insisten, insisten..y al final el cantilado se hace arena. Hay que decir que el acantilado es débil..

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  4. Qué gente tan distinguida
    hay que ver que personajes
    el tiempo y sus sacudidas
    nos mostrarán sus plumajes.

    Don Ramiro es un cuentista
    un parlanchín decadente
    dándose pisto un artista
    mata una y cuenta veinte.

    De Don Benigno ni hablemos
    el pater es un carroza
    y jamás le gustó al clero
    que le levanten las mozas.

    ¡Ay! y la pobre de Rosita
    encerrada en ese ambiente
    la muchacha es dinamita
    y siempre va muy caliente.

    Continuará...

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  5. No sé que dirá a esto D.Ramiro, pero me temo que después de reirse un rato, tomará la espada y desafiará a cuanta mujer desamparada encuentre!

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  6. De todos modos, para hablarle así a D. Ramiro, deberías quitarte el antifaz!!

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